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lunes, 12 de noviembre de 2012

Auguste Rodin y su 172º aniversario: Su obra, «El pensador» cambió la concepción de la escultura de su época

Auguste Rodin (París, 12 de noviembre de 1840 ? Meudon, 17 de noviembre de 1917) es uno de los artistas impresionistas más importantes. Hoy se cumple el 172º aniversario del nacimiento de Rodin, el escultor que fue capaz de dar un nuevo rumbo a la concepción de la escultura. Auguste Rodin fue contemporáneo de grandes pintores impresionistas como Monet, Renoir, Manet o Cézanne y compartí con ellos su rebeldía contra el academicismo imperante y la voluntad subjetiva sobre la obra, imbuyéndola de personalidad y alejándola de cualquier representación mimética del modelo. Como ellos, el escultor Auguste Rodin fue un beligerante de la causa, pero, sin embargo, biográficamente siempre se ha destacado su apego a acometer la revolución al margen de sus colegas, sin compartir discusiones ni tertulias de café, encerrado en su taller parisino de Meudon, exclusivamente preocupado por su carrera y su repercusión social. Bien es verdad que se ha tendido a mitificar en exceso la soledad del autor, que, en cambio, no dudaba en presentarse a los concursos de los salones que se convocaban en la época o en asistir a veladas de alta sociedad.
El pensador es su obra más conocida y a través de ella, Auguste Rodin trató de representar a Dante frente a las puertas del infierno para ensalzar así su poema. Rodin realizó el primer modelo de El pensador en 1880, y sin embargo, no fue hasta 1904 que se presentó en público. La estatua está fundida en bronce y pesa 650 kilos, y a día de hoy existen múltiples versiones de esta escultura en todos los rincones del mundo. La escultura más famosa de Auguste Rodin se puede ver a día de hoy en día a las puertas del museo francés que lleva su nombre.
Después de un viaje a Italia, Auguste Rodin fue consciente de que el cambio estético habría de venir de la mano de Miguel Ángel. En Florencia se entusiasma ante el sepulcro de Juliano de Médicis, con las esculturas de La noche y El día, y con La piedad que Miguel Ángel había previsto para su propia tumba. A partir de entonces, el proceso de trabajo de Auguste Rodin quedó marcado por la observación y análisis de la técnica del maestro, por aquel deliberado inacabado, el «non finito», que él contextualizará a finales del siglo XIX en el pensamiento impresionista de las sensaciones. Las diferentes texturas del material, provocadas por zonas desigualmente trabajadas, impactarán de lleno en los mármoles, bronces y arcillas de la obra de Auguste Rodin.
Es curioso que los inicios de Auguste Rodin no presagiasen la fama que lo acompañó en vida, porque, cuando empezó a interesarse por el arte, el escultor fue de fracaso en fracaso. Después de intentar, al menos en tres ocasiones, entrar en la escuela de Bellas Artes de París, sin conseguirlo, colaboró en distintos talleres artesanos en los que se fabricaban piezas ornamentales en serie o se decoraban jarrones de Sèvres, trabajos no precisamente estimados creativos, pero que lo ayudaron, hasta cerca de los cuarenta años, a tener una economía más o menos saneada.
Mientras, empeñado en que se lo reconociera por sus trazas artísticas, Auguste Rodin envió al Salón de 1865 la escultura El hombre de la nariz rota, que fue rechazada; posteriormente, la pieza La edad del bronce levantó un comunal escándalo, al especularse sobre la idea de un vaciado del natural, una especie de máscara del rostro del propio modelo. Auguste Rodin casi se arruina en los tribunales al defenderse.
Auguste Rodin y su controvertida vida
Sin embargo, algunas de las controversias en vez de perjudicarle terminaron por beneficiar a Auguste Rodin. Pronto adquirió fama de artista independiente y vanguardista, lo que contribuyó a que particulares e instituciones le hiciesen sus primeros grandes encargos. La puerta del infierno, Monumento a Balzac o Los burgueses de Calais no dejarán terreno para la duda en sus contemporáneos. Estaban ante el mejor escultor de la incipiente modernidad, perfecto heredero de la estela renacentista de Bernini y Miguel Ángel.
Por muchos motivos, Auguste Rodin fue una avanzadilla de su tiempo. Hoy es habitual asumir el trabajo de taller en el que el escultor cree la idea sobre un papel y supervise el proceso de colaboradores que la lleven a cabo. Pero hasta entonces, el artista, además de ser el artífice original de la obra, dibujaba, moldeaba y vigilaba al detalle la fundición. Como mucho, los alumnos aportaban su granito de arena elaborando algún pequeño retazo de la figura. En el taller de Meudon, había ya moldeadores que daban forma al barro, al yeso y a la cera, devastadores que con cinceles extraían las formas al mármol, adornistas que elaboraban tocados, asistentes especializados que agrandaban o reducían las tallas, gente de su confianza que plasmaba al detalle las líneas de actuación señaladas por el creador.
La influencia de Auguste Rodin sobre los artistas que accedían a su taller era tal que incluso algunos de los que pretendían sobresalir por sí mismos, como Brancusi, renunciaban voluntariamente a recibir sus enseñanzas. Preferían fabricarse su futuro sin el peso de una propuesta que, sabían, signifi caba el comienzo de una nueva concepción artística. La imagen del Deus artíficex era una realidad en aquel espacio habitado por bocetos, maquetas, intentos fallidos y esculturas con vida propia. Ayudantes como Rose Beuret y Camille Claudel, en su admiración, terminaron por no distinguir al hombre del artista.
La extensa producción de Auguste Rodin
La producción del taller era enorme, porque Auguste Rodin con su «ejército de operarios» multiplicó sus piezas, conservando sus moldes para luego reproducirlas a distintas escalas en bronce y mármol. Solo el Museo Rodin en París cuenta en la actualidad con alrededor de 5.000 yesos.
Poco antes de morir, Auguste Rodin legó al Estado francés todos sus derechos con lo que a partir de entonces no han dejado de repetirse los vaciados de sus piezas más emblemáticas. ¿Se podrían considerar estos calcos de la obra original como falsificaciones? El debate está abierto desde hace décadas, terciando en él desde Bénédite, el primer director del Museo Rodin, hasta especialistas como Rosalind Krauss, que ha dedicado páginas a lo que ella llama «la pluralidad irreducible, una condición que no se reduce a la unidad, a lo singular o único». Pero bien se podría afi rmar que el primer instigador de las dudas entre lo verdadero y lo falso fue, con sus interesados «criterios de comercialización», el propio Auguste Rodin, contribuyendo a que figuras como El pensador llegarán a adornar, incluso, decorativos relojes de mesa, acercando incómodamente los límites de una obra de arte y un objeto Kirsch.
Al margen de estas disquisiciones, Auguste Rodin fue reconocido, junto a Cézanne , como uno de los padres de la modernidad, capaz de crear mundos de gran belleza, de transformar la realidad en alegoría, de extraer del interior de la piedra toda la fuerza de una imagen. Auguste Rodin desplegó su imaginación a través de una amplia iconografía de temas religiosos, literarios y mitológicos, pero hubo un género en el que se prodigó especialmente, el desnudo.
Auguste Rodin y el desnudo
A lápiz y a acuarela, los dibujos de Auguste Rodin y, evidentemente, sus esculturas contornean las figuras de sus modelos en poses y gestos voluptuosos, que franquean la línea sensual hacia el erotismo, una libertad plástica y moral que en no pocas ocasiones azuzó el escándalo en una sociedad que, ante la aventura de las atrevidas vanguardias, despertaba a los nuevos tiempos con sorpresa y no sin cierto desconcierto.

 

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