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viernes, 9 de noviembre de 2012

Cantar de los Nibelungos

Todo por amor, por superar un reto que puede llevar a la muerte. Visión del compadreo con mujeres letales pero que aman el valor.

CANTO VI De cómo Gunter fue a Islandia para ver a Brunequilda

Algún tiempo después, comenzaron a circular noticias del país del Rhin, de que allá abajo, muy lejos había muchas vírgenes y Gunter pensó en conquistar una para sí, lo cual pareció bien a los jefes y a los guerreros.
Al otro lado del mar, tenía sus estados una reina que en ninguna parte se le podía hallar otra semejante. Era excesivamente bella y de poderosa fuerza. Esgrimía la lanza contra los fogosos héroes que venían a solicitar su amor.
Arrojaba la piedra a gran distancia y rebotaba hasta muy lejos. Todo aquél que deseara su amor debía sufrir tres pruebas sin quedar derrotado en ninguna por aquella mujer de poder tan grande; si en una sola quedaba vencido, cortábanle la cabeza.
La joven lo había hecho ya varias veces. El caballero lo supo en las orillas del Rhin; estaba convencido de ello y por esta razón su alma se inclinaba sin cesar hacia la hermosa joven. Muchos guerreros perdieron después la vida.
Un día Gunter y sus hombres se hallaban sentados reflexionando, y buscando de todos modos, cuál sería la mujer que su señor pudiera tomar, que le conviniera por esposa y que conviniera al país. El rey del Rhin habló de este modo: —Quiero atravesar el mar para ir al encuentro de Brunequilda; nada me importa lo que me pueda suceder. Quiero exponer mi vida por su amor, si no la consigo por esposa.
—No os aconsejaré yo tal cosa —le dijo Sigfrido—, pues tan crueles son las costumbres de esta reina que cuesta muy caro a los que quieren conseguir su amor. Ojalá renunciéis a tal viaje.
Así replicó el rey Gunter:
—No puede haber nacido nunca una mujer tan valiente y tan fuerte a la que yo no pueda derrotar en un combate, con sólo esta mano.
—Callad —le dijo Sigfrido—, sus fuerzas os son desconocidas.
»Aun cuando valierais por cuatro, no podríais preservaros de su furor terrible; así pues desistid de vuestro propósito, os lo aconsejo como buen amigo y deje de arrastraros de ese modo.
—Sea lo fuerte que sea, no dejaré de hacer este viaje al reino de Brunequilda, sucédame lo que quiera. Por su extraordinaria belleza hay que intentarlo todo. Si Dios quiere, tal vez me siga a mi país del Rhin.
—Este es mi consejo —dijo Hagen—; rogad a Sigfrido que afronte con vos los peligros de la expedición y pienso así, porque él sabe cuanto a esa mujer se refiere.
—Noble Sigfrido —le dijo— ¿quieres ayudarme a conquistar a esa virgen digna de amor? Accede a mi ruego y si logro que sea mía tan hermosa mujer expondré por complacerte mi honor y mi vida.
Así le respondió Sigfrido el hijo de Sigemundo.
—Lo haré si me das por esposa a tu hermana, la bella Crimilda, la elevada princesa: no quiero otra recompensa por los servicios que te pueda prestar.
—Lo juro en tus manos Sigfrido —respondió Gunter—. Que la hermosa Brunequilda venga a este país y te daré a mi hermana por esposa y ojalá con ella seas feliz toda la vida.
Cambiaron sus juramentos aquellos fieles guerreros. Muchos trabajos tuvieron que realizar antes de conseguir llevar a la virgen a las orilla del Rhin. Desde entonces, los bravos comenzaron a correr grandes peligros.

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