En “Dead man” las tierras salvajes e incivilizadas se tornan
en escenario abstracto, alegórico, alucinado o lisérgico donde verter
cuestiones extemporáneas que se sumergen de cabeza en cuestiones sociales,
culturales o existenciales contemporáneas.
Una evocadora imagen como resumen, emblema y metáfora del
western crepuscular podría consistir en un Hombre del Oeste a caballo hacia un
hermoso crepúsculo (imagen quizá inconsciente de su poder evocador que ya fue
creada en los dibujos animados de Lucky Luke, que al final de cada capítulo se
alejaba con su fiel caballo Jolly Jumper hacia una puesta de sol y cantando
aquella bonita tonada "I'm a poor, lonesome cowboy, I'm a long, long way
from home..."). Y una vez el crepúsculo del género ya ha dado de sí con
grandes cintas (GRUPO SALVAJE, SIN PERDON, etc.), una poesía de difuntos es
recitada.
Extraordinario y peculiar coctel Jim Jarmusch-Johnny Depp -NeilYoung que nos brindan una joya especial, para paladares extravagantes, con forma de western atípico, plagado de principio a fin de genialidad. Con una narración por momentos documentallizada, a veces poética, en ocasiones omniscientemente ridícula, pero toda ella excepcional, asistimos a una sucesión de imágenes con acertado tono en blanco y negro, que nos describen a través de un personaje, en principio insignificante, su evolución tras su llegada al infierno del far west, hasta convertirse en leyenda.
DEAD MAN es el largo viaje emprendido por un contable en busca de un prometido trabajo en una industrializada ciudad del Oeste, ignorando que el camino será también un fin a varios niveles: Como contable, transformándose en proscrito y como pistolera, mística "reencarnación" del poeta William Blake, con el que comparte idénticos nombre y apellido. Una especie de Quijote mortuorio acompañado de un indio llamado Nadie, un Sancho Panza que será quien convencerá al protagonista de su condición de poeta muerto.
Jim Jarmusch aplicaba un cierto giro a su trayectoria
artística con “Dead Man” después de que se percibiese una ligera
tendencia a la redundancia en la particularísima e intransferible sensibilidad
del cineasta, debido a unas variaciones argumentales y formales que, con todo,
arrojaban ya una evolución acaso excesivamente tenue en el devenir de su obra.
Empero, no se trata de una revolución radical, puesto que a pesar de la
incursión genérica –anteriormente ensayada en esa cinta de ramalazos “Noir”
y sobre todo carcelarios que era “Bajo el Peso de la Ley” (Down by Law, Jim
Jarmusch, 1986)- se mantienen incólumes sus inquietudes y su querencia
por el retrato del desarraigo cultural y la desorientación existencial
estadounidense.
Jarmusch -que después de un lapso de dos películas regresa
al expresivo empleo de la fotografía en blanco y negro de la mano de Robby
Müller, recuperado para la causa tras faltar en “Noche en la Tierra” (Night on Earth, Jim
Jarmusch, 1991)-, filma entonces una de sus obras más abstractas y
ricas, si acaso aquejada de un minutaje alargado que provoca cierta languidez
en algunos tramos de la segunda mitad de la cinta.
En “Dead Man”, las
pulsiones de muerte –constantes en la composición de los planos y las metáforas
visuales- serán únicamente comparables en su preeminencia e intensidad a las
que dominen el pesimismo crepuscular de la obra maestra “Ghost Dog: El Camino
del Samurái” (Ghost Dog: The Way of the Samurai, Jim Jarmusch,
1999) –donde reaparece el indio “Nadie” en una reencarnación al estilo de
la que aquí experimenta William Blake-, al igual que en la decadencia
irreparable de “Solo los Amantes Sobreviven” (Only Lovers Left
Alive, Jim Jarmusch, 2013).
Un independiente, atípico, elegíaco western de bella fotografía en blanco y negro, excelentes actores y música de Neil Young -grandioso prólogo del vagón de tren, con la guitarra apoyando la imagen-. Sin olvidar un profundo y magnífico final.