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lunes, 30 de noviembre de 2020

Muerte y orfandad @EdAtlantis (en el orfanato)

 

    Con humildad, les perdono magnánimo en mi trono de soledad, rey de un desierto como la playa urbana a la cual vamos en verano. Debería haber tenido más optimismo, hoy la bronca fue tremenda, por eso voy a hacer un esfuerzo de la misma forma que incita mi tutor a menudo. Este presunto protector no conoce, en realidad, lo que preocupa a su negrito tímido e insolente. En cambio, el aspirante a macaco ve a primera vista de qué pie cojea su maduro profesor: un oficio para el cual no tenía vocación, una mujer que ha engordado o se ha vuelto vinagre como el vino viejo, un colegio de niños que no son normales. Además de todo eso, podría señalar una religión que no da respuestas, una gente que percibe tu inferioridad, una incapacidad para lograr disimular la inseguridad; en definitiva, una vida que no es vida, pero a la que tienes que defender cuando hablas con el negrito huérfano.

    Sí, Elías, no creo que te percates, incluso así te comprendo; puedo asegurar que deberías ser tú el sujeto pensante, el amargado que escribe unas líneas para pasar el rato, para olvidar o encontrar una solución. En cambio, es tu desconocido alumno quien lo hace, el niño inocente que parece tener problemas con la trigonometría, todavía más con la Historia con mayúscula; sí, esa historia insípida que enseña Delia, la joven recién salida de la universidad a la cual prestas buenos ojos. La realidad es como un libro que espera su lectura, mi tutor hace tiempo que lo dejó olvidado, lo hizo de la misma forma que otros olvidan el bolso; pero lo que nunca olvidan es a los hijos.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Muerte y orfandad @EdAtlantis (un deseo)

  

    Todo tendría solución si nos hubieran acogido; este es nuestro único sueño en nuestra pesadilla de no tener padres; además, aquí dentro, hay hechos que abusan de nuestra inocencia; de ninguna otra forma se pueden calificar la empanada de pieles de pollo que nos cocina doña Gumersinda, también merecen señalarse los coscorrones, por no hablar del castigo que surge al no disfrutar de demasiadas salidas a la calle y tener tan poco tiempo de vida lúdica.

    Incluso así, lo peor para mí forma parte de otra característica propia pero ajena. Todo lo malo queda reducido a una tara, a una desfachatez del destino culpable. Mi verdadero pecado queda reducido a la tez que insulta, a mi moreno permanente, al luto por unos parientes que no he conocido, unos progenitores que me regalaron el presente de la ausencia de claridad. Por eso, el tiempo pasa y, sin embargo, siempre estaré fuera de sitio. Estoy seguro de que mi ascendencia procede de otro continente, de otro contenido, argamasa y ladrillo. Las conversaciones tornan la alegría en amargura, al igual que el vino que no me dejan tomar acaba convirtiéndose en vinagre. Cuáles hubieran sido las razones para mi castigo, las desconozco; de la misma forma, ignoro el rumbo de los caminos que conducen a esta cárcel que es mi hogar.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Muerte y orfandad de Juan Carlos Pazos @EdAtlantis (El alma de la ciudad)

 El alma de la ciudad estimulaba la tristeza ante un invitado tan sobresaliente, los árboles de la calle principal regalaban sus sombras y, aunque iba con la calefacción a la máxima temperatura, no se despojó de su desaliñada gabardina; prenda algo agravada, todo sea dicho, en su pobreza de años desgastados en otro cuerpo, en uno que no correspondía cuando se repartieron los agravios de la mala fortuna.

La diferencia entre un hijo de puta y un cabrón es que el primero nace y el segundo se hace. Había puesto su resguardo a la altura de su fama. A algunas de las personas que frecuentaba no les gustaban aquellos aires. Al afirmar esto, el autor aborda la liquidación de una empresa en construcción, lo hace con ciertos significados ridículos, los significados de la muerte a cualquier precio, en este macabro juego todas las cartas están marcadas.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Comienzo de la novela negra "Muerte y orfandad"

El emisario

S

i quisiera desempeñar el papel de protector, habría recurrido a alguien como Gisela; para eso todavía tengo mucho tiempo. Ahora lo que necesito es una pasión desbordada, al borde del delirio y un poco dramática en la parte más débil. Al final, saldré triunfante, también con una nueva experiencia en el tira y afloja de las relaciones sentimentales. Ella se habrá quedado con el desengaño y con el sabor agridulce de probar la fuerza de la juventud; además, qué duda cabe, tendrá el fraude del sexo. Al fin y al cabo, a eso se reducen las grandes historias: a estar en la cumbre y con el tiempo acabar en lo más abajo que un ser humano pueda llegar.

    Mientras hago elucubraciones sobre mi éxito, otros padecen. Los niños juegan protegidos por los soportales, hoy toca improvisar guerras con sus petardos, les tengo simpatía, a la vez no soporto sus ruidos sorpresa. Con tanta nube, la ciudad parece tan lúgubre como sus habitantes. La nota de colorido es puesta de nuevo por los barrenderos al trabajar, con sus impermeables amarillos, debajo de la persistente lluvia. Vuelvo a casa caminando por la destacable ciudad vieja, entre la claridad de las piedras entrañables que susurran más que rezan peleas históricas. ¿Cuántas puñaladas? ¿Cuántas inocencias ultrajadas en cuerpo o en espíritu? Hoy en día, esta zona es transitada por un ambiente estudiantil que gasta el dinero en noches de juerga; un dinero que reciben de sus padres, luego sus hijos lo aprovechan para emborrachar el cuerpo y agotar la inocencia en noches agotadoras sin final previsto; de esta forma, buscan destinos ignorados por los abusos impuestos sobre uno mismo.


    En otra época, las luces de Navidad enredaban un contexto que luchaba por ser y no era; incluso así, se puede afirmar que de aquella todavía había muchos elementos apacibles. Eso no resulta raro, el egoísta egocéntrico del más alto ego recorrió esta calle de piedras tanto físicas como espirituales, entre las rocas busqué una gema, una esmeralda o quizás una veta de oro; a pesar de golpear con fuerza todas estas paredes, solo encontré silencio y desdicha. La calle y la lluvia son las mismas, no el espectador, le han afectado el tiempo empleado en la búsqueda y el cansancio de la entrega. En el caso que ahora procedo a narrar ocurre algo parecido, él tampoco podía escapar de las circunstancias.