Todo tendría solución si nos hubieran acogido; este es
nuestro único sueño en nuestra pesadilla de no tener padres; además, aquí
dentro, hay hechos que abusan de nuestra inocencia; de ninguna otra forma se
pueden calificar la empanada de pieles de pollo que nos cocina doña Gumersinda,
también merecen señalarse los coscorrones, por no hablar del castigo que surge
al no disfrutar de demasiadas salidas a la calle y tener tan poco tiempo de
vida lúdica.
Incluso así, lo peor para mí forma parte de otra
característica propia pero ajena. Todo lo malo queda reducido a una tara, a una
desfachatez del destino culpable. Mi verdadero pecado queda reducido a la tez
que insulta, a mi moreno permanente, al luto por unos parientes que no he
conocido, unos progenitores que me regalaron el presente de la ausencia de
claridad. Por eso, el tiempo pasa y, sin embargo, siempre estaré fuera de
sitio. Estoy seguro de que mi ascendencia procede de otro continente, de otro
contenido, argamasa y ladrillo. Las conversaciones tornan la alegría en
amargura, al igual que el vino que no me dejan tomar acaba convirtiéndose en
vinagre. Cuáles hubieran sido las razones para mi castigo, las desconozco; de
la misma forma, ignoro el rumbo de los caminos que conducen a esta cárcel que
es mi hogar.
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