Hablando de amantes e intimidades, no ejecutaré el acto
canalla de mirar debajo de la cama, pues, aunque tengo dudas, no creo que mi
mujer sea capaz de ponerme los cuernos. Cuando era pequeño buscaba ladrones,
ahora también, pero no de dinero, dado que billetes, la verdad, no tengo; en
lugar de a los cleptómanos materiales, temo más a los raptores sentimentales.
Mi miedo se debe a mi lado más pensativo, el muy perro instiga estos celos que
dan ansias propietarias, además provoca otras imprecisiones que apoyan la
cobardía de mi esposa.
Por culpa de la
nebulosa alcohólica, imagino en otras manos a la mujer que me prometió
fidelidad eterna. Mientras deambulo por la ciudad, un hombre ocupa el sitio que
me corresponde. Además, comete el error de olvidar mi regreso, suceso que
debería obligarle a tener un poco de respeto hacia un compañero de sensaciones.
Ahora el muy cabrón se esconde debajo del colchón,
desaforado por derrocarme, aunque incómodo por su posición, también por mi
presencia. Su única suerte proviene de que todavía conservo cierto raciocinio,
este evita el enfrentamiento en una lucha de machos sin sentido.
Congratulado conmigo mismo, paso despectivo camino del
baño, e ignoro al hombre desnudo que ha pasado la mitad de la noche debajo de
mis ronquidos, quizás intentando explicarse el motivo que tiene para meterse en
líos.
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