La discusión fue breve, en la primera semana de agosto
desapareció otro niño, quizás por culpa de alguna de esas mafias que hay en el
mundo. Del caso se encargó el investigador privado más famoso de la historia,
Sherlock salió de los libros dispuesto a ganarse el respeto, no lo consiguió, aunque
sus interesantes descubrimientos habrán quedado en la historia de la deducción;
por otro lado, Conan Doyle no existe como tal en la imaginación de los
huérfanos, al final resulta que al escritor lo inventaron una agrupación de
detectives que necesitaban divulgar sus casos sin perder su vida privada, que
por algo se llaman, desde entonces, detectives privados.
La cabeza empieza a dar vueltas, no para. ¿Dónde estoy sino
ante mi propia sombra sobre el pupitre? No la pienso vender, aunque las ofertas
son tentadoras. Durante unos días, se investigó la procedencia, pocos en
realidad, el caso se cerró sin ruido, como si hubiese sido algo sin importancia
el no tener padres. No, no lo entiendo.
Debería haber apagado la luz del flexo porque a los
cuidadores no les gusta que estemos despiertos hasta tan tarde. He aprendido a
distinguir sus pasos más pesados y lentos, al menor indicio apago y me desplazo
con sigilo hasta mi cama dispuesta. Soy más listo que ellos, aunque alguna vez
me han cazado. Después de ser interrogado, la escena cobra tintes macabros, te
sientes como si le hubieras hecho daño a alguien, no es cierto, niego todos mis
falsos pecados, soy inocente, no veis que soy tan solo un niño, exijo el
derecho a la asistencia de un abogado; además, no me habéis leído los derechos.
¿Qué pensabais? ¿Acaso me tomáis por un negro ignorante?
El cadáver fue encontrado en la playa, sin ropa, con una
sonrisa de felicidad en la cara, no me valoréis por lo que digan todos ellos,
soy el mejor detective que haya ideado Conan Doyle. La foto salió en todos los
periódicos, sus padres se habían ido de compras al centro comercial de las
afueras, el niño quedó jugando al fútbol con unos amigos. Dijo que necesitaba
un helado y no volvió, tenía la mirada perdida, todavía creía en Dios. No tenía
ningún papel que lo hubiese identificado, los forenses quedaron extrañados con
su boca abierta, quería tragarse toda el agua del mar, nadie lo entendía, ni
siquiera sus compungidos padres, parecía mentira, justo ayer le habían comprado
unas gafas nuevas, estaba tan guapo. En realidad, hay algo oculto en este caso,
puede que sea el primero que no resuelva, el primero de los últimos.
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