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l sentimiento hurga entre los dolores
ajenos para encontrar un bartulo decorativo; nuestro protagonista intenta
arrebatar los viejos complejos de niño, de la misma forma y sin salir del
miserable presente. Por
todo esto, el ente anda a cruzarse con los
martirios y la entrega acaba cariacontecida delante de su reflejo. Así, los
asesinos también tienen momentos de ocio, también sentimientos que no tienen
nada que ver con su profesión. Asqueado con la lluvia, el nuestro vuelve
andando a su falso refugio después de ver una película. El trabajo de la mañana
del día anterior parece un espectáculo que se le ha permitido observar, como a
un psicólogo o un sociólogo el comportamiento individual o colectivo
respectivamente.
Quizás sea una imprudencia el regresar a pie, sobre todo
por la repercusión mediática que al final han tenido sus actos, casi al mismo
nivel que los incendios forestales que acosan a la provincia. De cualquier
forma, a Miguel le parece peor ir en un coche robado que andar con calma hacia
su provisional refugio. Lo más terrible, sin embargo, es quedarse en casa con
Luis y Pedro; estos son unos expertos delincuentes que toman demasiado en serio
su papel de cuidar al extranjero; lo que, por otra parte, está bien, si no
hubiera sido porque lo hacen desde el punto de vista del servilismo agobiante.
En realidad, parecen cobardes, aunque sus obligados compañeros tienen unos
cuantos muertos a su espalda. Han pasado de luchar por una falsa causa a pelear
por la más vil de las motivaciones, esta es la propia, la única a cuyo través
todos habrán sido capaces de sobrepasar sus límites. La traición parece un
ejercicio metafísico cuando nos trae comodidad y placer, cuando va íntimamente
unida al dinero, ese gran emblema.
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