Entendedme bien y no consideréis por ello que soy un
hereje. Para aclarar las cosas, os diré que mi única religión viene con la
confusión, una confesión fácil de entender, aunque también puede llevar a la
cruz. Quizás hasta él era Él, pero no os parece una tontería discutir sobre
esto en esta calle desconocida. Por eso, no importunéis ahora con tales
nimiedades mis diatribas mentales; ateneos en su lugar a los principios
básicos, quizás así logremos salvarnos.
Ahora viene este pendejo a vendernos moral barata; pues no,
duendes traviesos, solo intento protegeros. Hago mi defensa del mismo modo que
el pesado de mi padre, quizás por ello su señora esposa no lo tragaba. Así de
maravillosos son algunos matrimonios, al final el único consuelo viene con la
desaparición del otro. A mi madre esta gracia de desaparición de su compañero
le llegó por una parada cardiaca de su señor esposo. De esta forma tan
fulminante, desapareció aquella máquina de disgustos cuyo combustible era el
brandy barato. Andaba su hijo, en aquel entonces, por los dieciocho años y
estaban ellos en los trámites del divorcio. El percance agilizó los trámites.
Mi padre, tan cumplidor con las buenas maneras, no me vio
acabar el bachillerato ni sacar el carné de conducir. La verdad es que no me
importó; lo digo, porque, pese a sus buenos momentos, lo más habitual en el
viejo era que te atara corto con sus valores trasnochados; además no predicaba
con el ejemplo, y tenía el agravante de ser un tacaño con su hijo.
En el otro lado de la balanza, estaba la enclenque de su
mujer a la que tengo que llamar pronto debido a que está cerca su cumpleaños
(menos mal que le he puesto un círculo rojo en el almanaque). En relación con
esto, creo que uno debe cumplir los protocolos familiares, sin embargo, no
ignoro que para ella significo más una molestia que un apoyo.
A mi madre lo único que le importa son la religión y la
añoranza de tiempos mejores. Ella persiste en sus recuerdos, sigue ofreciendo
resistencia al progreso, también a las necesidades de su hijo. Este parece tan
solo un objeto, que cual perro de Pávlov, le trae otros sabores y las mismas
malas ideas.
La trato, por lo menos, con algo de educación que a veces
podría catalogarse de servilismo. Al igual que sucedió con el otro, no creo que
afectara a mi salud mental el que desapareciese. Es más, me alegraría romper
compromisos a los que no soy dado, también insuflar nuevos aires a mi bolsillo
vacío, llenarlo con una oportuna herencia.
Aligero el paso al cruzar un elemento que conozco, este es
el puente romano bajo el cual cruza el contaminado río. Un río que, camino del
inmenso mar, conduce al propio destino particular, a la amalgama de
circunstancias de las cuales uno no puede separarse
Desconozco si fue antes el huevo o la gallina, lo mejor
será no ir en contra del discurrir general, buscaré en su lugar un hogar
refugio, aunque no tenga conejitas de play-boy. Nada puedo hacer, voy
encaminado a ser alimento de esas pirañas que son truchas disfrazadas con el
traje de no haber roto un plato.
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