Invoco a un dios perdido,
y la fuerza de los aplausos
es la contemplación de la nada,
pues somos miserables,
muy acólitos, incluso rendidos, totalmente.
Así bebemos del veneno
y caminamos a trompos,
para no encontrar otros brazos,
nosotros que sentimos mucho,
amamos lo que es poco,
caemos siempre,
pero nunca renegamos.
Acabo al final muerto pero vivo,
sin pasado ni futuro,
ni para ti ni para mí,
por ello cabezas pintadas,
pelos que no llevan pensamientos.
No hay salida a la vista
en este callejón de basuras,
lejos de la preciosidad
que mantuvimos hace poco;
a pesar de ello o por ello,
cantamos los grados etílicos,
los alcaloides que vacían bolsillos
y nuestras sonrisas bastardas;
son todos lejanos compromisos fugados,
así que no me hagas cosquillas.
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