La idea
era buena, todos lo reconocían,
aunque nadie la defendía, pobres
de mísero corazón robando
el último gramo de ilusión
que aun tenía en mi esperanza.
aunque nadie la defendía, pobres
de mísero corazón robando
el último gramo de ilusión
que aun tenía en mi esperanza.
Y sin
embargo rencor, oídos sordos
en todos aquellos enemigos,
también en los supuestos amigos
que preguntaban por la calle del amor;
justo al torcer la esquina.
en todos aquellos enemigos,
también en los supuestos amigos
que preguntaban por la calle del amor;
justo al torcer la esquina.
Luego
alguno volvía lleno de lágrimas
en su recto deseo, como una ducha fría
que despierta al cobarde
y le insulta por no acordarse
de encender el calentador.
en su recto deseo, como una ducha fría
que despierta al cobarde
y le insulta por no acordarse
de encender el calentador.
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