Rastreamos el bohemio barrio de Jordaan a la caza
de tiendas retro, mercados callejeros, centros de diseño, la mejor tarta
de manzana de la ciudad, canales cerveceros o museos bizarros como el
de las casas flotantes o las luces fluorescentes. También se refugió
aquí Ana Frank.
Que Amsterdam es una ciudad de lo más trendy (o cool o hipster
o cuantos adjetivos retro que den el pego queramos, y si son en inglés,
mejor) ya lo sabíamos. Pero es que, cada día, surgen nuevos templos que lo reconfirman. Y el barrio de Jordaan, refugio de la clase obrera desde el siglo XVII a los años 80,
es el epicentro. Aquí, entre sus patios, sus canales y sus terrazas, se
asientan ahora los espíritus bohemios en busca de tiendas vintage, centros de diseño, mercadillos callejeros... Le mostramos ocho pedazos.
1. Una de museos rarísimos
Amsterdam se lleva la palma en cuanto a museos raros: desde uno sobre gatos a otro de pianolas, de luces fluorescentes (¡viva la psicodelia ahí dentro!) o de tulipanes
y quesos, más normales tratándose de Holanda. Todos están en Jordaan,
menos el de los mininos, pero se merece meterlo... Aun así, nos quedamos
con el de las Casas Flotantes (Prinsengracht, 296). No en vano, Amsterdam cuenta con 2.500 viviendas de este tipo
(desde 300.000 euros cuesta el invento). Lo que comenzó siendo una
solución habitacional por motivos económicos es ahora lo más. E incluso
puede alojarse en algunas en vez de un hacerlo en un hotel. En este
museo, ubicado en una barcaza de 1914, uno descubre
cómo se vive ahí dentro, qué tal es el comedor, además de contar con una
exposición fotográfica y varias maquetas de otros barcos.
2. La mejor tarta de manzana
Quizá no sea de las tartas más famosa de Amsterdam (aquellas que se venden en los coffee-shops,
con poderes «mágicos» en cada bocado...), pero se encuentra entre las
mejores de manzana casera de toda la ciudad. Y hay muchos sitios para
probarlas. Pero éste, Winkel
(Noordermarkt, 43) no defrauda a nadie. Ya sea en su coqueto interior o
en la agradable terraza, hay que saborearla, bien caliente, con su nata
montada y sus tropezones gigantes de fruta. Si quiere las igual de típicas tortitas, vaya a Pancakes! (Berenstraat, 38), y cómalas rellenas de jamón, pollo al curry, queso de cabra o guacamole. ¿Las mejores patatas fritas? En Wil Graanstra Friteshuis (Westermarkt, 11), en pie desde 1956.
3. Shopping, shopping, shopping...
Si a algo se viene a Jordaan es a comprar. Ya sean vestidos vintage de los años 40, discos de vinilo, libros de segunda mano, postales en sepia, bicis recicladas o joyas kistch
inspiradas en las patas de las gallinas o elaboradas con los trozos
amputados de muñecas de porcelana. Todo, idea de Ross Sieraad,
diseñadora con aires a lo Janis Joplin que regenta su boutique-taller en la impronunciable Anjeliersdwarsstraat. También se topará por allí con tiendas de gafas usadas.
Tal cual. En Brillen, una desvencijada tienda donde un letrero igual de
ruinoso avisa de lo que no hay que hacer: «En general, abierto de 11 a
18.00. No llame antes porque no abriré y usted molestará». Las Nueve
Callejuelas (o Negen Straatjes) concentran la mayor parte de estos
originales locales.
4. De gangas en los mercadillos
Los sábados es su día grande y cuando propios y extraños de todo Amsterdam se arremolinan entre sus puestos de productos ecológicos,
bolsos retro, antigüedades varias o setas de todos los colores. Es el
mercado de Noordermarkt, en la plaza del mismo nombre y a un paso de la
Iglesia del Norte. No confundir con la del Este, la de tipo protestante
más grande de Holanda y donde (dicen) está enterrado Rembrandt, en una
tumba sin nombre para indigentes. De vuelta al mercado de Noordermarkt,
también se monta los lunes, pero entonces todo gira en torno al
comercio textil. Muy cerca, en Lindengrachtmarkt, está el mercado
homónimo con un centenar de rocambolescos puestos de todo. Y todo es
todo: cuadros, cafeteras usadas, bicis, llaves inglesas, zapatos de piel
de cocodrilo...
5. A martillazos en cafés marrones
Jordaan también se caracteriza por ser uno de los epicentros para
salir. De ahí que esté cuajada de «cafés marrones», llamados así en el
siglo XIX por la oscuridad que pululaba entre sus paredes, manchadas
también a porrones de nicotina. Ya no lucen esos lamparones ni sus usuarios se dedican a ponerse hasta arriba de «martillazos» (kop stoot),
que no consistían en otra cosa que beber cerveza y ginebra, cerveza y
ginebra, cerveza y ginebra, así, alternativamente, hasta caer redondos.
Lo acompañaban, eso sí, de bitterballen, una croquetas rellenas de ragú y servidas con mostaza. Algunos de los bares marrones más legendarios son el Cafe Hoppe (Spuistraat, 1012), Het Molenpad (Prinsengracht 653), Reijnders (Leidseplein, 6), Papeiland (Prinsengracht, 2) o Karpershoek (Martelaarsgracht, 2), levantado en 1606 y considerado el más antiguo de Amsterdam. Según algunos.
6. El Canal de los Cerveceros
La ruta marchosa por el barrio bien podría seguir en el llamado Canal
de los Cerveceros (Brouwersgracht), ya que aquí estaban los antiguos almacenes de cebada durante los siglos XVII y XVIII, ahora reconvertidos en exquisitos (y carísimos) lofts. No olvidemos que el Jordaan es un barrio bohemio y todo lo vintage que queramos. Pero sus alquileres son para pudientes. Aun así, algunos de esos edificios siguen albergando cervecerías con solera como el Café Thijssen o el Tabac, el más fotografiado, dicen, de la ciudad. Aunque ya puestos, hay que ir al Café Nol,
ya que de allí salieron los mejores músicos del barrio. Y es que el
Jordaan está ligado a la música popular. Otro de sus atractivos.
7. Recordando a Ana Frank
En el bloque de la calle Prinsengracht, 276, se pergeñó uno de los diarios más famosos de todos los tiempos, el que escribió la niña judíaAna Frank durante la II Guerra Mundial. Allí se escondió hasta que su familia fue denunciada ante la Gestapo
en agosto 1944. Hoy, las colas para visitar aquella vivienda parecen no
tener fin. Allí está el anexo secreto al que se accede tras atravesar
una estantería. También las antiguas oficinas de Victor Kugler, el socio
del padre de Ana. O las fotos de las estrellas de Hollywood a las que
la pequeña idolatraba pegada a la pared. El mítico diario de cuadros rojos aparece custodiado en una urna de cristal.
8. Marcel Wanders, diseño vibrante
Es un visionario, un icono del diseño del siglo XXI. Casi todo (o casi nada) vale para definir a uno de los artistas holandeses más internacionales, Marcel Wanders (Boxtel, 1963), un fanático del arte vibrante, atrevido, colorista, multidisciplinar. Porque él ataca en todos los frentes: casas, cojines, joyas, mesas, sombreros, zapatos, sujetadores, lámparas... O sillas como la Knotted Chair, o de nudos de macramé, que lo lanzó a la fama en 1996. No le faltan hoteles, como el Andaz (Prinsengracht, 587), también en Jordaan y de la cadena Hyatt. Si no lo ve para hospedarse, pásese por lo menos por el showroom de Wanders, Moooi, en Westerstraat, 187.
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