No digas que no, realmente te domino
y no tienes nada que hacer contra mis hilos, para mí no constituyes nada más
que una marioneta humedecida en alcohol que navega por mares de tiempo sin
salir de su manta raída, esa que siempre te acompaña para no resfriarte.
En primer lugar apareció mi amor y
luego lo confundí con el odio, un odio por ser un héroe y no recibir recompensa.
Los demonios de mi angustia hablan un lenguaje propio, se ríen y a la vez
lloran; son unos hipócritas que acaban por explotar cuando menos te lo esperas,
justo cuando te ordeno cosas y tú no haces nada.
Tú eres el intruso, el alma cándida
que se apiada de mí. Olvídame, tira todas estas argucias a la papelera porque
merezco estar muerto; merezco arder en las llamaradas de las miradas ajenas. En
cambio, navego por un mar que no comprende mi amor, por un mar en tempestad y
cuyos únicos compañeros de viaje están muertos. Son los gajes de un oficio que
no entiendo, pero que aún así practico. El oficio de vivir de espaldas al
mundo.
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