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martes, 31 de mayo de 2022
lunes, 30 de mayo de 2022
Extracto 5 de "Paranoia" por Juan Carlos Pazos
Pese a mi lucha, no tengo consuelo, no ignoro que la
maravilla esotérica retornará de la misma forma que el viaje del mundo. Resulta
esta una disyuntiva herética que mi ateísmo no asume. Quizás porque mi idioma
se descalabra ante tantas piruetas (o tal vez piruletas) de la seguridad
Nigromante.
Surge ahora la temida pregunta de saber qué hacer. La única
respuesta sensata sugiere cambiar de psiquiatra, deshecho con rapidez tan
tremenda osadía; opto por no tomar dicha opción debido a que el muy caradura
tiene sus buenos momentos, además me agradan sus revistas y la decoración que
profesa.
Hablando de adornos decorativos, cualquiera le dice a Lucía
que quite los cuadros sagrados que pueblan nuestro piso, por otra parte (y en
relación con el psiquiatra, también conmigo) no sé si se puede profesar una
estética, aunque mi fe en el ateísmo lleno de colorines obliga a creer que sí.
Para salir de mi estado, en vez de mi amigo del diván,
tendría que probar a cambiar los hábitos y lecturas. Así, estaría obligado a
olvidar a Poe, para no buscar más barcos fantasmas surgidos de una nebulosa
alcohólica.
También debería encerrar a Lovecraft con sus monstruos
protoplasmáticos, qué mejor lugar para ellos que dentro de un saco de patatas
en la buhardilla de nuestro edificio.
Lo mismo debería hacer con el perplejo Stocker, no vaya a
ser que empiece a vampirizar cortesanas desmesuradas que un día dan su sangre y
otro quitan la poca vida que te queda.
En el lugar de los clásicos, podría suscribirme a una
colección de novelas románticas. También podría devorar libros de marketing y
de autoayuda; por otro lado, y según mis informadores, ambos son dos tipos de
estafa con una misma temática, esta consiste en cualquier tontería que provoque
que los lectores se engañen con falsas esperanzas.
Si hubiera tenido lo que hay que tener y fuera como Lucía,
habría escapado de la animalidad rastrera, también podría haber buscado el gran
mejunje con su cargamento de felicidad, aunque esa fuga y búsqueda carezcan
ahora de sentido.
Tampoco parece muy
sensato que mi esposa saliera del baño igual que un acólito de una peña de
apuestas deportivas ilegales, surgió dispuesta a la pelea sin reglas. A pesar
de sus íntimas plegarias, no me va a engañar, no ignoro que la inflación de
nuestros odios seguirá su avance con grandes zancadas, semejante a un delantero
camino de una portería vacía. Hablo de una inflación sentimental que indica el
precio de las relaciones del mismo modo que un castigo de los últimos dioses.
Ante su ascenso, permanece el abuso de las malas ideas para boicotear mi
pereza.
Acompañado por las
perversiones que esconde Lucía, busco falsas alianzas; qué duda cabe de que
ellas resultan también algo retrogradas, incluso así, pueden hacernos avanzar.
No ignoro que al final del camino llega la iteración en un tiempo neutro y
vacío.
Así, cuando desaparece mi asidero invisible, permanezco
atrapado, no logro desenroscarme de la maraña oculta de sucedáneos. Lo peor
viene al no saber quién ha tendido la trampa que encarcela mi búsqueda de la
nada en lo absoluto.
Puede que mi estado venga por combinar terapéutica y
alcohol. Debido a que no leo los prospectos, y creo tanto en los médicos como
desconfío de los Santos, no podré aclarar la manida teoría sobre la solución a
mi marasmo.
Quizás el remedio sea cambiar las lecturas antedichas para
poner, en su lugar, el nutrido contenido de esos poemas que acompañan a los
medicamentos. Al fin y al cabo, no parece constructiva la teoría de rechazar
textos por sus pretensiones de superventas.
Dicen que el orden de factores no altera el producto, también que los extremos se atraen; nada se escucha sobre el que se desdibuja y descoloca. Nada sobre el anónimo anonadarse. Por ello, necesito hacer deporte o, mejor, hacer lo que no se puede hacer, o sea nada. Prefiero lo segundo porque resulta más barato y cómodo. No hay que comprar ropa deportiva ni cumplir horarios. Solo necesitas televisión, cama y sillón; precisamente las cosas que nos regalaron por nuestra boda.
Puede que acabe de forma nihilista con los últimos
resortes, también que sucumba a la melancolía; pero, si insisto, dejaré de ser
una alcachofa caminante obsesionada por entregar currículos. Seguro que, si me
entrego a la verdad, la situación se aclarará. No fue así, acaso, cómo
empezaron las grandes pasiones y religiones.
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martes, 24 de mayo de 2022
Extracto 4 de "Paranoia" por Juan Carlos Pazos
Nuestro instinto maternal caería ante tanto hombre trajeado
y tanto crío que pasa del peróxido de benzoílo. Hay pocas personas que sean tan
miserables como uno para sacarle tanta punta al lápiz de los pensamientos.
Seguro que en una de esas carteras hay un garabato obsceno, quizás algún
suspenso contra mi nota vital, quizás un testamento de un suicida arrepentido.
Ante tanto veneno, el humor parece el único antídoto, por
mucho que las lecciones se disfracen dentro de mi cabeza. Quedo maravillado
ante la biología y las trampas que tientan a este desdichado coágulo de
impertinencias; también ante la entropía de la humanidad con su búsqueda de
encuentros reaparecidos, aunque casi siempre poco previstos.
Olvidando mi descubrimiento, la soltura lasciva de mi
lengua hace una pregunta —sin erotismo— acerca de la llegada del carruaje que
va a transportar a tan insignes damas.
Con gusto les abriría las puertas si no fueran mecánicas.
Vivir se reduce a este tipo de bálsamos; también a comerse la cabeza para hacer
cuenta de los chantajes. Si trabajase estas potencias, podría quizás conseguir
algo loable.
Entre tantas cobardías, incapaces de enfrentarse a la
lluvia, estiro mis miembros con el objeto de mirar la hora. Mi corazón también
estira sus cámaras para alcanzar esperanzas pasadas, ellas son simples
providencias dedicadas a no creyentes.
Tal vez la religión sea lo que necesito y, con un poco de
fe, podría salir de esta acera mojada; de cualquier modo y dado que no rezo,
tendré que buscarme un nuevo Dios entre tanto abandono. Quizás un Dios joven,
jovial, jocoso, pero no jactancioso. Uno que no moleste ni requiera
sacrificios.
Necesito una deidad que no tenga parecido con los becerros
de oro que hoy en día predominan en su soberbia. En definitiva, debo ser
modesto y no avaricioso, no vaya a ser que el embrollo de la religión también
me quite dinero.
En cierto sentido, la intención simbólica merece un premio,
por ello decido rellenar una lotería primitiva a la vuelta; necesito ayuda para
recobrar la confianza en la divinidad, aunque parece que no hay Dios capaz de
parar esta lluvia.
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lunes, 23 de mayo de 2022
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viernes, 6 de mayo de 2022
Extracto 3 de "Paranoia" por Juan Carlos Pazos
Aún con la boca amarga, decido examinar mi rostro en el
espejo para confirmar mi identidad. Tengo ojeras, legañas, el pelo engrasado y
desordenado; aunque, a grandes rasgos, puedo afirmar que tengo el mismo careto.
Por mi reflejo, deduzco que quedo decaído, pero con ganas de tentaciones que
alumbren los últimos destellos de mi juventud. Sin embargo, ante la propia
incredulidad, saco la lengua buscando quizás una reacción repulsiva.
Palpo luego la papada de este animal amancebado por el
tedio, ejecuto dicho acto como si de verdad estimara ese símbolo excelso de mi
buena vida. Mi ojo con legañas guiña una complicidad a la aparente felicidad.
Para acabar el espectáculo, examino los dientes a la vez que entrecierro los
párpados.
Los músculos faciales semejan los de un caballo regalado que
se encabrita para golpear la insondable insignificancia. Mis gestos son meras
presunciones, simples máscaras cotidianas que acuartelan las realidades
verdaderas. Este ensayo está desquiciado por la indiferencia del sujeto
pensante, ella obliga a languidecer las certezas en un extraño absurdo. No
obstante, mi faz desprende, cínicamente, una última sonrisa, después de ser
lavada y antes de que apague la luz del espejo.
De regreso a mi lugar de descanso, y a la vez de guerra,
pongo un albornoz sobre mi cuerpo propio pero ajeno. También ajusto la correa
del reloj que me regaló mi madre hace un par de cumpleaños. Protegido del frío
y de la pérdida de tiempo, superviso de nuevo el sueño de Lucía. Que sea real o
fingido importa poco.
Lo mejor será dejarla tranquila para evitar que se dispare
la representación de víctima, agravada en su caso por la ingenuidad y confianza
en un personaje tan deleznable. Además de en su inocencia, últimamente está
asentada en la presunción de que cualquier asunto que yo intente está condenado
al fracaso. Que no valgo nada, en definitiva.
La observo durante un rato, del mismo modo que hice con los
calcetines. Mientras miro, intento buscar la forma de convencerla de mi
necesidad de salir con los amigos, pues en mi modelo de hombre percibo un ser
social que necesita un poco de cariño, un cariño que se encuentra lejos del
sexo ejecutado a la manera de un trámite sin sentido.
Solo después de un par de ginebras, y en buena compañía,
mis ideas alcanzan la realidad para desplegarse en una ficción que genera mi
única posibilidad de salvación. Puedo entonces arrojar las inhibiciones,
incluso llevar el peso de una conversación. Mi mujer, mi peor amiga, nunca
entenderá que solo bajo los efectos del alcohol mi comportamiento resulta
loable.
El objeto importa poco frente a la salida del pantano y al
olvido de las circunstancias. Con mi comportamiento afirmo todavía más la
concepción despojada que tengo del mundo, en el fondo sé que el auxilio del
alcohol constituye una falacia, un espectáculo excelso, aunque vacío; además, a
ese circo de payasos llamado compadreo alcohólico le sigue siempre la fase de
mostrar nuestros límites humanos.
Cuando llega el oprobio, por lo general provocado por la
resaca, salgo del absurdo que constituye mi falsa felicidad, aflora así la mala
leche, del mismo modo que lo hace ahora la alimenticia, engendro ideado en una
búsqueda de aliviar el hambre, en un aprovisionamiento que aparece después de
un par de pasos, los que conducen del cuarto de baño a la cocina.
La ensoñación de la conciencia alcanza su paradoja más
gélida mientras busco entre los restos de la nevera. Me siento desamparado y
desconectado de esta azarosa connivencia de lo sobrio con lo alegre; además no
olvido mi prisión, al igual que cualquier ser miserable condenado en las
mazmorras de la incomprensión.
Quizás no debiera haber acabado siempre en la molicie tras
mis juergas, su trayecto termina siempre fatuo. Sin embargo, en ella zambullo
de nuevo mi realidad; recurro para ello a mi currículo espiritual, los méritos
actúan como último plomo para el ahogado. Rehúso recitar mis habilidades igual
que un poema al viento, tan solo añadiré que he olvidado lo que aprendió mi
experiencia pecaminosa.
Acoto mis pensamientos ante los privilegios de nuestra
hedonista civilización occidental y su metáfora impertinente del bienestar.
Tenemos el consuelo de no pasar hambre, para más deleite no estamos en guerra.
Debería agradecérselo a los que derramaron nuestra sangre en otros cuerpos, a
esos utópicos antepasados que lucharon por mi voluble realidad.
En realidad, nunca valoraré lo suficiente el no haber
participado en una batalla en la que me hubiera jugado la vida. Tampoco
valoraré, en su justa medida, el privilegio de beber leche fresca de la nevera
sin necesidad de ordeñarla.
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jueves, 5 de mayo de 2022
El Blog de José Torres Criado: METAL LORDS. UNA COMEDIA DE INSTITUTO SIMPLE PERO ...
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