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Libros de Juan Carlos Pazos desde 0,89€

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lunes, 17 de noviembre de 2025

La casa y la anfitriona. De "El laberinto de los afectos". Gratis el 18 de noviembre.


Gratis el martes 18 de noviembre en formato ebook-kindle en: https://amzn.eu/d/9Hc7xoY


La carretera terminaba donde empezaba el acantilado, Clara Vidal supo desde el primer momento que aquel era un lugar diseñado para contener secretos. Villa Bruma se alzaba contra el cielo plomizo del Cantábrico: tres plantas de piedra oscura, ventanales con marcos de madera pintada de blanco y un jardín salvaje que descendía en terrazas hasta los riscos. Al fondo, el mar. Siempre el mar, respirando con una paciencia antigua. La niebla llegó antes que Clara. No era una niebla normal: parecía tener dirección, avanzaba hacia ella con una voluntad propia. Cuando el coche tomó el último recodo y Villa Bruma emergió recortada contra el cielo, la casa no apareció, sino que se reveló, lentamente, la construcción había estado allí desde antes de cualquier mapa, más allá de cualquier recuerdo. Detuvo el motor. El silencio fue tan súbito que dolía en los oídos. No había coches. Ni luces. Ni el menor indicio de vida. Solo la sensación —absurda, insistente— de que la casa había estado esperándola. Cinco horas desde Madrid, cinco horas huyendo de su propia sombra. Y ahora, frente a aquella inmovilidad pétrea, Clara sintió que el tiempo no avanzaba, sino que se curvaba sobre sí mismo. Sacudió la cabeza. Profesional. Era una profesional. Siete días, cinco pacientes, un trabajo. Pero al abrir la puerta del coche, el viento la golpeó con un olor húmedo y denso, a mar, a madera vieja, a tierra removida. El estómago se le contrajo: era un olor que no recordaba… pero le resultaba insoportablemente familiar. La puerta principal se alzaba al final del sendero, oscura y cerrada, con una aldaba en forma de mano que parecía esperar la suya. Antes de llamar, la puerta se abrió sola. La mujer que apareció en el umbral tenía el cabello blanco y unos ojos azulados. —Doctora Vidal —dijo, sin sorpresa. Clara tragó saliva. —Sí. Soy Clara. —Le tendió la mano—. ¿Señora Losada? —Inés, por favor. —El apretón fue breve, seco—. Bienvenida a Villa Bruma. Entre antes de que la niebla cambie de idea. Dentro, el aire tenía otro peso. El vestíbulo olía a cera, a leña, a polvo contenido. Las paredes desnudas devolvían un eco leve, casi un suspiro. Un espejo ovalado reflejaba la escena con un leve retraso: cuando Clara movió la cabeza, su reflejo pareció tardar una fracción de segundo en imitarla. —Algunos dicen que las casas viejas tienen memoria —comentó Inés mientras echaba el pestillo—. Pero no todos entienden lo que eso significa. Clara sonrió, sin saber por qué la frase le había provocado un escalofrío. —¿Los demás huéspedes han llegado? —Mañana. Usted quiso venir antes. A veces es bueno llegar antes que los demás. Otras… no tanto. —Inés inició la subida por la escalera—. Venga, le enseñaré su habitación. Subieron por la escalera en silencio. El sonido de los peldaños era irregular: cada crujido parecía una respiración. En el rellano, un ventanal dejaba ver el jardín sumergido en la niebla. Entre las sombras verdes se intuía una forma circular: el laberinto. Clara lo observó un instante. —¿Vive usted aquí sola? —preguntó, solo por llenar el silencio. —Sola no —respondió Inés sin volverse—. Con la casa. Clara frunció el ceño. La habitación era luminosa, casi en exceso. Todo parecía ordenado, sin rastro humano reciente. En el escritorio había una llave de hierro y un jarrón con ramas de brezo. —No se adentre demasiado en el laberinto cuando oscurezca —dijo Inés antes de irse—. Hay caminos que no saben volver. Clara rio suavemente, aunque algo en la voz de la mujer la había dejado sin aire. Cuando la puerta se cerró, el silencio se estiró hasta hacerse tangible. Clara se quedó sola en la habitación, con la maleta aún en la mano y una sensación extraña anidándose en algún lugar entre el estómago y el pecho. Se acercó a la ventana. El jardín se extendía abajo, con setos recortados formando pasillos y encrucijadas. Al fondo, la línea del acantilado y el vacío del mar. El resto del día transcurrió envuelto en una extraña atemporalidad. Los objetos tenían algo de escenario detenido. Había venido aquí para dirigir un retiro terapéutico, nada más. Repasó los perfiles de los participantes. Cinco personas. Cinco historias de amor roto. Sofía Martín, 32 años. Escritora. Relaciones dependientes. Miedo al abandono. Busca validación constante. Adrián Vega, 40 años. Médico internista. Viudo reciente. Culpa. Incapacidad para seguir adelante. Teresa López, 60 años. Profesora jubilada. Matrimonio vacío. Deseo reprimido. Busca «sentir algo otra vez». Leo Ferrer, 28 años. Escultor. Narcisismo. Relaciones superficiales. Dice que viene «a estudiar las emociones ajenas». Nuria Gómez, 45 años. Empresaria. Escepticismo. Coraza emocional. Acude «obligada» por su expareja. Clara escribió unas notas para la sesión inaugural, pero las palabras no fluían como de costumbre. La casa parecía imponerse sobre su concentración, llenando los silencios con su propia presencia. Al cabo de un rato cerró el cuaderno y decidió explorar.


domingo, 16 de noviembre de 2025

Vivir sin trabajar (la gran orgía de la gula). De “Placer culpable”. Gratis el lunes 17




Debería existir una forma de vivir sin trabajar; ese sí sería el asparaíso perdido, y no aquel bosque lleno de mosquitos que Adán y Eva confundieron con el Edén. Tal vez, si entre mis vicios hubiese cultivado alguna actitud útil, habría podido convertirme en un experto en perder el tiempo. Podría incluso fundar una academia dedicada al arte de alcanzar estados graciosos de desahucio. Con los años, más almas desencantadas se apuntarían a mis cursos, destinadas a rebelarse contra el caos cotidiano. Con una buena campaña de publicidad llegaría a tener una legión de afiliados, y hasta me atrevería a montar una franquicia. Mi pareja haría de secretaria, y yo le dictaría todas esas falacias que tanto le divierten. Con paciencia, las ganancias crecerían, y gastaría el dinero en ampliar el negocio. Al fin y al cabo, eso es lo que me gusta.

Los patéticos periodistas solo saben repetir lo que sus amos les dictan. El placer, señores, no volverá. El sentimiento no se recupera, tampoco la libertad. Si llegamos a un acuerdo, será útil solo a unos pocos. Los derechos humanos se volverán una entelequia; las calles, una sombra de lo que alguna vez vivimos. El progreso es una utopía. Somos juguetes rotos desde antes de que lo nuestro empezara.

Empiezo a tener hambre, y no solo de dinero. Ella juega al cupón de los ciegos, más que por fe, por ahuyentar mi desprecio. La ciudad se prepara para la gran orgía de la gula: la comida que nos concede nuestro Salvador está a punto de volverse excremento. El agua se transformará en vino por obra y gracia de los taberneros; y tras entonar el cuerpo, los hombres se dispondrán a dar y a sufrir reproches. El mundo seguirá girando, y continuará cuando ya no estemos. Dejemos, pues, un mensaje de paz a nuestros herederos… aunque dudo que sean capaces de entenderlo.


PLACER CULPABLE. Gratis (formato ebook) solo el lunes 17 de noviembre en: https://amzn.eu/d/illYja9

jueves, 13 de noviembre de 2025

Promoción de ebooks a 1€


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miércoles, 12 de noviembre de 2025

Crítica de "Paranoia". A la venta en Amazon por 1€

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El libro "Paranoia" de Juan Carlos Pazos se presenta como una novela profundamente introspectiva y marcada por una voz narrativa cargada de humor negro, desencanto existencial y un agudo sentido crítico respecto a lo cotidiano.​

Sinopsis y temática principal

La obra narra la jornada de un protagonista que se mueve entre lo absurdo y lo burlesco de la vida diaria, atrapado en una rutina de matrimonio, resaca, pequeños dramas y existencialismo doméstico. El tono confesional permite al lector acceder a múltiples capas del yo y sus contradicciones, haciendo de la paranoia tanto una experiencia real como una metáfora del malestar contemporáneo. Se mezclan reflexiones sobre el amor, la identidad, la rutina, la familia y el desencanto con el trabajo y las relaciones sociales.​

Género y estilo literario

"Paranoia" pertenece al género de la novela existencialista con fuertes ingredientes de realismo sucio y tragicomedia urbana. El lenguaje de Pazos es directo, vívido, salpicado de imágenes contundentes y de frases que juegan entre el surrealismo y la ironía. El autor utiliza escenas cotidianas—desde discusiones conyugales, desayunos, encuentros con amigos, hasta el tedio del trabajo—para mantener el ritmo y el pulso narrativo. Abundan las digresiones filosóficas, comentarios sobre la sociedad y diálogos ágiles con un trasfondo de melancolía.​

Personajes y ambientación

El núcleo de la novela lo conforman Miguel, su esposa Lucía y un círculo de personajes secundarios (amigos como Pepe, Juan, y familiares) que alimentan el crisol de desdichas y momentos grotescos de la existencia del protagonista. La ambientación gira en torno a la vida urbana en barrios marginales y espacios domésticos que refuerzan la sensación de encierro y repetición.​

Puntos fuertes

  • La voz narrativa destaca por su profundidad psicológica y su capacidad de autoanálisis, proyectando un protagonista que, si bien se autodeno​

  • El estilo de Pazos es muy eficaz en la creación de atmósferas, dotando a lo banal de una extraña y auténtica intensidad emocional.​

  • La estructura fragmentaria permite jugar con las perspectivas y los tiempos, contribuyendo a que el lector acompañe al personaje en su constante vaivén entre el pasado y el presente.​

Comparaciones y recomendaciones

"Paranoia" se emparenta con el realismo sucio de autores como Charles Bukowski y el humor ácido de Rafael Chirbes, pero añade una constante introspección al estilo de Vila-Matas. Es una obra recomendada para lectores interesados en la literatura de lo cotidiano, la introspección y la tragicomedia social.​

En conclusión, este libro es un potente testimonio sobre la vulnerabilidad, la frustración y la búsqueda de sentido en un mundo dominado por la alienación y la ironía.


Ana Ríos

La fiesta de la primavera. De "Placer culpable". Ya a la venta en Amazon por 1€

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Exploro el campo lleno de flores; mientras tanto, el polen irrita mi alergia a este mundo traidor. Exploro el paso de la primavera, el calor que por entonces llega a un verano inmediato, pero lejos. Después rezo (ignoro el comienzo) a mi demonio personal, a ese que acaba de salir del cementerio para irse de copas con una rubia teñida. Lamentablemente, no contesta a mis llamadas humilladas, a mi súplica de pecador confeso, ahora simple explorador del campo lleno de flores. Aunque no importa, sé por dónde para, conozco sus juegos malabares; hoy va a escuchar todas mis súplicas. Mientras tanto, exploro el campo lleno de flores, después empiezo a estornudar mi vergüenza de ser sensible, de ser el que no sabe qué vendrá después de este castigo.

El castigo corresponde a los comensales de nuestro banquete de boda; míralos tan contentos por empezar a comer la carne, luego vendrán los postres que compartimos, tan solidarios con tanta hambre en nuestro teatro del absurdo.

Un globo en el cielo lleva a los padrinos. ¡Cuánto los queremos! Larga vida a los novios. Alguien intenta matar a un niño al descorchar el champán. En mi familia siempre hubo buenos pistoleros; las lesbianas ya pueden empezar su número.

El tío lejano de Suiza comienza a perder los papeles, le está metiendo mano a una estudiante de medicina. Hubiera deseado estar más borracho para no darme cuenta de estas cosas. Tú vas por otro lado, yo recuerdo las flores, el jardín del pecado, y me arrepiento.

Luego empieza el baile, sin ganas, cansado de felicitaciones, pioneros de una nueva conspiración, tan cerca y a la vez tan lejos. Déjate llevar, oigo este pensamiento que manda el gran lector de revistas baratas, en las cuales se ofrece compañía también barata. Todo sale caro al final; entretengo a los cubitos de hielo del güisqui contándoles las operaciones numéricas de las tediosas facturas.

Hubo un momento en el cual parecíamos salvados. Falsa esperanza que ahoga el nudo de la corbata. La rubia teñida me dice algo, divertida, emocionada, con cierta superioridad que da la presencia de la familia, ilusa.

No sabe lo que le espera. Dolores Fuertes de Cabeza, mi prima más querida, recomienda paciencia para estos casos. No voy a poner en duda sus certezas; lo único real viene al comprobar que no se me ocurre nada más. Estoy atrapado contra la pared y enfrente de la mesa, solo queda comer hasta reventar, llamar a la rubia para pedirle disculpas, ser tierno, iluso.


lunes, 10 de noviembre de 2025

Extracto de "El expediente 47". Ya a la venta en Amazon por 1€

 



Ricardo cogió uno de los recortes. La fotografía de un niño de unos nueve años, sonriendo a la cámara con un par de dientes de leche a medio caer. Miguel Ángel Torres. 8 años. Desaparecido en Vitoria. Octubre de 1997.

El rostro le resultaba vagamente familiar. O quizá solo era que todos los niños desaparecidos acababan pareciéndose: ojos que pedían ayuda desde un pasado congelado.

—Mi padre creía que había una red —continuó Lucía—. No de trata sexual, al menos no principalmente. Algo diferente. Algo relacionado con personas de poder que necesitaban... servicios.

—¿Qué clase de servicios?

—No lo sé. Pero encontró una conexión. —Lucía sacó otra fotografía, esta de un edificio—. Esta es una finca en Sierra Mágina. Jaén. Propiedad de una fundación benéfica que nunca existió realmente. Registro falso. Pero entre 1995 y 1999, hubo actividad ahí. Vehículos entrando y saliendo. Siempre de noche.

Sierra Mágina.

Las palabras que había descubierto bajo el número 47 en su cuaderno.

El recuerdo volvió, más nítido esta vez. La carretera de montaña. Sergio conduciendo. Y él mismo diciendo: «¿Estás seguro de esto? No tenemos autorización. Si nos pillan...»

Y la respuesta de Sergio: «No la necesitamos. Esto está por encima de los protocolos. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.»

—Estuve ahí —dijo Ricardo, casi sin darse cuenta de que hablaba en voz alta—. Con tu padre. No sé cuándo exactamente, pero estuve en esa finca.

Lucía lo miró con una intensidad que cortaba.

—¿Qué viste?

—No lo sé. Es como si... como si esa parte de mi memoria estuviera borrada. Solo quedan fragmentos. Imágenes sueltas. —Ricardo cerró los ojos—. Una casa abandonada. Una puerta. Alguien gritando detrás de esa puerta.

—¿Quién?

—No lo sé.

Cuando abrió los ojos, Lucía estaba escribiendo furiosamente en su libreta.

—¿Sabes qué es el Propofol? —preguntó sin levantar la vista.

—¿El anestésico?

—Sí. Pero en dosis menores, se usa para otros propósitos. Puede causar amnesia anterógrada. Básicamente, borra la memoria de las horas previas a su administración. —Lucía levantó la vista—. Mi padre tenía una nota sobre eso en sus archivos. Sin contexto. Solo la palabra «Propofol» subrayada tres veces.

Las piezas empezaban a encajar, formando una imagen que Ricardo no quería ver, pero que no podía apartar la mirada.

—¿Crees que me drogaron? ¿Que borraron mi memoria de lo que vi en esa finca?

—Creo que tanto mi padre como tú visteis algo que no debíais ver. Él lo documentó. Tú... a ti te hicieron olvidarlo.

—¿Por qué a mí y no a él?

—Quizá porque mi padre sospechaba. Quizá se aseguró de que no pudieran acercarse lo suficiente. —La voz de Lucía se quebró ligeramente—. O quizá porque era más fácil matar a uno y manipular al otro. Un muerto genera preguntas. Un detective con amnesia solo genera lástima.

Las palabras eran crueles, pero probablemente ciertas.

Un pequeño objetivo. De "El libro verde (versión autorizada)". Ya a la venta en Amazon por 1€

 


 

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¿En qué invertir el tiempo? He aquí el gran problema. Parece tarde, sobre todo para llegar a ser hipnotizador de marujas con ganas de pasta —mi verdadera vocación, si miro hacia un pasado confuso—. Aun así, no debemos rendirnos antes de tiempo: la solución es posible incluso en este universo cruel. Por eso, y por ciertas influencias que manejan mis movimientos, propongo desde este texto mejorar mis estadísticas año tras año. ¿Qué tal duplicarlas en ese periodo? ¿Qué tal convertirme en el nuevo guerrero del nuevo siglo? Perdonadme la redundancia, pero, desde ya, me siento con fuerzas nuevas.

Por supuesto, debo aumentar mis destrozos para atacar con todas las armas posibles a esas amas de casa que buscan perder el tiempo. Yo soy vuestro hombre; podéis alzar las ganas cuando suene la música. Pensaréis que digo cosas triviales, pero eso es porque no me conocéis. Tengo admiradoras que serían capaces de todo por mí. Es una pena que algunas sean lesbianas o anorgásmicas. Aun así, prometo no defraudarlas: me hundiré hasta el cuello; y cuando el agua salada me cubra, pediré otro trago. Sírvamelo con hielo, y si es Martini, que venga bien seco.

Nunca fui hablador, aunque, cuando me suelto, logro superarme. También aquí tengo que mejorar. Ejerzo de pecador ante vosotros para confesar que soy un mal escritor; por favor, no se lo contéis a nadie. A cambio, prometo ser vuestro amigo más gracioso, de esos que aparecen en las películas americanas que nadie entiende. Es verdad: ni siquiera soy gracioso, algún defecto debía tener. Reconozco que hay cosas que no se cambian, aunque cada vez que se dice eso lo que se desea es cambiarlo todo.

De cualquier modo, prometo actuar como un amigo más; uno de esos que se acuerdan de vosotros en el cumpleaños… o en Navidad. (Bueno, los de Navidad no son amigos, no os engañéis). Así, en plan amigo, conquistaré este mundo cruel. ¿No me creéis capaz? Conozco muchos trucos para que no dejéis de leer. Prometo desvelar deseos ocultos, extrañas tretas de los semejantes que intentan desviar vuestra atención. Si la recuperáis, descubriréis el engranaje oculto que mueve al mundo, y no os quedará otra que contarlo: así quedaréis como los listos, mientras ellos seguirán siendo los tontos.

Tan sabio es este Edelmiro Fugaces Iglesias. Solo necesito un metro cuadrado para cavar vuestra tumba; solo un segundo para comprender que así pierdo el tiempo. Todos mis lectores deberían ser inmortales y ricos, inmensamente ricos e inmensamente inmortales. Aunque ser inmortal ya es, de por sí, algo inmenso. No estaría mal serlo varias veces, tener varios cuerpos con recuerdos distintos y gozar por siempre de ellos. Hacer lo que nos dé la gana y que además parezca correcto. Pero no: somos imperfectos y dormimos cada noche con nuestros errores. Tal vez ahí radique la razón de mis dudas sobre las previsiones de la pitonisa. No me engañas con tus tretas, bruja; sé que puedo tener éxito.

El éxito es un arma escurridiza que no entiendo, aunque me seduce. En el fondo, soy un animal mediatizado por los prejuicios. Vive rápido, pero no hagas un bonito cadáver. ¿Lo quiero todo? Tal vez manipulo datos incomprensibles a simple vista. En el fondo me entendéis; y si no, disimulad. Justo ahora, un intruso ha empezado a leer. ¿Estás en contra del préstamo de pago? En verdad, la cultura debe ser libre. Y no lo digo por la Red de Redes —ese nuevo Rey de Reyes que triunfa y donde, sí, has descargado el libro—. Dedico este texto a los perplejos: os doy mi apoyo de corazón. Yo también soy uno de vosotros, aunque necesito vuestro dinero.

¡Dame algo! podría ser otro título. No me importa que intentéis tomarme el pelo. No abordo las pasiones humanas por avaricia, sino por incrementar las estadísticas. Por eso dejo mi número de cuenta: el 666 —el de La Bestia que llevamos dentro, nuestro diablo personal—.

Debemos someternos a la insignificancia del significante. Solo así venceremos este lodazal lleno de mosquitos. Entonces respiraremos el aire puro de tu orgasmo. No te ofendas, mujer casta: el placer ha sido estafado por maleantes que se amotinan contra la juerga. Debemos recuperarlo, aunque ello ofenda la inocencia perdida.

El circo cotidiano de los ridículos culpables. Adelanto de "Placer culpable". Ya a la venta en Amazon por 1€

 



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Este circo incluye múltiples espectáculos. Pongamos, por ejemplo, las caricias, las risas, también ciertos casuales encontronazos en la vida, aquella sorna, la misma delicia de mis labios entre los tuyos. Y sin embargo, oigo voces que son la tuya, y las multas ascienden entre los índices que tocan tus pezones ilusos, camisa a la que ahora pertenezco; pezones ilusos o ilusionados, no hay término medio; tampoco en el recuerdo, accidente «in itinere» de mi sangre tras la tuya. Nuestro encuentro parece «Misión imposible», Tom Cruise de aquel insulto; croissant del día anterior, café frío, volvíamos por el oscuro camino que conduce a un siniestro en aquel circo, en aquel circo de sueños ilusos, ilusos o ilusionados, no había niños.


domingo, 9 de noviembre de 2025

Crítica literaria de “Placer culpable”. Ya a la venta en Amazon por 1€




Placer culpable irrumpe como un golpe de voz: un libro torrencial, lúbrico y lúcido, que convierte el insomnio en poética y la culpa en motor rítmico, con una personalidad verbal que desarma y seduce a partes iguales. Es una apuesta híbrida —entre la crónica íntima, el poema en prosa y la autoficción musical— que invita a leer con el oído y con el pulso.


Tesis y tono

- El narrador, tan cínico como vulnerable, arma una máscara brillante que juega con la provocación para revelar una sensibilidad ferozmente honesta; el humor negro abre paso a una emoción que late bajo cada salto asociativo.

- La metaficción es aquí un pacto generoso con el lector: el texto se sabe texto y lo celebra, bordando una liturgia del deseo que oscila entre la carcajada y el vértigo, sin renunciar a la elegancia de la frase.


Un imaginario que pega

- El narrador, tan cínico como vulnerable, arma una máscara brillante que juega con la provocación para revelar una sensibilidad ferozmente honesta; el humor negro abre paso a una emoción que late bajo cada salto asociativo.

- La metaficción es aquí un pacto generoso con el lector: el texto se sabe texto y lo celebra, bordando una liturgia del deseo que oscila entre la carcajada y el vértigo, sin renunciar a la elegancia de la frase.


Arquitectura híbrida

- El libro avanza por módulos que dialogan entre sí como tracks de un LP: “Preámbulo”, “Un mal comienzo” y “Noche” actúan como bisagras, mientras los poemas en prosa intercalan respiraciones y cambios de tempo.

- La repetición es un recurso deliberado: como en una sesión de DJ, los leitmotivs vuelven con variaciones de timbre y de luz, sosteniendo un trance narrativo más sensorial que argumental.


Estilo y músculo verbal

- El fraseo tiene swing: cortes secos, ráfagas imaginales y un uso desafiante del imperativo que le confiere teatralidad; la dicción mezcla barrio y biblioteca con una naturalidad poco frecuente.

- Cuando vira al verso, no se ornamenta: condensa, acelera y afina; cuando se expande en prosa, apuesta por una cadencia confesional que recuerda diarios lúbricos y cierta tradición rioplatense.


Piezas que brillan

- Preámbulo: mito del origen del deseo en clave de insomnio y televisión en blanco y negro; instala tono, ética y tesis con precisión emocional.

- Un mal comienzo: la escena‑araña es icono del libro; cuerpo, amenaza y delirio metafísico fundidos en un plano memorable.

- Noche: la mini‑novela de la banda ofrece dramaturgia pura —ascenso, máscara y caída— y abre un pasillo de aire sin perder el pulso lírico.

 Para quién es

- Lectores de narrativa de riesgo, amantes del poema en prosa y de la autoficción que no teme el cuerpo; quienes disfrutan de una prosa que se baila y se piensa a la vez.

- Sellos de crónica literaria y narrativa híbrida con sensibilidad para el erotismo inteligente y la experimentación formal.


Veredicto

- Un debut rotundo de voz y ritmo: Placer culpable convierte la culpa en arte de alta temperatura y confirma que el riesgo, cuando es consciente de su música, se lee con placer.


Ana Ríos 

Un pensamiento arrogante. Anticipo de “Placer culpable” (ya a la venta por 1€)


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Como no te pares, te mato; ponte ahí y no protestes, haz honor al concepto de mujer. ¿Quedamos para ir de compras? No tiene importancia, ahora todo vale, incluso el onanismo salvaje, con prisas, mientras en la habitación de al lado hablan de la liga de fútbol, compitiendo. Dame un kilo de manzanas. ¿Qué hora es? Llegas tarde. Luego asaltamos el banco, el banco de los donantes de semen.

Otro niño cae de rodillas, no vio el paraíso abierto delante de sus narices. No quiero lentejas, no me saben. El puente deja pasar al barco, alguien pesca un pulpo que se agarra a tus senos. ¿Quién pidió ensaladilla? Noto cierto aire suspicaz. El lector acaba engañado, no entiende ni media palabra. La mano llora en otro lado. Despídeme de todos, hoy es la fecha señalada.

Alguien ha muerto delante de un cruce de caminos con un deseo dirigido a un cruceiro. Desciendo desde el cielo, desde este paraíso tropical, contento, aunque harto de tantas súplicas. ¿Quién me ha llamado?

Quizás el lado complaciente de la vida que me otorga ciertas ventajas es el que me obliga a agarrar tu cabello y traerlo cerca, aquí mismo, en el centro del huracán, con prisas, luchando por no alcanzar el cenit y sin embargo alcanzándolo. La fruta está barata, el resto sobraba, incluso las revistas de chicas baratas con ganas de compañía fácil.

El botín nos puede arreglar la vida; han puesto precio a nuestras cabezas, somos los más buscados del vecindario, las ganas se retuercen víctimas de nuestro orgasmo.

Como no te pares, te mato; ponte ahí y no protestes. Necesito tus medias, tus bragas, necesito verlas ahí abajo, huérfanas, náufragas, sin el sustento de tu cuerpo, derrotadas por mis manos hambrientas; ya lejos las copas, las risas y las miradas que han desaparecido para dejar sitio a otras cosas.

Hay cosas que algunos buscamos entre trapos, colonias y recuerdos de la infancia (estamos de rebajas); dame tu juguete, ahora: lo necesito; verlo ahí abajo, huérfano, náufrago, sin el sustento de tu cuerpo, derrotado por mis manos hambrientas, simple eufemismo de lo que intento, simple sucedáneo de un hambre milenaria que entre letras confusas represento.

Para los curiosos, diré que el tema de mis divagaciones constituye un asunto sin importancia, pues parece un sucedáneo de mi paraíso particular. Lo esencial, a estas alturas, es imbricar las ideas en torno a los espacios vacíos del papel, siendo más necesaria la forma que el fondo. Con ella procuraré una efímera conexión; así ya os puedo decir que por aquí podéis encontrar todo lo que concierne a mi propio homenaje. Por eso carece de dedicatoria, precisamente por la injusta causa de estar dedicado a su mismo autor; un autor que tejerá su discurso con la ayuda de un público que ya está buscando la salida de incendios ante esta fogosa pero inútil explicación. No os asustéis de mi osadía y procurad recordar aquel momento de cariño con el cual desde ahora os voy a intentar provocar.

Necesito que empujen; aguanta el tirón, como si no pasase nada, tan solo el triste tiempo que nos trae el pasado; ahora quedo sin futuro, corrido, listo para frotar mis pocos pelos y despeinar tus hermosos cabellos.

Un traficante de momentos, un ser iluso de regreso a un atisbo de felicidad. Sin ella, muerto delante de tu sonrisa, como un niño, como un ogro, con la única posibilidad de que otro orgasmo mejore lo presente: haz honor al concepto de hembra.