Sofía se puso de pie, con el papel temblando en sus manos. Leyó con voz apenas audible:
Querido Mateo:
Tenías veinte años y yo dieciocho. Me dijiste que yo era lo único real en tu vida. Me lo creí. Dejé la universidad para seguirte a Barcelona. Dejé a mi familia. Dejé todo. Y cuando me dejaste, no supe quién era sin ti. Tardé diez años en aprender mi nombre otra vez. Y aún hoy, cuando alguien me mira como me mirabas tú, siento que vuelvo a caer. Siempre caigo. Siempre.
Sofía
Cuando terminó, estaba llorando. Clara le acercó la caja de pañuelos, pero fue Adrián quien se levantó y le puso una mano en el hombro.
—Está bien —le dijo con voz suave—. Ya pasó.
Sofía asintió, pero siguió llorando.
Nuria miraba al suelo, incómoda. Teresa tenía los ojos húmedos. Leo observaba a Sofía con una expresión indescifrable.
—Gracias, Sofía —dijo Clara—. Lo que has compartido es muy importante. El patrón que describes —esa caída— es algo que vamos a explorar juntos.
Sofía se sentó de nuevo, abrazándose las rodillas.
La sesión continuó. Teresa leyó su carta con voz temblorosa, hablando de un amor adolescente que se convirtió en matrimonio y luego en jaula. Adrián habló de Elena, su esposa muerta, con una contención que partía el corazón. Nuria se negó a leer, pero admitió haber escrito algo. Clara no insistió.
Cuando terminaron, eran casi las dos de la tarde. Clara les pidió que dejaran las cartas en la caja de madera.
—Las guardaré aquí. Al final de la semana, cada uno decidirá qué hacer con ellas: quemarlas, llevárselas, dejarlas aquí. Pero de momento, esta caja es un espacio seguro.
Uno a uno fueron depositando sus cartas. Clara las recogió con cuidado, sin leerlas. Cuando todos salieron a comer, ella se quedó sola en la sala.
Abrió la caja. Las cartas estaban dobladas, anónimas. Menos una.
Una carta escrita en un papel distinto, más grueso, con letra temblorosa que parecía antigua. Clara la abrió.
Clara:
Nunca debiste volver.
El corazón se le detuvo. Miró alrededor. La sala estaba vacía. Volvió a leer la frase.
Nunca debiste volver.
¿Volver? ¿Volver adónde? Nunca había estado en Villa Bruma.
O eso creía.
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