Repentinamente, atronó un rayo invisible dentro de mi cabeza; a través de él, siento que me están observando, que estos pensamientos no son míos; quizás este Sol frío sea de mentira, o en este bar lloró más de una mujer por un amor cuya correspondencia no llevaba matasellos.
Mientras empiezo a dar mamporros, elucubro la posibilidad de cambiar unos días de aires, de hacer una escapada para soltar lastre y evadirme.
Después de desaparecer mi obsesión, comienza a caer una tremenda tormenta que pronto escampa. Salgo entonces a la calle y me cae a gota del torpe, del desahuciado, del falso santo sobre el que desciende un cínico Espíritu Santo.
Miro el cielo, que empieza a escampar, y apuro el paso. Mientras regreso a casa con las buenas nuevas, siento el fracaso de mis esperanzas. No dejo de estar orgulloso de mi resistencia a lo marcado, pero, por otro lado, desciende mi autoestima ante tanto éxito fácil.
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