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miércoles, 29 de octubre de 2025

Un buen tenor. De “El libro verde (versión autorizada)”


Siempre me consideré una mezcla de acontecimientos ingeniosa. El primero fue mi nacimiento, o quizá mi Concepción, aquella chica que se evadía entre mis sueños. Bromeo, pero, si nos atenemos a la seria realidad, y dado que del proceso de procreación no he averiguado ningún detalle que no sepáis ya, centraré mi discurso en lo ocurrido en el momento de mi llegada al mundo. Intentaré iluminar lo sucedido basándome en hechos posteriores. Nadie me ha dicho si lloré mucho o no; pero, como siempre he sido muy plañidero a lo largo de mi existencia, estoy por asegurar que, en ese instante, hice chirriar todo mi repertorio. 

Seguramente, en aquel hospital nacieron y nacerían cantantes de todo tipo, pero ninguno acompasaría mejor el terror al nuevo mundo. Mis confesiones y certezas provocan ataques de pánico; por ello, estoy convencido de que ni los médicos ni las enfermeras pronosticaron una vida apacible para un retoño tan revolucionario y gritón. De cualquier modo, una vez que concluí que no había remedio, puedo conjeturar el acompañamiento al espectáculo general. 

El modo en que he odiado los hospitales pronostica, hacia el pasado y el futuro, un fervor endemoniado por alejarme de tanta gente vestida de blanco. Más allá de enfermos o muertos, los hospitales aterran porque imitan la perplejidad que sentí al leer Moby Dick. Reconozco que saco cosas de donde no las hay; pero, así como aquel libro trata de sueños verdes, mi terror proviene del color blanco. Odio las páginas en blanco, las mujeres vestidas de blanco, las ambulancias blancas, el equipo blanco (tiendo al azulgrana) y el detergente que lo deja todo aún más blanco. Además, me inquietan los hombres blancos, la cocaína, los albinos, los cerezos en flor, los paisajes nevados, la mente en blanco, el pelo encanecido y demás palideces. 

Ante tanta tristeza, y a veces repulsión, he deducido que mi desidia procede quizá de otra existencia anterior: tal vez de un accidente de esquí o de un golpe que te deja tan blanco que se puede decir que has muerto. Lo cierto es que, en el momento de mi resurrección —o nacimiento—, estuve bien vivo, tanto que exigí un esfuerzo adicional a mi madre. Como canta Enrique Iglesias —recurro a todo para explicarme—, fue casi «una experiencia religiosa», pues sucedió en domingo y en hora de misa. Que este dato sea premonitorio de mi afán de santidad o de mis conversaciones con mi compañero, el demonio (ese chiquillo tan devaluado en el índice de las iras malavenidas), constituye un hecho fundamental. Por eso espero que mi destino se aclare con el paso de las líneas. Ya desde este instante me propongo ordenar mis relaciones metafísicas. Mientras tanto, escucho una melodía céltica; el día sigue lluvioso cuando mi alma recuerda sus penas y alegrías. 

Si regresamos a lo esencial, mis primeros años fueron mi paraíso, pero también mi condena. Estaba programado con un código ajeno que destruye su esencia con cada paso que da. Para vencer, tendría que convertirme en programador; tarea que, desde aquí, procedo a esbozar. Manejaré todo tipo de memorias, todos los posibles lenguajes del mundo personal. Pretendo abarcar lo desconocido y lo familiar. Así que, amigos, familia y demás enseres, procedo a esculpir la mentira religiosa que es la vida. 

La vida, siempre tan rebelde, está a oscuras por culpa de las nubes, aunque tiene un cierto garbo y melodía, el preludio oficioso del otoño. En este día lluvioso he quedado con unos amigos para tapear, y mis padres han salido a pasear. Me pondré un impermeable y atacaré la llovizna como buen gallego. Exploraré, así, el sentimiento que despierta en mi espíritu la llegada de la noche a la ciudad. 

¿Qué sería de mi vida si no hubiera retornado a España? ¿Qué extraña jerga hablaría? La civilización progresa y nosotros no sabemos dónde descansamos. Debemos cantar todos a una para levantar nuestra patria salvavidas. El mundo padece catástrofes; pongamos, pues, cada cual su grano de arena y olvidemos las razones del destino. Si fuese holandés, vendría de vacaciones a España y entonces comprendería. Comprendería el sabor de los desterrados, necesitaría esa nueva comprensión que desde aquí intento alcanzar. Como dijo Octavio Paz, mis pasos se oyen en otra calle, pero la lluvia solo es real en la mía; en las demás sufre de meditaciones, ideologías o tragedias. 



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