Rogue One nos hace regresar al universo antigüo de Star Wars
que a todos nos gusta: La estrella de la muerte, los X-Wing, cazas TIE, la
Alianza Rebelde, El Imperio, los Stormtrooper... Un spin off debe ser una
visión alternativa de la misma historia, contada distinto y que solo recuerde
al original por elementos secundarios. Rogue One consigue eso. Conserva la
grandeza técnica ya no solo de la saga original sino de toda la creación de
Lucas. La espectacularidad de la banda sonora, la artesanal edición, la
fotografía de sombras y hasta la escenografía. En los detalles técnicos, ha
vuelto la Galaxia. Pero, para bien, ha desaparecido la historia original.
Es cierto que algunos elementos tambalean. La primera parte
tiene explicaciones sobrecargadas y hay recursos que parecen replicas del
pasado, como el nuevo androide. Me pregunto cómo consumirá esta historia
alguien que no sabe nada de Star Wars. Sobre todo con conceptos como La Fuerza,
un fuerte elemento de motivación espiritual, que no se explica. Quizás sea
imposible que la disfrute tanto como el que sí lo sabe. Ese es un problema que
solo resolverá el paso del tiempo.
En esta ocasión, Gareth Edwards es el responsable de que la
bifurcación que sufre el canon marca de la casa —sobre todo en lo tonal y en lo
formal— sea lo suficientemente acusada como para dejarnos disfrutar de algo
claramente atípico. Las líneas que servían de introducción a Star Wars: Una
Nueva Esperanza (1977) se dilatan para narrar con mayor profundidad cómo un
puñado de rebeldes consiguieron robar los planos de La Estrella de la Muerte
para dar sentido a una rebelión que comenzaba a parecer inútil. La ópera
espacial se entremezcla con el belicismo realista. La fotografía de Greig
Fraser, sobria y refinada, se adapta a esta nueva mezcla, así como la banda
sonora de Michael Giacchino, que lejos de imitar burdamente al maestro
Williams, intenta dejar su sello en cada una de las piezas que compone, aunque
eso sí, con irregulares resultados.
Con un argumento que nos recuerda a Los 12 del patibulo o a
Los Cañones de Navarone y con un desenlace pompeyistico, Rogue One: Una historia
de Star Wars, enlaza perfectamente con el episodio IV, gracias a un elenco
multirracial destacable, a una narrativa bien llevada, y a un conflicto
político que como una cebolla, está lleno de capas.
En definitiva, Rogue One sirve para dar un paso más allá en
el desarrollo de este universo desde un enfoque inexplorado y novedoso,
abriendo la puerta a toda una serie de “spin offs” que Disney tiene preparados.
Una historia de Star Wars que si bien al principio recuerda ligeramente a una
partida de Rol, poco a poco va tomando forma para presentarnos una buena
historia trabajada y cuidada en todos los detalles.
Se agradece que hayan tenido los huevos de salirse de el esquema típico de "buenos-mu-buenos vs malísimos-limón", que la fuerza aunque siempre presente no sea el centro de todo permitiendo mostrar un mundo sin Jedis y sobre todo, el mimo y absoluto respeto a la ambientación, decorados, escenarios, vestuario, historia e incluso personajes del Episodio IV sin dejar de aportar nuevas cosas de todo esto a la cronología de la Saga.
¿Se le puede pedir más? No, pero lo hay: tremendas
interpretaciones (sobresaliente para Felicity Jones, Mads Mikkelsen y Ben
Mendelsohn, aprobado justo para Diego Luna), un robot destinado a calar en la
cultura pop de los próximos cincuenta años (K-2SO, con voz de Alan Tudyk), un
Darth Vader acojonante (suya sería la secuencia más brutal de la película) y,
como gesto simpático para los fans, la reconstrucción en CGI del inolvidable
Peter Cushing. Vamos, que es un baño.
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