por Guillermo Samperio
http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=1765:el-sacrificio-andrei-tarkovsky&catid=184:samperinas
Sacrificio narra, en principio,
la historia de Alexander, un hombre al parecer agnóstico pero lo
acompañan otras ideas. Es escritor, crítico de arte, ex actor; vive
aislado con su hijo de unos 6 años. Se presume que cohabita con su
esposa, una hija de unos 20 años y una sirvienta. Además, hay otra
sirvienta de entrada por salida de nombre María. Habitan una agradable
casa de madera de una isla sueca cercana al mar. El día del cumpleaños
de Alexander, éste se encuentra plantando un árbol con su hijo enfermo
de la garganta, lo cual no le permite hablar; la fecha es 18 de junio
de 1985. Lo visita un amigo suyo, Otto, cartero y recolector de
historias extrañas (hasta el momento lleva 284 reunidas), un tanto del
“más allá”. Mientras la familia se reúne para celebrarlo (la esposa, al
parecer la hija y un médico que llega con ellas), Alexander está
afligido por la pérdida de espiritualidad que asola al mundo
contemporáneo (estamos hablando de 1985, fecha de la película, aunque la
idea y buena parte del guión lo tuvo Tarkovsky quizá unos diez años
antes).
Los temores del protagonista demuestran
estar fundados cuando, durante el día, llega la noticia por la
televisión de un imperioso conflicto nuclear a nivel mundial, lo cual
implicaría un desastre global. A partir de ese momento, Alexander está
dispuesto a sacrificarse por toda la humanidad. Promete a Dios que
abandonará sus bienes y renunciará a su propio hijo si concede otra
oportunidad al mundo. El final definitivo e irreversible está cerca. Su
peculiar amigo el cartero acaba convenciéndolo de que una de sus criadas
(María) es una mujer con poderes extraordinarios y que tiene la
potencia mágica de salvar el momento mediante la unión carnal con ella.
Vale decir que el día se oscurece de
forma parcial, alguien, algún presidente, o una autoridad mundial,
anuncia por la televisión que la catástrofe es irreversible. La noticia
afecta a cada uno de forma distita: la esposa de Alexander se pone
histérica y el médico (seguro amante de ella; en una escena d se los ve
besándose) le aplica una inyección en el brazo, lo mismo que hace con la
hija, pero ésta se encuentra tranquila, pero acepta la inyección (hay
entre el doctor y ella una forma de complicidad semejante entre éste y
la madre), semejando, de forma simbólica, ser la doble de su madre.
La destrucción de la Tierra horroriza a
Alexander. Ante el inminente fin de todo, parece perdido, no hay forma
racional de detener lo que la razón y las ciencias provocaron. Él
recurre a la oración e implora; en forma doliente reza “El
padre nuestro” y otorga en sacrificio a su familia y a su adorado hijo
(aquí nos remite, de alguna manera al sacrificio de Abraham); pero no
es suficiente y tiene que ofrendar su formación lógica-intelectual y
creer en algo mucho menos sofisticado, básico y tradicional.
La unión con María (sus cuerpos flotan
mientras hacen el amor) salvará a la humanidad. Después de esto,
Alexander quema su casa con el fin de cumplir su ofrecimiento y renuncia
a su hijo como prometió (“padre, ¿por qué me has abandonado?”), a pesar
de su gran amor por él. María va corriendo detrás de una pequeña
ambulancia blanca con cruces rojas a los lados; lleva a Alexander
cautivo por un médico y sus enfermeros.
El sacrificio es una película sobre la ausencia de espiritualidad en el mundo y el predominio tiránico de las ciencias y la tecnología.
En la cinta, los personajes deambulan
como conciencias extraviadas y obsesivas. Lo notamos al ver que no hay
planos cercanos a ellos, sino sólo en crisis, en un disturbio. La cámara
se sitúa a distancia, las expresiones de ellos son lo que menos
importa, es el momento lo que nos mantiene atentos para percibir el
transcurso del filme y su desenlace. El rodaje de la película ocurre en
la casa y su entorno cercano. Por ello, hay momentos semejantes a una
excelente representación teatral, nada rígida, sino con la plasticidad
fílmica necesaria.
El suceso del árbol seco que florece, con el cual Tarkovsky inicia la película (los japoneses lo llaman ikebana) es
muy importante porque nos remite a la humanidad sin espíritu, que sólo
florecerá cuando sus individuos con fe y profundo misticismo cambien. Y
ellos, en rigor, serán los que permuten la dirección que lleva la
humanidad hasta nuestros días. En sí las religiones establecidas, como
el catolicismo, el judaísmo o el protestantismo, entre no pocas, forman
parte del sistema destructivo de la Tierra; son cómplices de la
concentración de capital y de las construcciones monstruosas, de las que
incluso los árabes, el Islam, son cómplices (piénsese sólo en Dubay).
El componente esencial del largometraje
es, sin duda alguna, la Espiritualidad en lo fundamental de dos
manifestaciones religiosas: una de oriente y otra de occidente. La
antigua tradición religiosa japonesa junto con tal vez un cristianismo
primitivo predominan, aunque hay instantes que podrían calificarse de
mágicos (el momento en que Alexander hace el amor con María y la cama
levita cerca de un metro).
Los 284 acontecimientos extraordinarios
que colecciona Otto, el Cartero (como en la foto que una señora se hizo y
a la que, al entregársela el fotógrafo, ella se da cuenta de que
aparece a su lado su hijo muerto veinte años antes en la guerra). De
esta forma vemos que el Cartero, el que trae “la buena nueva”, funciona
entre enviado y arcángel, descubridor de sucesos fuera de la lógica
mundano-científica. Alexander sacrifica su formación lógica-intelectual
inducido por Otto, quien lo induce a Alexander a hacer el Amor con
María, aludiendo a que ella es bruja benigna y que con su unión salvarán
al mundo (no tiene caso hablar del obvio simbolismo del nombre
“María”). Este momento es sublime y se muestra una escena muy hermosa:
los cuerpos flotan, haciendo una alianza intelectual, religiosa y
pagana. Esta unidad conducirá a una humanidad genuina, única como anhela
Alexander con el fin de poder salvarla. Aquí nos remite al nacimiento
de Jesús en el nuevo surgimiento (véase citas bíblicas Juan 18:38, Mateo
6:9-13).
El silencio: en la
cinta percibimos un silencio prolongado en la mayoría de las escenas. El
principal silencio se presenta en la mudez provisional del hijo, debido
a una operación de garganta. Alexander, en cambio, está condenado a las
palabras y por tanto a la angustia. Fue actor y, en esa profesión, al
ser los otros sentía que cada vez más no era él; era los otros y se
alejaba cada vez más de sí mismo, especie de locura, quizás; ahora es
crítico de arte y habla de forma extensa con el niño. Esto lo vemos
claro en las constantes pláticas-monólogos de Alexander con el pequeño.
El padre se mete tan de lleno en su pensar, externando “que el desastre
del mundo es inminente y que el hombre ha perdido su espiritualidad en
pos del raciocinio y la ‘civilización”. Incluso, de momento se sienta
contra un árbol, sigue hablando sin darse cuenta de que su hijo ya se
distanció de él. En el momento en que se da cuenta de ello, lo empieza a
buscar y, al no encontrarlo, se desmaya y aparece la primera escena
onírica de El sacrificio. En ella vemos dos escaleras de
piedra, una a cada lado de la pantalla y, bajo ellas hacia el centro, el
piso blanco con trapos y objetos sucios y revueltos de manera
desordenada entre la humedad. Esta escena aparecerá más adelante
invadida de personas que se mueven de modo errático, chocando unas con
otras. La primera alude a la ausencia; la segunda a un posible caos
debido a que se está hablando ya de una guerra definitiva en el mundo.
Un cierto pensar existencialista ciega a
Alexander ante el silencio de su hijo, quien es el único que, en rigor,
lo escucha. Vale decir que aunque los familiares de Alexander, el
médico y una de las sirvientas, tienen una relación entre ellos e
incluso conversan, Tarkovsky trabaja las escenas con cierta intención de
que el silencio predomine en los personajes, dando la sensación de que
las relaciones entre ellos son demasiado procaces. La sutil música
japonesa que aparece en el filme refuerza la sensación de oquedad .
Aquí vale la pena mencionar la música de Bach, la cual contrasta con la
melodía de Oriente e incluso es utilizada por el director de El sacrificio
en momentos relativamente cotidianos. La combinación de música,
diálogos y silencio ésta muy bien equilibrada. Los silencios cobran
importancia ante las escenas de importante dramatismo (la escena en que
el protagonista se escapa en la bicicleta facilitada por Otto, en la que
llega a media noche a casa de María, cuando él y María levitan en la
cama de ésta).
El tiempo: El tiempo no
se define con nitidez en la cinta; las tomas son largas, atemporales.
Todo sucede, en la práctica, en 24 horas. Mas la semi- lentitud de la
película parece alargar su temporalidad. Hay planos fijos, los
personajes utilizan monólogos extensos, combinados en ocasiones con
silencios importantes, el color en la fotografía (extraordinario) hace
uso de tonos apagados, texturas muy marcadas y claroscuros. Escenas
importantes transcurren en el exterior: las escenas del árbol sin raíces
en el día o las de la familia en la semi-oscuridad de la tarde, además
de la fuga del protagonista hacia la casa de María durante la noche
clara. Cada toma casi hipnotiza y hace que separemos el sueño, el
momento que vemos y lo real. Pero la fotografía es la única que nos da
el tiempo transcurrido en las escenas de El sacrificio. La
profundidad del campo captada por los movimientos suaves de la cámara
nos provoca un estado de contemplación ajena al tiempo, pero a la vez un
vacío, algo de depresión. Y el tiempo se detiene hasta el momento del
sacrificio. Como el nuevo amanecer, la cinta toma un color claro,
normal.
Simbolismo: Desde el
inicio de la película encontramos varios símbolos: uno de ellos aparece
en el comienzo y en varias escenas del largometraje: es el cuadro de “La
adoración de los Reyes Magos” de Leonardo da Vinci. Durante los
créditos, se mantiene la figura de un niño de pie cuyo rostro es
horrendo-cadavérico; cuando están terminando los créditos sube la cámara
y al fin vemos al “niño” bello, lo cual crea serio contraste entre
ambos pequeños (luego aparecerá el hijo de Alexander, en quien su padre
tiene puestas las expectativas de un nuevo mundo, una nueva humanidad).
El simbolismo podría apuntar a que de la “maldad” de los judíos y, por
tanto, de los romanos, advendrá una época de serenidad para los humanos.
Además, en torno de la adoración del niño dios, se está generando una
batalla a caballo, en la que la cámara no se detiene, sino que sólo la
registra. Sin embargo, casi terminando los créditos de inicio aparece la
fronda de un árbol en realidad hermoso, además del cielo límpido y de
inmediato se ve a Alexander al lado de su hijo pequeño plantando un
árbol que no tiene raíces. El padre le dice al niño que si durante más 7
años se riega a diario tal árbol en una hora exacta, éste echará raíces
y vivirá, lo cual implica una disciplina del espíritu, del amor por la
naturaleza, el respeto y la trascendencia de sí mismo, fusionándose el
espíritu del hombre con el del árbol, y por tanto con el de la
naturaleza.
En el inicio, el proceso anterior parece
una locura, pero al final sabemos que dándole respeto, amor y
disciplina a la naturaleza, la humanidad sobreviviría largo tiempo. Pero
resulta obvio que Tarkosky nos está trasmitiendo la idea de que para
sobrevivir resultaría bueno seguir la disciplina japonesa y, por lo
tanto, el mundo no habría quedado en manos de políticos siniestros,
religiosos fulleros y científicos arrogantes.
La música
resulta muy importante a lo largo del filme: escuchamos
"ErbarmedichmeinGott" de Johann Sebastian Bach, “Señor ten piedad de
mí”, la cual en el contexto resulta medio horrenda, aunque no es lo
mejor de Bach y con seguridad Tarkosky la eligió en este sentido. Ésta
se liga al nacimiento del cristianismo (el cual, en sus últimos momentos
no deseaba Jesús) y al principio de una nueva era. También oímos a
Watazumido-Shuso con su flauta de bambú japonesa, la
verdadera espiritualidad que, con su constancia, hace surgir las
creencias que emergen de la tenacidad y la rectitud, ligadas al árbol
seco que llega a echar raíces. Además, un canto tradicional sueco
vinculado con la autenticidad de la tradición popular.
Se cita a Nietsche de
quien se puede deducir que el silencio de Jesús es la retirada de los
ideales que estaban promoviendo él y los apóstoles, en especial Pablo.
Resulta creíble que Jesús haya hablado con Pablo (no con los romanos ni
los judíos cuando fue juzgado) para que se cancelara el movimiento
apostólico con el fin de que Roma siguiera dominando y pudiera someter y
por lo tanto acabar con los judíos. Resulta obvio que la ambición de
Pablo lo dominó y junto con los demás auto-nombrados apóstoles crean el
nuevo testamento, que en rigor es un plan de guerra contra Roma a tal
grado que hoy en día la basílica de San Pedro está en territorio romano.
Pablo creo el nombre de Cristo, su resucitación y que hasta voló, como
los personajes de García Márquez, es decir una serie de fábulas que
seguimos sufriendo hoy en día. La guerra que propone Tarkosky y que va a
ser exorcizada por la juntura de la sirvienta (bruja romano-sueca) con
Alexander quien renuncia a todo poder en la Tierra, a lo que se negó
Pablo, logra la salvación del mundo y todo regresa al orden que se había
perdido con la supuesta guerra. Digo supuesta porque en El Sacrificio
priva la ambigüedad: no sabemos si los sueños que atribuimos a
Alexander sean sueños del niño que se encuentra dormido y, por los
tanto, los sueña y los hace realidad y quienes los experimentan son los
adultos.
Tras haber repasado, de alguna manera,
los símbolos de la película, vale la pena referirse a los personajes:
María, Alexander, su hijo mudo, el cartero, Víctor, la esposa y su hija
El nombre de María, la unión de ella y Alexander, el silencio ,el orar y
el creer que con su fe salva a la humanidad.
En la escena de la quema de su casa,
Alexander se ha puesto una especie de kimono negro con el símbolo del
yin y el yan a la espalda dentro de círculo que corresponde, y con ello
borra todo pasado con el fin de que la familia tenga o tome una
determinación de su vida junto con Víctor, el cínico doctor de la
familia, pero no de Alexander, quien en su aparente locura también
sacrifica a su hijo, quien simboliza el estado más natural cercano de él
y del nuevo mundo. Ese fuego purificador en el que convierte la casa
que inmola Alexander al final del filme, arde al mismo tiempo toda su
vida anterior, pero poco importa, pues el mundo vuelve a caminar y se ha
salvado gracias a un solo hombre, que ahora, en consecuencia, debe
cumplir la promesa hecha a Dios y a la antigua religión japonesa que
funda la resurrección del árbol sin raíces y renuncia a todo, incluso a
su hijo.
El niño, acurrucado en el árbol seco
(que rechaza a la humanidad marchita con fe sin fe), mientras él
representa el nuevo humanismo; con el acto de fe de regar el árbol seco
recupera la voz y las palabras de su progenitor salen de su boca
infantil: “Y primero fue el verbo ¿por qué papá?” La emoción emana y es
en este momento en que la cámara capta todos los símbolos y nos muestra
los momentos únicos de la película: la copa del árbol, el agua, la
humanidad y la naturaleza. El metraje empieza y acaba en un mismo
espacio; junto al lago la cámara se desplaza hacia los lados y vemos lo
terrenal, mientras en un segundo plano vemos lo espiritual: el árbol que
renace y se eleva.
El niño se convierte en adulto al asumir
el papel del monje mencionado por su padre, invirtiendo los papeles en
el que el niño se vuelve adulto. Por lo tanto el niño es el padre de su
padre vuelto niño.
La locura aparente de Alexander
concluye con el sentir de que gracias a su sacrificio el mundo tendrá
espiritualidad y la esperanza de ver otro amanecer.
El sacrificio es una obra
maestra (de las pocas del siglo XX) que nos permite explorar la
espiritualidad del alma. Es un momento alucinado, entre la vigilia y el
sueño y, sobre todo, que nada parece real. Cada personaje juega un papel
importantísimo para comprender “el sacrificio”. Cada personaje tiene un
rol importante de interpretación: hay desolación, añoranza y deseos de
un cambio en cada uno; en la familia de Alexander y el médico su
salvación es irse a Australia a partir de un aparente pesimismo del
doctor.
FICHA Año de producción: 1986 País: Francia, Reino Unido, Suecia Rodada en Gotland, Suecia Dirección: Andrei Tarkovsky Intérpretes: Erland Josephson, Susan Fleetwood, Allan Edwall, GuòrúnGísladóttir, Sven Wollter, Valérie Mairesse, Filippa Franzén Guión: Andrei Tarkovsky Fotografía: Sven Nykvist Duración: 149 min.
Ganó cuatro premios en el Festival de Cannes, algo que nunca había sucedido:
el Gran Premio del Jurado, el Premio del Jurado Ecuménico, el premio
FIPRESCI y un premio especial a la contribución artística para Sven
Nykvist.
Suecia: Premio Escarabajo de Oro a la Mejor Película del Año (1986).
Valladolid: Espiga de Oro (ex aequo),
junto a un premio especial a Sven Nykvist por la mejor fotografía, XXXI
Semana de Cine de Valladollid (1986).
Sacrificio es
el único guión que Tarkovski escribió sin la colaboración de otro
coguionista. El descubrimiento de cierta fe es el tema principal de la
película. Fue su última película. Muere a la edad de 54 años de cáncer
pulmonar el 29 de diciembre de 1986, en París, el mismo año en que
terminó la película.
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lunes, 19 de diciembre de 2016
El Sacrificio/ Andrei Tarkovsky
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