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jueves, 30 de octubre de 2025

Suerte aciaga. De “Poemas de catarsis y desarraigo”


 

Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.

ÁNGEL GONZÁLEZ

 

La alegría de sus ojos
contra el odio de su boca
desatan batallas en mi interior,
y es tal su mísera grandeza
que como nenúfar reflota
sobre su propia belleza.

 

Gracia

Esquiva

Nace

Muere

Aniquila.

 

Sus palabras son piedras preciosas
que transforman la calma del paisaje
en miedo hacia la caída;
y cuando mis rodillas tocan el suelo
borbotan sangre
en el daño cargada de ira.



Gracia

Esquiva

Nace

Muere

Aniquila.





miércoles, 29 de octubre de 2025

Los Suaves

Mirando pasar los días

asomado a este balcón,

exiliado de la vida

pues dicen que perdí la razón.

Y al ver cómo andan las cosas

os voy a pedir un favor: y es que

si preguntan por mí,

diles siempre que no estoy.

LOS SUAVES



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En el filo de la navaja. De “Sí preguntan por mí, diles siempre que no estoy”


 

Los últimos ideales no cayeron

de corrupciones o vanas mentiras,

porque los odios y pasiones sátiras

del alma más noble al fin salieron.

 

Valores, ideales al tomar vuelo,

avasalladores quemaron la pira,

de todo lo funesto idiota ira

que luego los pobres no resistieron.

 

Ganó la verdad sobre la fuerza,

del cielo descendió dios y volvía,

mas no hubo fuego que vida tuerza.

 

Así pues, los diablos luego rompieron

la tenue luz que bien y mal resolvía,

condena para el último sincero.


 

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El paraíso perdido. De “PARANOIA”

 Lucía lo necesitaba, fue un amor imposible, su corazón y su cerebro estaban en un reino encantado. No la habría venido a buscar una vez más por mucho que quisiera. En aquella época poco entendía de amor, pese a ello, algo conseguí. Ella aceptó la invitación, parecía una mujer madura cuando se presentó. Podía dominar el corazón de un hombre, aunque no la lucha de Miguel.

Entonces Dios habló a lo pequeño, asustó su inocencia con esa voz que siempre llevamos dentro, la voz era del niño que fui, su regañona pronunciación dijo que tenía miedo de amar y perder. Incluso así, el amor volvió a encontrarme, lo había buscado en los confines, apareció cerca.

Sin embargo, Miguel dejó de buscarlo, siempre dijo que constituía un esfuerzo inútil, que no valía la pena, ahora nadie puede salvarlo. Cada día abro la ventana y el amor inunda mi alma. Él, en cambio, solo encuentra sufrimiento en este mundo que no lo reconoce. Ya me imagino lo que habrá pensado en algún momento de cada uno de nosotros, sus amigos.

Hoy en día no es mi principal aliado, tampoco mi mejor compañero de aventuras; de eso no tengo dudas; debería considerar el empezar a plantearme ciertas preguntas.

Los demás hablan pestes de él, no lo hacen porque le tengan envidia o sea una mala persona. Si lo razonamos bien, el hecho puede parecer fuera de lugar. Nada malo, la verdad, no nos ha hecho; debe ser por el hecho de tener unos ciertos tonos, unos ciertos planteamientos que descolocan a las convicciones más antiguas, el que por culpa de ellos acabes aborreciéndolo.

 Cuando empieza a quejarse del mundo y sus habitantes, nunca nos incluye entre sus verdugos; sin embargo, uno no puede evitar verse reflejado en sus esquemas de lo odiado. Luego, al comparar las vidas de cada uno de nosotros, percibes que la vida lo ha tratado mal, aunque no hasta el nivel de sus quejas diarias.

Pongamos, por ejemplo, mi caso: estoy casado (pero también él), y sí, es cierto, tengo trabajo fijo, además de dos preciosas hijas; aun así, no se puede decir que mi situación económica sobresalga mucho sobre la suya. Las dificultades a final de mes nadie nos las quita, veces hay que tenemos que estrechar el cinturón.

Incluso con apuros económicos, no increpo a los poderes establecidos de la sociedad, ni adopto una actitud que pasa de la euforia más irracional a un pesimismo de vagabundo. Según él, tenemos que unirnos a la causa, a sus creencias, ignora que mora en una realidad que no existe.

Sus invenciones son simples subterfugios para que tengamos pena, también para que al instante pasemos a adorarle igual que a un líder de una extraña secta satánica.

Así, en una filosofía que debe tanto a la divinidad caída, constituiría un olvido imperdonable que no hubiera mencionado la extraordinaria perseverancia, la terquedad que ha enfocado su vida en discrepancia con las dos mujeres con las que ha vivido.

En primer lugar, en relación con su madre, la pobre y resignada señora Ana, tan apasionada de la religión, tan de Jesucristo como guía y modelo a seguir. Después con Lucía, una mujer con talento desperdiciada en una relación ruinosa. Ambas han sufrido y sufrirán por Miguel; ambas han intentado reconducirlo sin éxito, él no solo no les ha hecho caso, sino que se ha reafirmado más en su estilo de vida, en una libertad a cualquier precio, en una búsqueda del trago que por fin ilumine el camino hacia el ansiado paraíso.

Hay días en que pienso que no sería extraño que mi amigo cometiese un crimen, afirmo mi diatriba a pesar de que a casi todo el mundo lo considera buena persona.

En el fondo, y según ciertos filósofos, las personas somos bondadosas, son las circunstancias las que nos llevan por el camino de la depravación. Solo hay que ver la evolución de otro amigo de nuestra infancia. No voy a pronunciar su nombre, desde que murió es un tabú entre nosotros. Cuando aún no habíamos hecho la primera comunión, nuestro amigo común ya era el líder indiscutible, como buen jefe de la banda nos guiaba en nuestras cacerías a través del monte urbano que disfrutábamos en nuestro barrio de arrabal.

Alguna que otra vez, nos peleábamos con los niños de un barrio vecino y, si salíamos mal parados, aquel amigo era el primero en organizar una venganza. Por desgracia, los problemas familiares le condujeron a un exceso mal medido, después la falta de medios incitó una serie de crímenes, el resultado fue acabar con nuestro antiguo jefe de correrías en la cárcel. Allí se suicidó, o a lo menos eso dijeron las autoridades, esas mismas que despiertan el recelo de Miguel.

Al ver el cambio que ha experimentado nuestro barrio y sus habitantes, aquella historia, no tan lejana en el tiempo, parece una leyenda, también reconozco que forma parte de nuestro destino, no importa que nos alejemos de ella comprando posesiones y vistiendo ropa de marca. Debemos reconocer que siempre formaremos parte de los suburbios y tendremos en el pensamiento que nuestro verdadero destino era acabar víctima de las drogas o trabajando de obrero mal pagado.

Por suerte, nuestros pobres padres lucharon por nuestro porvenir para darnos una educación, aunque fuera en colegios que parecían reformatorios. Luego el destino convirtió la zona pobre en rica, labor efectuada debido a la construcción de un hotel y un centro comercial, de esta forma nuestras inocentes gamberradas quedaron sepultadas bajo toneladas de cemento; así los pisos, antes baratos, se convirtieron en un bien de lujo.

Cuando Miguel dejó el barrio, poco después de cumplir los veinte, una lluvia de críticas caía sobre nosotros. Él estaba consumido por lo que había vivido. Dejó aparcado delante de su destino los remordimientos que los demás no asumimos, parecía que hubiera vuelto a casa y lo recibieran con un idioma extraño. En verdad, la culpa quedó varada en medio de su camino; luego él se sentó en una silla hecha de odio, igual que un gran cuervo comenzó a graznar sin descanso sus ocurrencias.

No importaba que lo hubieran visto miserable y sucio en cuanto a gestos. El manto de la podredumbre y la decadencia lo cubriría como si hubiese nacido con él, como si juntos formasen una sustancia inseparable; sí, realmente era una parte integrante de su esencia, como su propia sombra impresa en el suelo, juntos e inseparables, como en una boda, para siempre.

Con tal carga ha desperdiciado la friolera de casi veinte años, protestando con su desidia contra lo que le sucedió a ese amigo del cual no me atrevo a pronunciar su nombre; por otro lado, quizás Miguel también lucha contra lo que se ha convertido su antiguo barrio; en el fondo constituye su forma de decir que se considera inocente y a la vez culpable.


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Un buen tenor. De “El libro verde (versión autorizada)”


Siempre me consideré una mezcla de acontecimientos ingeniosa. El primero fue mi nacimiento, o quizá mi Concepción, aquella chica que se evadía entre mis sueños. Bromeo, pero, si nos atenemos a la seria realidad, y dado que del proceso de procreación no he averiguado ningún detalle que no sepáis ya, centraré mi discurso en lo ocurrido en el momento de mi llegada al mundo. Intentaré iluminar lo sucedido basándome en hechos posteriores. Nadie me ha dicho si lloré mucho o no; pero, como siempre he sido muy plañidero a lo largo de mi existencia, estoy por asegurar que, en ese instante, hice chirriar todo mi repertorio. 

Seguramente, en aquel hospital nacieron y nacerían cantantes de todo tipo, pero ninguno acompasaría mejor el terror al nuevo mundo. Mis confesiones y certezas provocan ataques de pánico; por ello, estoy convencido de que ni los médicos ni las enfermeras pronosticaron una vida apacible para un retoño tan revolucionario y gritón. De cualquier modo, una vez que concluí que no había remedio, puedo conjeturar el acompañamiento al espectáculo general. 

El modo en que he odiado los hospitales pronostica, hacia el pasado y el futuro, un fervor endemoniado por alejarme de tanta gente vestida de blanco. Más allá de enfermos o muertos, los hospitales aterran porque imitan la perplejidad que sentí al leer Moby Dick. Reconozco que saco cosas de donde no las hay; pero, así como aquel libro trata de sueños verdes, mi terror proviene del color blanco. Odio las páginas en blanco, las mujeres vestidas de blanco, las ambulancias blancas, el equipo blanco (tiendo al azulgrana) y el detergente que lo deja todo aún más blanco. Además, me inquietan los hombres blancos, la cocaína, los albinos, los cerezos en flor, los paisajes nevados, la mente en blanco, el pelo encanecido y demás palideces. 

Ante tanta tristeza, y a veces repulsión, he deducido que mi desidia procede quizá de otra existencia anterior: tal vez de un accidente de esquí o de un golpe que te deja tan blanco que se puede decir que has muerto. Lo cierto es que, en el momento de mi resurrección —o nacimiento—, estuve bien vivo, tanto que exigí un esfuerzo adicional a mi madre. Como canta Enrique Iglesias —recurro a todo para explicarme—, fue casi «una experiencia religiosa», pues sucedió en domingo y en hora de misa. Que este dato sea premonitorio de mi afán de santidad o de mis conversaciones con mi compañero, el demonio (ese chiquillo tan devaluado en el índice de las iras malavenidas), constituye un hecho fundamental. Por eso espero que mi destino se aclare con el paso de las líneas. Ya desde este instante me propongo ordenar mis relaciones metafísicas. Mientras tanto, escucho una melodía céltica; el día sigue lluvioso cuando mi alma recuerda sus penas y alegrías. 

Si regresamos a lo esencial, mis primeros años fueron mi paraíso, pero también mi condena. Estaba programado con un código ajeno que destruye su esencia con cada paso que da. Para vencer, tendría que convertirme en programador; tarea que, desde aquí, procedo a esbozar. Manejaré todo tipo de memorias, todos los posibles lenguajes del mundo personal. Pretendo abarcar lo desconocido y lo familiar. Así que, amigos, familia y demás enseres, procedo a esculpir la mentira religiosa que es la vida. 

La vida, siempre tan rebelde, está a oscuras por culpa de las nubes, aunque tiene un cierto garbo y melodía, el preludio oficioso del otoño. En este día lluvioso he quedado con unos amigos para tapear, y mis padres han salido a pasear. Me pondré un impermeable y atacaré la llovizna como buen gallego. Exploraré, así, el sentimiento que despierta en mi espíritu la llegada de la noche a la ciudad. 

¿Qué sería de mi vida si no hubiera retornado a España? ¿Qué extraña jerga hablaría? La civilización progresa y nosotros no sabemos dónde descansamos. Debemos cantar todos a una para levantar nuestra patria salvavidas. El mundo padece catástrofes; pongamos, pues, cada cual su grano de arena y olvidemos las razones del destino. Si fuese holandés, vendría de vacaciones a España y entonces comprendería. Comprendería el sabor de los desterrados, necesitaría esa nueva comprensión que desde aquí intento alcanzar. Como dijo Octavio Paz, mis pasos se oyen en otra calle, pero la lluvia solo es real en la mía; en las demás sufre de meditaciones, ideologías o tragedias. 



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Verónica. De "Muerte y orfandad”

 Verónica era una chica de color, si aceptamos la definición que aceptan por aquí; en definitiva, descendía de esa raza de personas traídas de África con la misión de servir; a pesar de este designio divino, algunos de los miembros de esa vieja y, a la vez, ignorante estirpe, no soportaban emparentarse con un sicario. Nunca habían manifestado en público su posición con respecto a sus padrinos, sin duda por el miedo que los consumía, del mismo modo que lo hacía la ausencia total de oportunidades en la patria que los adoptó, aunque esa adopción fuera a la fuerza. A pesar de su ignorancia, sabían lo que no convenía hacer, del mismo modo que un perro sabe el sitio donde le dan comida, también el lugar donde solo recibe palos. Miguel Ezequiel sabía que los culpables habían sido ellos, los que le habían metido en la cabeza todas las ideas sobre el honor y la honestidad. Un negro no tiene más honor u honestidad que el que dicta el cuerpo, quien no lo crea así debe escapar de ellos, pues acabarán por comer los ojos a los seres que los protegen. Incluso así, hay algunos que, ante un rayo de luz, se creen los amos del mundo, esa idea nadie se la iba a quitar del pensamiento.

Siente un frío de los que calan, agobia tanto como el calor húmedo de su tierra, el reuma de los tiempos corrompidos asfixia el olor salvaje de un tiempo que se aleja. Los temblores y la desidia vivirán en lo olvidado; mientras, su hijo dormirá en una desconocida habitación, lo hará sin saber nada del fin de su madre ni tampoco de la reciente llegada de un padre estupefacto.

La herida había cicatrizado antes de abrirse, la sangre sabe a limonada barata con vinagre. Miguel ha ido a visitar a Verónica en un intento de averiguar y pedir explicaciones. En la dirección que llevaba sonsacada (en la misma Comunidad Autónoma donde ahora asesina sin compasión), solo encontró a Susana, una vieja amiga que también había abandonado el país por desconocidos motivos. No la recordaba tan desabrida a la vez que impertinente, cuando le abrió la puerta, ya sabía que Verónica no estaba allí.

Ni allí ni en ningún sitio. Regresaba a donde no debía salir, al menos sin un consentimiento de la noche traidora. La amiga le ha informado, aparece ante sus ojos como la enviada que nunca miente; aparece y desaparece en su chute de cristal quebradizo, honesta con su desgracia, concisa en las palabras que jamás debieron ser dichas, las que siempre se pronuncian. En el amor no hay reglas, tampoco en las peleas alejadas del jugar por deporte. Huimos de nuestro destino, este siempre nos alcanza. Resulta inútil el buscar un refugio, pues estamos condenados a ir de un lado para otro. Condenados por el frutero de las sonrisas culpables, por el prestigio de una belleza que aniquila. Como una paloma pisoteada que no puede dar otro paso, todavía menos alzar un mínimo vuelo, así nos vemos defraudados por esa mano que nos alimenta, esa mano llamada vida y que pronto se convierte en su contraria la muerte, en un abrir y cerrar de ojos, sin previo aviso.

Las chicas de su país solo valen para dos cosas, una ya no le servía a Verónica. El ansia de olvidar y la facilidad que le mostró la advenediza Susana han configurado el marco en el cual ahora fallece. De nada sirve el error controlado, la fuga de insultos, la cataplasma caliente que rebosa entre las neuronas. No hay secretos, huimos por la carretera de una sola vía. Si hubiéramos intentado sacarlos de su ruido, nos volveríamos sordos de tanto gritar.

Ella no quiso su dinero, dejó una nota diciendo que prefería volver a empezar. Un gato maúlla en el rellano. Entre gente con ideales, no entre asesinos y caciques. Por eso se fugó a España, la otra tierra de oportunidades. Ahora te enteras de que vendió y cobró, de que la amiga tiene un extraño compañero de piso que empieza a protestar; ahora, en tu enfado de desgraciado, de cojines que sonríen al invitado, al presunto inocente que va a tocar su cuerpo. Los gusanos te devoran, contestas con cañonazos, quieren mecerte a su antojo, esta vez no vas a ganar como tienes acostumbrado a tus jefes, a los otros, a los que te alimentan. Nunca hubo felicidad, peor: ¿qué es eso o también aquello? Estamos dentro de una ciénaga, no hay más canciones para un final feliz.

Todo comenzó con una huida a escondidas, al igual que la otra, la del primer disgusto, aquella de la cual no recuerda su nombre. Un terremoto aúlla en el vapor inconcluso de un insulto temprano, un vapor en su memoria de libro abierto, con gran probabilidad un diccionario de idiomas lleno de frases incompletas. Puedo escribir cualquiera cosa, decir que Miguel José Ezequiel también es inocente, como los que engullimos su historia en este amanecer despedazado; puedo escribir cualquier cosa con las palabras que conozco, quizás no las comprenderéis sin la ayuda de un experto. Un experto en amores perversos y conocedor del sabor a sangre caliente en pellejos distintos al que le obliga el destino a portar. Si olvidamos la belleza del riesgo, comprenderíamos que nos hacemos cargo de todos sus defectos, incluso nuestra propia muerte en los proféticos brazos de un malhechor con apenas clemencia.

Todo se reduce a un tráfico de intereses, el hombre difiere menos del mono que la rata del ratón, también las luciérnagas despiertan confesiones eucarísticas desde los dinosaurios, solo el poeta es consciente de su sacrificio ingenuo. Por eso me expreso con tergiversaciones, pues sé que Darwin ha muerto, el siguiente en la lista evolutiva es el que esto escribe.





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martes, 21 de octubre de 2025

"Siguiendo una pista" de MUERTE Y ORFANDAD (GRATIS en Amazon hasta el 23 de octubre)

 




L

e dio trescientos euros, lo pertinente por la información dada. Desde la primera vez que acudió a los servicios del peculiar confidente, nunca más volvió a tener un dolor de barriga; por un lado, quedó decepcionado del masaje, por otros motivos disfrutó con los efectos. No se podía ser al mismo tiempo un policía y un mal pagador. La relación se limitaba a este canje de información, relajación y dinero. Vivían para intercambiar su actividad clandestina.

Las paredes oyen, una buena información aparece a veces cuando ya no la esperabas, también viene de la gente que menos sospechas. Desde que era agente, se había olvidado de Dios, la religión ya no formaba parte de su proyecto existencial. No era uno de los preferidos del Comisario Fuentes, aunque hacía bien su trabajo.

El crimen de sangre había regresado la ciudad. Además, con un misticismo de telenovela sudamericana. Le señaló una dirección hacia la que dirigir sus pesquisas. Había aquellos desórdenes espirituales, aunque controlaba todo al mismo tiempo.

Estaba tratando de imaginar qué harían los fugitivos cuando los cercasen, cualquiera podía morir al instante siguiente. Las prioridades cambiaban. Y no solo cambiaban, sino que se mudaban a un lugar cercano al asesinato, no tenían miedo. Había que entrar en aquel piso. Contar hasta tres, no murió ninguno de los buenos. Alguno fingió ser inocente y cobarde. No había ninguno de los que allí estaban que se correspondiese a la descripción que les había dado la pareja amiga del asesinado, nadie parecía sudamericano, faltaba el plato principal.

Intentaba controlar el pánico, Ezequiel pasó de largo, continuó avanzando hacia un grupo de arbustos que tapasen la visión al par de policías de paisano que había abajo, tenían que ser policías. Permanecería unos minutos allí. Su expresión no era de miedo, sino de cálculo, estaba evaluando la situación.

Sin embargo, uno que estaba mirando desde la ventana dio la señal de alarma. Corrió hasta que se dejó de escuchar el ruido de las sirenas, luego anduvo desgarbado por el borde de la acera hasta la altura del estadio del equipo de futbol local. ¿Acaso podía ahora hacer algo más? Estaban rodeando la zona. Comprobó con sigilo si su arma tenía munición, antes llevaba más control con ese aspecto, ahora tenía dudas; tener un hijo descentra y preocupa, aunque no lo conozcas.

Al abrir la boca, le salieron las primeras palabras de una guerra eterna, una guerra que se había acentuado de forma imaginaria en el interior de la gran fantasía de las intervenciones policiales. Diserté sobre la importancia de lo irreal en la construcción de lo real. Desde aquel tiroteo, empecé a referirme al agente Eugenio con un respeto y una admiración nuevos. El peligro era inminente, su resolución también; efectuó tres disparos, solo falló uno. La expresión del asesino mostraba una emoción sin límites dentro de la historia; pese a ella, siguió corriendo a trompicones.

Algunas personas se acercaron insensatas a la calle. Nos dimos una señal de aprobación, continuamos después de unas respiraciones rápidas y profundas. El agente Pepe trataba de alejar a las personas que se habían acercado.

Lo cierto es que, al otro lado, se encontraba esperando su amigo de la infancia. Se asomaba haciendo guiños; paso a paso, llegó a la zona con los ojos enrojecidos, la situación requería un protocolo sincero. Observado desde los ojos de otra persona, lo que veía no le convencía, se habían acabado de repente las ganas de escapar. Se tomó su tiempo. Apuró el último trago de derrota, salió al encuentro.

No había aversión, quizás un poco de amor. Se había olvidado de comprar tabaco. Un último deseo para el condenado. Jugábamos a la ruleta y al futbol callejero, serían las cinco de la tarde, hacía frio, no llovía. Unos obreros estaban poniendo las luces navideñas. Por lo demás, parecía un día igual a otros muchos.

La ruta nocturna caía con el pulso de los grados etílicos, con el desgaste de los años universitarios. No le pregunté cómo se llamaba, fui directo al grano, la necesidad apremiaba. Queda muy lejos la solución de este desaguisado, el arroz salió muy blando, exceso de cocción, no le daba encontrado el punto exacto; incluso así, el pollo con brandy sabía a aventura.

Otro día cené cereales con cacao. Cacao del Caribe. No tenía ganas de hacer nada, salí del piso dispuesto a buscar revancha. El hijo no era mío, su padre era Miguel José Ezequiel, aquel gran desconocido. Hacía un día tormentoso cuando apareció, el mismo Diablo en persona estaba delante mía. En realidad, estaba en la habitación de al lado, que para el caso resulta igual, en la principal jugaba a las cartas con mis amigos más gamberros. Los echo de menos. La menstruación de una virgen salpica mis zapatos de gamuza. Aquel año no nevó, todo un misterio.

Soy demasiado sincero, lo expuesto exigía una rápida resolución. El agente que pagó al confidente redactó un informe excelso. Tengo guardada una copia en mi habitación, la guardo entre las páginas de un libro dedicado a la pintura de Picasso. Los genios al final se encuentran. Debería vender parte de mi extensa colección de documentos, también tirar a la basura algún libro de Derecho obsoleto, la mayoría de las leyes tienen fecha de caducidad, hasta cierto punto también las novelas.

La música llega a todas partes, el ritmo es un lenguaje universal. Así que ya puedes empezar a bailar, canta claro toda la retahíla de piropos. Estoy condenado a morir entre tus insultos. La heroína no me convence, la coca de relajarme pasa a atraparme en su atractivo metal azucarado. Estoy solo, la noche se acaba con un terremoto hecho a mi medida.

Demasiada calefacción en el centro comercial, la atmósfera parece una blasfemia. Sabe rica tu piruleta, soy grande; los gigantes del deporte patrio llegaron tarde; tenía que aprovechar la falta de competencia, el tanteo empezaba a ser favorable. Dos policías me pararon en la calle. Buscaban un negro asesino, confesé que todo lo escrito no era mío. Necesitaba una compensación, me devolvieron el carné intacto, prometieron vigilar a todos los presuntos delincuentes; me fui a casa con la conciencia tranquila, no podía pasar nada malo si la policía hacía bien su trabajo.

En otro sitio de la ciudad, habían perpetuado un atraco a una entidad bancaria, los datos concordaban con mi descripción. Resultaba ser el principal sospechoso; el niño te juro que no era mío; puede haber sido hijo de Miguel José Ezequiel. No sé el motivo para qué me lo atribuyan. Me gustaba divertirme, no ir preñando a las chicas como quien juega al bingo. Con razón o sin razón, el rumor se extendió. No soporto los rumores, en ellos estamos atrapados. Simples cuentos de la mayoría absoluta, justo la que me condenó a tu ausencia. De todas formas, no hay rencor por lo dado, tuve compensación.