Lucía lo necesitaba, fue un amor imposible, su corazón y su cerebro estaban en un reino encantado. No la habría venido a buscar una vez más por mucho que quisiera. En aquella época poco entendía de amor, pese a ello, algo conseguí. Ella aceptó la invitación, parecía una mujer madura cuando se presentó. Podía dominar el corazón de un hombre, aunque no la lucha de Miguel.
Entonces Dios habló a lo pequeño, asustó su inocencia con esa voz que siempre llevamos dentro, la voz era del niño que fui, su regañona pronunciación dijo que tenía miedo de amar y perder. Incluso así, el amor volvió a encontrarme, lo había buscado en los confines, apareció cerca.
Sin embargo, Miguel dejó de buscarlo, siempre dijo que constituía un esfuerzo inútil, que no valía la pena, ahora nadie puede salvarlo. Cada día abro la ventana y el amor inunda mi alma. Él, en cambio, solo encuentra sufrimiento en este mundo que no lo reconoce. Ya me imagino lo que habrá pensado en algún momento de cada uno de nosotros, sus amigos.
Hoy en día no es mi principal aliado, tampoco mi mejor compañero de aventuras; de eso no tengo dudas; debería considerar el empezar a plantearme ciertas preguntas.
Los demás hablan pestes de él, no lo hacen porque le tengan envidia o sea una mala persona. Si lo razonamos bien, el hecho puede parecer fuera de lugar. Nada malo, la verdad, no nos ha hecho; debe ser por el hecho de tener unos ciertos tonos, unos ciertos planteamientos que descolocan a las convicciones más antiguas, el que por culpa de ellos acabes aborreciéndolo.
Cuando empieza a quejarse del mundo y sus habitantes, nunca nos incluye entre sus verdugos; sin embargo, uno no puede evitar verse reflejado en sus esquemas de lo odiado. Luego, al comparar las vidas de cada uno de nosotros, percibes que la vida lo ha tratado mal, aunque no hasta el nivel de sus quejas diarias.
Pongamos, por ejemplo, mi caso: estoy casado (pero también él), y sí, es cierto, tengo trabajo fijo, además de dos preciosas hijas; aun así, no se puede decir que mi situación económica sobresalga mucho sobre la suya. Las dificultades a final de mes nadie nos las quita, veces hay que tenemos que estrechar el cinturón.
Incluso con apuros económicos, no increpo a los poderes establecidos de la sociedad, ni adopto una actitud que pasa de la euforia más irracional a un pesimismo de vagabundo. Según él, tenemos que unirnos a la causa, a sus creencias, ignora que mora en una realidad que no existe.
Sus invenciones son simples subterfugios para que tengamos pena, también para que al instante pasemos a adorarle igual que a un líder de una extraña secta satánica.
Así, en una filosofía que debe tanto a la divinidad caída, constituiría un olvido imperdonable que no hubiera mencionado la extraordinaria perseverancia, la terquedad que ha enfocado su vida en discrepancia con las dos mujeres con las que ha vivido.
En primer lugar, en relación con su madre, la pobre y resignada señora Ana, tan apasionada de la religión, tan de Jesucristo como guía y modelo a seguir. Después con Lucía, una mujer con talento desperdiciada en una relación ruinosa. Ambas han sufrido y sufrirán por Miguel; ambas han intentado reconducirlo sin éxito, él no solo no les ha hecho caso, sino que se ha reafirmado más en su estilo de vida, en una libertad a cualquier precio, en una búsqueda del trago que por fin ilumine el camino hacia el ansiado paraíso.
Hay días en que pienso que no sería extraño que mi amigo cometiese un crimen, afirmo mi diatriba a pesar de que a casi todo el mundo lo considera buena persona.
En el fondo, y según ciertos filósofos, las personas somos bondadosas, son las circunstancias las que nos llevan por el camino de la depravación. Solo hay que ver la evolución de otro amigo de nuestra infancia. No voy a pronunciar su nombre, desde que murió es un tabú entre nosotros. Cuando aún no habíamos hecho la primera comunión, nuestro amigo común ya era el líder indiscutible, como buen jefe de la banda nos guiaba en nuestras cacerías a través del monte urbano que disfrutábamos en nuestro barrio de arrabal.
Alguna que otra vez, nos peleábamos con los niños de un barrio vecino y, si salíamos mal parados, aquel amigo era el primero en organizar una venganza. Por desgracia, los problemas familiares le condujeron a un exceso mal medido, después la falta de medios incitó una serie de crímenes, el resultado fue acabar con nuestro antiguo jefe de correrías en la cárcel. Allí se suicidó, o a lo menos eso dijeron las autoridades, esas mismas que despiertan el recelo de Miguel.
Al ver el cambio que ha experimentado nuestro barrio y sus habitantes, aquella historia, no tan lejana en el tiempo, parece una leyenda, también reconozco que forma parte de nuestro destino, no importa que nos alejemos de ella comprando posesiones y vistiendo ropa de marca. Debemos reconocer que siempre formaremos parte de los suburbios y tendremos en el pensamiento que nuestro verdadero destino era acabar víctima de las drogas o trabajando de obrero mal pagado.
Por suerte, nuestros pobres padres lucharon por nuestro porvenir para darnos una educación, aunque fuera en colegios que parecían reformatorios. Luego el destino convirtió la zona pobre en rica, labor efectuada debido a la construcción de un hotel y un centro comercial, de esta forma nuestras inocentes gamberradas quedaron sepultadas bajo toneladas de cemento; así los pisos, antes baratos, se convirtieron en un bien de lujo.
Cuando Miguel dejó el barrio, poco después de cumplir los veinte, una lluvia de críticas caía sobre nosotros. Él estaba consumido por lo que había vivido. Dejó aparcado delante de su destino los remordimientos que los demás no asumimos, parecía que hubiera vuelto a casa y lo recibieran con un idioma extraño. En verdad, la culpa quedó varada en medio de su camino; luego él se sentó en una silla hecha de odio, igual que un gran cuervo comenzó a graznar sin descanso sus ocurrencias.
No importaba que lo hubieran visto miserable y sucio en cuanto a gestos. El manto de la podredumbre y la decadencia lo cubriría como si hubiese nacido con él, como si juntos formasen una sustancia inseparable; sí, realmente era una parte integrante de su esencia, como su propia sombra impresa en el suelo, juntos e inseparables, como en una boda, para siempre.
Con tal carga ha desperdiciado la friolera de casi veinte años, protestando con su desidia contra lo que le sucedió a ese amigo del cual no me atrevo a pronunciar su nombre; por otro lado, quizás Miguel también lucha contra lo que se ha convertido su antiguo barrio; en el fondo constituye su forma de decir que se considera inocente y a la vez culpable.
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