¿En qué invertir el tiempo?
He aquí el gran problema. Parece tarde, sobre todo para llegar a ser
hipnotizador de marujas con ganas de pasta —mi verdadera vocación, si miro
hacia un pasado confuso—. Aun así, no debemos rendirnos antes de tiempo: la
solución es posible incluso en este universo cruel. Por eso, y por ciertas
influencias que manejan mis movimientos, propongo desde este texto mejorar mis
estadísticas año tras año. ¿Qué tal duplicarlas en ese periodo? ¿Qué tal
convertirme en el nuevo guerrero del nuevo siglo? Perdonadme la redundancia,
pero, desde ya, me siento con fuerzas nuevas.
Por supuesto, debo aumentar
mis destrozos para atacar con todas las armas posibles a esas amas de casa que
buscan perder el tiempo. Yo soy vuestro hombre; podéis alzar las ganas cuando
suene la música. Pensaréis que digo cosas triviales, pero eso es porque no me
conocéis. Tengo admiradoras que serían capaces de todo por mí. Es una pena que
algunas sean lesbianas o anorgásmicas. Aun así, prometo no defraudarlas: me
hundiré hasta el cuello; y cuando el agua salada me cubra, pediré otro trago.
Sírvamelo con hielo, y si es Martini, que venga bien seco.
Nunca fui hablador, aunque,
cuando me suelto, logro superarme. También aquí tengo que mejorar. Ejerzo de
pecador ante vosotros para confesar que soy un mal escritor; por favor, no se
lo contéis a nadie. A cambio, prometo ser vuestro amigo más gracioso, de esos
que aparecen en las películas americanas que nadie entiende. Es verdad: ni
siquiera soy gracioso, algún defecto debía tener. Reconozco que hay cosas que
no se cambian, aunque cada vez que se dice eso lo que se desea es cambiarlo
todo.
De cualquier modo, prometo
actuar como un amigo más; uno de esos que se acuerdan de vosotros en el
cumpleaños… o en Navidad. (Bueno, los de Navidad no son amigos, no os
engañéis). Así, en plan amigo, conquistaré este mundo cruel. ¿No me creéis
capaz? Conozco muchos trucos para que no dejéis de leer. Prometo desvelar
deseos ocultos, extrañas tretas de los semejantes que intentan desviar vuestra
atención. Si la recuperáis, descubriréis el engranaje oculto que mueve al
mundo, y no os quedará otra que contarlo: así quedaréis como los listos,
mientras ellos seguirán siendo los tontos.
Tan sabio es este Edelmiro
Fugaces Iglesias. Solo necesito un metro cuadrado para cavar vuestra tumba;
solo un segundo para comprender que así pierdo el tiempo. Todos mis lectores
deberían ser inmortales y ricos, inmensamente ricos e inmensamente inmortales.
Aunque ser inmortal ya es, de por sí, algo inmenso. No estaría mal serlo varias
veces, tener varios cuerpos con recuerdos distintos y gozar por siempre de
ellos. Hacer lo que nos dé la gana y que además parezca correcto. Pero no:
somos imperfectos y dormimos cada noche con nuestros errores. Tal vez ahí
radique la razón de mis dudas sobre las previsiones de la pitonisa. No me
engañas con tus tretas, bruja; sé que puedo tener éxito.
El éxito es un arma
escurridiza que no entiendo, aunque me seduce. En el fondo, soy un animal
mediatizado por los prejuicios. Vive rápido, pero no hagas un bonito cadáver.
¿Lo quiero todo? Tal vez manipulo datos incomprensibles a simple vista. En el
fondo me entendéis; y si no, disimulad. Justo ahora, un intruso ha empezado a
leer. ¿Estás en contra del préstamo de pago? En verdad, la cultura debe ser
libre. Y no lo digo por la Red de Redes —ese nuevo Rey de Reyes que triunfa y
donde, sí, has descargado el libro—. Dedico este texto a los perplejos: os doy
mi apoyo de corazón. Yo también soy uno de vosotros, aunque necesito vuestro
dinero.
¡Dame algo! podría ser otro
título. No me importa que intentéis tomarme el pelo. No abordo las pasiones
humanas por avaricia, sino por incrementar las estadísticas. Por eso dejo mi
número de cuenta: el 666 —el de La Bestia que llevamos dentro, nuestro diablo
personal—.
Debemos someternos a la
insignificancia del significante. Solo así venceremos este lodazal lleno de
mosquitos. Entonces respiraremos el aire puro de tu orgasmo. No te ofendas,
mujer casta: el placer ha sido estafado por maleantes que se amotinan contra la
juerga. Debemos recuperarlo, aunque ello ofenda la inocencia perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario