La retrospectiva del artista en el museo Thyssen de Madrid ha sido la favorita de los lectores de EL PAÍS
Entendía que el arte es el esfuerzo de uno por
comunicar a los otros su propia reacción emocional ante la vida y el
mundo. Enemigo de la impostura y el artificio, Edward Hopper
(Nyack, 1882-Nueva York, 19667) es el gran retratista de la vida
moderna norteamericana. Admirado en todo el mundo, su obra no se había
podido contemplar de manera detallada en España hasta la exposición que
este año le dedicó la Fundación Thyssen, en Madrid, ahora expuesta en el
Grand Palais, en París, hasta mediados de enero. La devoción por el
artista estadounidense hizo que el museo alcanzara un récord histórico
de visitante: 322.437 entradas, un privilegio que hasta entonces lo
ostentaba Antonio López, con 317.977 entradas. La exposición dedicada a
El joven Rafael, en el vecino museo del Prado, se quedó en 306.000.
Comisariada por Tomás Llorens y Didier Ottinger,
director adjunto del Pompidou, la retrospectiva dedicada a Edward
Hopper, titulada sencillamente Hopper,
consiguió reunir nada menos que 40 óleos del centenar que llegó a
firmar a lo largo de su vida. Una notable selección de grabados y
acuarelas completaban la muestra coproducida con los Museos Nacionales
de Francia. En tres años de preparación, se consiguieron préstamos de
obras prodecentes de museos y coleccionistas privados de todo el mundo.
No pudieron traer Nighthawks (1942), una de sus obras más
populares, pero su ausencia no fue determinante a la vista de la masiva
acogida por parte del público amante del arte.
Organizada en orden cronológico, la exposición Hopper
recorría todos los grandes temas del artista. Contador insuperable de
los estados de ánimo a partir del paisaje y la arquitectura, muchos de
esos temas han inspirado e incluso han sido escenario de películas como El final de la violencia, de Win Wenders o, sobre todo, Psicosis, de Alfred Hitchcock.Esos temas protagonistas de sus lienzos (la
melancolía, la soledad, el miedo ante lo desconocido) están ligados a la
esencia del ser estadounidense y para ello escoge escenarios que hasta
entonces son desconocidos para los pintores europeos. Hopper coloca a
sus protagonistas en medio de viviendas y mobiliarios horrendos.
“Nuestra arquitectura autóctona”, escribe “con su espantosa belleza, sus
absurdos tejados pseudo góticos de mansarda francesa, coloniales o lo
que sea, pintadas o bien con colores que hacen daño a la vista o bien
con delicadas armonías de pintura descolorida, las casas pegadas una a
la otra a lo largo de calles interminables que desaparecen en el punto
de fuga de pantanos o montones de basura”. Con la misma desnudez recrea
los semáforos de los cruces de las calles, los tendidos eléctricos, los
trenes, los cadillacs; escenarios en los que los personajes respiran y
ven pasar las horas muertas en medio de un calor sofocante o del helador
frío del otoño. El Loop del puente de Manhattan (1928), Dos en el patio de butacas (1927), Sol de mañana (1952), Hotel junto al ferrocarril (1952), Gente al sol (1960), Oficina en Nueva York (1962), Habitación de hotel (1931), propiedad de Carmen Thyssen, o Dos cómicos (1966), su última pintura, son algunos de los hitos que han convertido esta exposición en la favorita de la temporada.
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