Hoy el festival del graffiti, mañana la exhibición de globos
aerostáticos, pasado una cita musical con decenas de conciertos al aire
libre. En Bristol siempre hay una llamada cultural a la que asistir, un
evento detrás de otro, una excusa para salir de casa y empaparse de las
manifestaciones artísticas a pie de calle. Por eso estamos, sin lugar a
dudas, en la ciudad más activa del suroeste de Inglaterra. Bristol tiene el encanto desaliñado que le concede una población
eminentemente joven, cuya estética alternativa le da un carácter
peculiar: pelos de colores, atuendos neo-grunges, tendencias trendys... en sintonía con una desenfadada arquitectura en la que caben provocadores murales al lado de sobrias iglesias góticas. Pero Bristol tiene también el privilegio de ser la cuna de Banksy,
el famoso artista del spray que ha dejado su impronta en las fachadas, y
de bandas tan imprescindibles como Massive Attack, Portishead o Triky,
que dieron a luz el sonido Bristol. Esto y la Universidad explican en
parte la desmesurada presencia adolescente que se deja sentir en la
ciudad. Y nada extraña que esté desbancando a Londres como destino
predilecto de los españoles para estudiar inglés.
Reciclada vida portuaria
Antes de este fervor juvenil, Bristol era una de las principales
metrópolis portuarias –siempre en competencia con Liverpool- que tejió
su vida en las márgenes del río Avon. De esta herencia marítima queda el
Floating Harbour o Puerto Flotante que hoy, extinguida
ya su agitada actividad comercial del siglo XIX, conserva el
romanticismo de sus muelles rescatados de las ruinas y reconvertidos en estilosos pubs y restaurantes. Al norte del Floating Harbour, en cuyo trayecto se asientan también atracciones tan variopintas como el M Shed (Museo de la vida de Bristol) o el Aquario,
se extiende el centro de la ciudad con su legado de iglesias
medievales: New Room o la primera capilla metodista del mundo, la
Catedral con la capilla de Lord Mayor enfrente, o, un poco más apartada,
St. Mary Redcliffe que, según aseguró la reina Isabel I, «es la parroquia más justa, respetable y famosa de Inglaterra». Sin embargo, no es el fervor religioso lo que más caracteriza a esta
ciudad de pasado contestatario que ha situado históricamente sus
protestas en Queen Square, un parque cuadrado en el
corazón de la zona vieja, rodeado de calles adoquinadas y grandiosos
edificios. Aquí, en los meses de verano, tienen lugar espectáculos de
teatro a cielo abierto, conciertos y otros eventos. Para el invierno, mejor el resguardo de los múltiples bares con música en vivo, como el Old Duke
en King Street, que atrae durante el día a un público no tan joven,
pero eso sí, aficionado al jazz (el nombre, por cierto, hace honor al
maestro Ellington). A un paseo, por si aprieta el hambre, se encuentra St Nicholas Markets, que en su variada oferta de comida incluye también las muy inglesas salchichas con alubias (banger and beans) o las patatas asadas con piel (jacket spuds).
Grandiosidad georgiana
Exceptuando –por suerte- el constante asedio de los turistas, hay una
zona de Bristol que nada tiene que envidiar a su vecina Bath en lo que
atañe a esplendor georgiano. Y esta zona es el barrio residencial de Clifton,
al noroeste, que ofrece la cara más apacible de la ciudad: calles
recoletas con pequeños cafés, boutiques y restaurantes; joyas
arquitectónicas como Cornwallis o Royal York Crescent; y casas elegantes
rodeadas de jardines donde reside la población más pudiente. Pero no hay nada de lo que los oriundos se sientan más orgullosos como del Puente Colgante,
diseñado por el ingeniero victoriano Isambard Kingdom Brunel. Esta
espectacular construcción que cruza la garganta del río Avon no sólo
tiene un atractivo especial para las filmaciones cinematográficas sino
también, y por desgracia, para los suicidas. Nada extraña si se tienen
en cuenta sus 75 metros de altura sobre un vertiginoso vacío. En las zonas ajardinadas de las proximidades, con sus vastos espacios
rodeados de árboles, se sientan a menudo propios y extraños para
contemplar este puente, indiscutible símbolo de Bristol. La panorámica
resulta perfecta: soberbias vistas sobre el desfiladero, la elegancia de
Clifton a un lado, y al otro, la ordenada anarquía del resto de la
ciudad.
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