He comprado una libreta, ahora,
apenas hace un momento. Calculo el precio, el desmadre de lo escrito en ella,
lo purgado en noches que fueron como días, pues lo tenía todo muy claro. Ahora
aquellas experiencias me sirven para un pequeño café, para que escriba en mi nueva
libreta.
Sueño con ser famoso, con ser un implacable
actor porno que fornica a la hija de las circunstancias perdidas. A todos
contesto con una sonrisa y pago el precio de la libreta (ella tan bonita)
mientras me sirven el café (que no pruebo) y un par de churros. Parece una idea
irrealizable, parece la carcoma que
devora lo escrito, sobre todo su estilo.
Nací lejos y muero cerca, invito a todos los
comensales para que devoren mi carne. En el fondo, ni yo mismo sé lo que hago,
pero lo anoto como si fuese cierto.
Por ejemplo anoto: La ciudad estaba
en fiestas, pero no conocía a nadie con quien pasarlas. Y después explico: Cómo
ignoraba las trampas del destino, cómo desconocía los recovecos de Dios que
ahora intiman con mi desequilibrio, afortunadamente mi ateísmo recalcitrante
trae momentos de gozosa espiritualidad al compartir esos momentos que nosotros
sabemos.
Enrollo la madeja entorno a mi pulmón con un
cigarro, escribo lo que no debiera escribir, vivo sin vivir al contar todas mis
intimidades. En el fondo soy una simple sanguijuela que busca un poco más de
dulce semen, una puta de las putas circunstancias, efímero como mi propia
libreta que acabo de comprar en el barrio rojo de mis vergüenzas.
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