El ansia de agradar distorsionaba el de apabullar.
Como un vasallo, entré en su reino feudal, para encontrarme con un exotismo
confuso; y es que desde un oriente taimado nacía su sonrisa, un oriente lejano
a las artes marciales o quizás muy cerca de ellas. Aun hoy ignoro como un
idiota seguro de cuatro verdades quedó tan fascinado por una belleza comprada,
luego ese mismo admirador se convirtió en un feto desparramado. Pese a ello, el
desorden se alió con lo grueso, pues la elección fue otra. Ninguna voz
protestó, a lo sumo gimió compungida en otro goce distinto al mío.
En la
intimidad tenebrosa, quedo mi mala conciencia. La cortante despedida aludía a
una jactancia, pero daba un cuarto al pregonero detrás de mis circunstancias,
pero aun así sabía que una intriga eterna y privada acababa de nacer. Nunca me
arrepentí de aquello pero la citada noche se convirtió en una esperanza
pesadilla. De todas formas, lo que puedo asegurar es que ella no tiene
semejante drama en sus telenovelas.
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