Fenómenos
paranormales con problemas familiares, la vida cotidiana del mal, el mal como
espectro, el fin del mundo, el comienzo del éxito, la caída en el ostracismo.
Todo aparece recogido en un conjunto de series que alumbran este comienzo de
milenio.
Tenemos
el privilegio de disfrutar del genio creador de los Estados Unidos de América
como nunca antes desde el cine de la primera mitad del siglo XX. La televisión
ese ser que se despliega en facetas que van de lo sublime a lo bochornoso
intenta salir del fango de lo regular que rodea este medio desde hace décadas.
Debemos
aspirar a lo máximo, ésa es la principal conclusión que saco del arte. Sentir
como se despliega la venta de un producto que habla de venta de productos,
fundirnos con una creación original y que llega a crear sentimientos alejados
de la rosa y la margarita, huérfanos del bien más precario y amenazante: el
éxito.
Trabajar
la mente, ese gran musculo, con tramas que se enredan hasta el exceso invitándonos
a no abandonar si no queremos perder el siguiente giro en el argumento. O con
el desarrollo de un criminal que es un ordinario que busca respuestas, con sus
depresiones, sus grandes preguntas, sus odios y amores tan similares a las de
nuestras vidas, a la mía (y eso que lo único que soy capaz de matar son insectos).
Los
crimines de Baltimore de The Wire,
esa gran mezcla de Expediente X con Buffy la cazavampiros que es Fringe, la lucha de los náufragos en Perdidos, la genial trama servida por
George R. R. Martin para Juego de Tronos,
la vida cotidiana de un seres tan alejados de los del Padrino como son Los Soprano pero que crean la misma
sensación de repulsión y simpatía; y muchas otras menciones que no caben aquí.
Sí, tenemos mucha suerte.
La
gente de mi generación sabemos lo que es sufrir esperando hasta que sale un
producto nuevo. Una Luz de Luna
protagonizada por un Bruce Willis con pelo pero más gracia que el actual
(independientemente de la valía de parte de su trabajo), la dureza y la ternura
de Canción Triste de Hill Street,
alguna serie de humor aunque la mayoría padecían de una dulzura mal llevada.
Sí, había cosas, aunque lo de ahora es una explosión de creatividad, una orgía
del arte con mayúsculas.
Gracias,
gracias y más miles de gracias, creía que Estados Unidos estaba muerto entre
ataques de pánico anti-terroristas, entre artistas que vendían sus intimidades
aún después de muertos, entre una violencia que surgía en medio de un marasmo,
de una prepotencia que asqueaba. Pero no, sois capaces también de lo mejor. De
tener artistas comprometidos contra las guerras, de deportistas ejemplares y de
este conjunto de series en donde se encierra el futuro del medio audiovisual.
El cine
aburre con sus repasos del pasado y sus infantiles superhéroes. De la música
mejor no hablar. Por suerte nos quedan las series, y también la literatura,
aunque de eso hablaré en otro post. No, afortunadamente Estados Unidos no está
muerto.
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