Al secarme
en esta vieja toalla se transmuta lo visto. Cuando regreso al mundo cotidiano
(que mora fuera de la bañera) intento relacionar materia con espíritu, para
lograr después desenredarme de esta madeja de telas de araña que es lo que vivo, para quitarme de encima el sabor del morbo masturbatorio.
No me comprendáis mal, sé que soy un pesimista, también un poeta; por eso aun
creo que en el arte está la salida pero también la trampa. Siguiendo su camino,
mis pasos buscan las sendas de otros días y, cual orfismo puro que escapa del
infierno uso como cuaderno de bitácora a
los imprecisos instintos, esos instintos que me incitan pero no me desatan.
Al final del camino, aparece el regreso a nuestra
Itaca particular; sea ésta la infancia, un amor o un momento. Quizás la mía es
una patria rectangular, un invernadero o, pensándolo peor, un ataúd de cristal
que no deja pasar la luz del Sol, mi única esperanza acaba cuando llega la paga, cuando puedo hacerme el valiente detrás de unos billetes, cuando puedo volver a verlas, ellas tan risueñas y desnudas. Aún así, sé que nunca me van a querer, que siempre tendré que crearme una historia.
Ante tal perspectiva, tal vez sólo queda esperar el
momento de atravesar el túnel que separa el más aquí del más allá. Como dijo
Neruda, el corazón lo atraviesa como un naufragio, aunque uno no cree que por
el túnel viaje nuestra alma, lo que en realidad pasan son nuestros pensamientos
racionales, los encorsetamientos encadenados al discurso pornográfico.
El
corazón merece hundirse en un mar lleno de coral, o explorar las sonrisas en
sus alas de mariposa, todas esas bellezas que aparecen detrás de los latidos
emocionales. Necesita, en definitiva, un refugio, aquí y en el más allá, un
lugar para que Penélope espere tejiendo nuestras galas mientras navegamos de
vuelta al puerto, del mismo modo que yo vuelvo al pasillo después de la corta
aventura, despues del onanismo salvaje con una mujer recordada o incluso podríamos decir inexistente; sí, soy un pesimista, y me invento amistades.
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