Hoy me he
levantado con ganas de llorar por la maldad que hay en el mundo. Quizás debiese
desconectarme de todos esos medios que actúan de cordón umbilical entre mi
humilde posición y esa enorme obscenidad que nos rodea; quizás me vendría bien
no andar por la calle; otra opción sería desconectar el teléfono y darme de
baja en esa gran entrada al infierno que es Internet. Pero no, prefiero seguir
interactuando y mantengo mi unión con lo ajeno. Evito de esta forma el ser un
vegetal y lo hago como si de eso dependiese mi vida, pero también como si fuera
algo habitual el jugarme ese precioso bien que es ser un ser viviente, y valga
la triple redundancia
En realidad soy
un héroe, pues ya debería estar muerto si analizamos los deseos de los demás:
mi vecina me quiere muerto por poner la música mi alta; mi jefa también para no
tener que soportar a un funcionario más del sistema que además no entiende de
cotilleos; a mi madre también le gustaría aunque lo niega, pero yo la espío y
le oigo decir cosas sobre estar siempre juntos; mis amigos están hartos de que
no les invite a copas y que decir del dueño de la cafetería al cual nunca le
dejo propina. Pero esto no es todo, si ampliamos el círculo nos encontramos que
los aficionados del equipo de mi ciudad tampoco me pueden ver pues soy del F.
C. Barcelona; por otro lado el
presidente del gobierno no aguanta que le vote pero a la vez estime cambiar mi
voto en las próximas elecciones; los de la derecha me miran como si fuese de
otro planeta y los de centro quieren que les acompañe en su bajada al infierno.
También los artistas no son menos: no soportan que me introduzca en sus vidas y
quieren castrarme por mis pensamientos obscenos con respecto a ellos
Visto lo visto,
hasta yo me sorprendo de mi buen humor y de la deferencia con que los trato. Sé
que un día me vencerán pero espero que al menos no lloren por mí. Yo en cambio
si lloro por ellos, porque la realidad se escabulle con la maldad que no
dominamos. El sufrimiento asciende más que desciende el Down Jones y no podemos
darnos cuenta que las hipotecas del sentimiento se pagan con dolores de
espalda, de esa espalda que no vemos pero que acaba por crearnos extrañas
posturas, y no precisamente las del Kamasutra.
De todas formas,
debo perdonarlos; mi vida no es tan importante aunque no pase de la media de
cobardía que nos ataca. Por eso me encierro en mi habitación y os escribo estas
frases: todo con la esperanza de que hagáis algo. Entendedme bien: a mi ya no
podéis salvarme, pues he inundado mi mundo de odio y ya sólo cabe la huída
hacia delante; ésta consiste en olvidar las certezas basiliscos y nadar en el
mar de la indiferencia. Un mar servido en vaso de tubo, con cubitos de hielo y
una mirada de satisfacción a la rubia oxigenada que estoy imaginando en mis
brazos.
Debería darme
vergüenza: la vida consiste en hacer algo más que dar las gracias a todos los
vendedores extranjeros de chucherías o películas piratas, la vida debe ser algo
más que avanzar con los ojos cerrados. En el fondo me tengo merecida mi ración
universal de odio ajeno; espero al menos que estas palabras me sirvan de
consuelo. Un consuelo de invernadero para criar las verduras del compromiso; un
consuelo con el que crear un sentimiento, no ya por mí, pues ya estoy perdido,
pero si por esos que me odian, pues nunca supe quererles como realmente me
quiero a mi mismo. Y es que en el fondo soy un egoísta con un cencerro para
evitar a todos esos seres tristes que diariamente salen a mi encuentro.
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