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Libros de Juan Carlos Pazos desde 1€

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domingo, 7 de diciembre de 2025

El Blog de José Torres Criado: FRANKENSTEIN. UNA BUENA ADAPTACIÓN QUE PIERDE ALGO...

El Blog de José Torres Criado: FRANKENSTEIN. UNA BUENA ADAPTACIÓN QUE PIERDE ALGO...: FRANKENSTEIN de Guillermo del Toro - 2025 - ("Frankenstein") Al analizar casi cualquier adaptación de "Frankenstein" (y ...


“EL EXPEDIENTE 47” (extracto)




Ricardo tuvo que apartar la vista de la pantalla. Las lágrimas nublaban su visión, ardían en sus ojos secos por la falta de sueño.

«No fue tu culpa.»

Pero se sentía culpable. De no recordar. De haber seguido viviendo mientras Sergio moría guardando secretos que lo habían destruido.

Secó las lágrimas con el dorso de la mano y abrió el segundo archivo.

Era una lista. Veintitrés nombres. Todos con iniciales en lugar de nombres completos, pero algunos eran identificables por los cargos que Sergio había anotado al lado:

J.L. - Alto cargo policial M.R. - Juez Audiencia Nacional C.V. - Empresario sector construcción F.G. - Político, CCAA

Y así hasta veintitrés.

Ricardo reconoció algunas de las iniciales. Gente que había visto en los periódicos a lo largo de los años. Gente que ocupaba posiciones de poder.

Gente intocable.

El tercer archivo era un audio. Duración: tres minutos cuarenta segundos.

Ricardo pulsó reproducir.

Al principio solo había estática. Luego, la voz de Sergio. Tensa, hablando rápido, como si temiera no tener tiempo de terminar:

«14 de marzo. 23:47 horas. Grabación personal. He recibido confirmación del testigo. Se llama Emilio Vázquez. Ex guardia de seguridad de la Fundación Santa Lucía. Nombre falso para la finca de Sierra Mágina.»

Ruido de papeles.

«Vázquez dice que vio cosas. Niños entrando. No los mismos niños saliendo. Personal médico. Equipamiento que no encajaba con un centro de acogida. Dice que hay archivos. Que los guardó como seguro de vida.»

Una pausa. Una respiración profunda.

«Mañana nos encontramos. Lugar neutral. Si consigo esos archivos, podré... podré terminar esto. Podré limpiar mi nombre. Podré ayudar a Ricardo a recordar sin ponerlo en peligro.»

Otra pausa. Más larga.

«Y si no vuelvo de esa reunión... si están escuchando esto porque encontraron mi cuerpo en el río o en cualquier otro sitio... que sepan que no me voy solo. Dejé copias. Dejé un rastro. Y alguien, tarde o temprano, seguirá ese rastro hasta el final.»

«El caso 47 no terminó. Nunca terminará hasta que se sepa la verdad.»

La grabación se cortó.


“EL EXPEDIENTE 47”. A la venta en https://a. co/d/cejm5hA

Una salida. De “El libro verde (versión autorizada)”



Deberíamos intentarlo; deberíamos reducir nuestras horas de sueño y dedicarlas a la labor masturbadora de leer revistas del corazón. Quizá así llegaríamos a comprender el mundo y su idiosincrasia; tal vez, guiados por esta búsqueda insensata, lograríamos descubrir lo que realmente preocupa a la gente aparte de tener sexo, dinero, y otra vez sexo después de conseguir dinero, aunque nunca antes. Así podríamos entender la causa de nuestras acciones más extrañas, que parecen provenir de lo más hondo del ser, pero, en el fondo, nacen de exhibirse e imitar a todos esos payasos fuera del sentido del humor. Con lo fácil que resulta dar con la gente adecuada y, aun así, caemos en la red embaucadora de los famosos, en sus dotes de equilibristas y su perversión.


Lo curioso es que, cuando accedemos a sus vidas, lo hacemos hojeando esas grandes enciclopedias del pensamiento contemporáneo y prodigando tal osadía como si fueran papel para la basura, aunque nunca como fieles termómetros de la sociedad y, sobre todo, de nuestros comportamientos. Pensaréis que no es cierto que las acciones de los famosos determinen nuestros actos, pues, al fin y al cabo, los que aparecen ahí no tienen nada que ver con nosotros; sin embargo, la realidad se esconde traviesa: nos interesan más que nuestros propios parientes y amigos.


Tanto interés no puede caer en saco roto; ellos nos dominan, y debéis creerme para intentar vencerlos. La salida está en comprender que, cuando leemos que la novia del torero se va a operar o que el cantante ingresó en una clínica de desintoxicación, esas dos simples noticias influyen en nuestro deseo de pasear el perro después de trabajar o en si nos parece bien que suba el precio de la leche (y eso que somos grandes productores, pero dejemos ese detalle).


Puede resultaros excesiva mi hipótesis, por eso os pido que razonéis —y nada mejor que hacerlo con sus armas—. Vayamos, pues, a la librería y agotemos todos esos documentos sociales. Hagámoslo, no porque muestren a miembros de la Corona en momentos íntimos censurables que encarecen la revista, sino para evitar especulaciones fatuas y usar nuestra prensa rosa para salvarnos.


Os parecerá una tarea inmensa, intentar salvarnos, pero tengo un plan: memorizar todos los datos, estudiarlos como si fueran temarios de una oposición, para interiorizar la vida de toda esa gente de bien. Una vez dentro, ya no podrán salir; nuestros huesos serán los barrotes de su cárcel, podremos manejarlos a nuestro antojo. Lograremos, así, que la novia del torero cambie de sexo y que el cantante se meta a monje. Pero, sobre todo, conseguiremos pasear el perro o comprar la leche sin remordimientos.


Así que ya sabéis: id todos al quiosco para empezar la revolución. Que no os tomen por tontos; se acabó ser monigotes en manos de los que mandan y gobiernan (que no son los mismos, aunque lo parezcan). De ahora en adelante, moveremos nosotros el mundo, y lo haremos mediante la ardua labor de atiborrarnos de ciertos bodrios para llegar a ser los jefes de quienes los generan. No penséis que estoy loco ni que lo estáis vosotros: otros pensadores tuvieron ideas más descabelladas, y hoy son héroes, algunos incluso dioses.


“El libro verde (versión autorizada)”. A la venta en https://amzn.eu/d/7QcJaIV

lunes, 17 de noviembre de 2025

La casa y la anfitriona. De "El laberinto de los afectos". Gratis el 18 de noviembre.


Gratis el martes 18 de noviembre en formato ebook-kindle en: https://amzn.eu/d/9Hc7xoY


La carretera terminaba donde empezaba el acantilado, Clara Vidal supo desde el primer momento que aquel era un lugar diseñado para contener secretos. Villa Bruma se alzaba contra el cielo plomizo del Cantábrico: tres plantas de piedra oscura, ventanales con marcos de madera pintada de blanco y un jardín salvaje que descendía en terrazas hasta los riscos. Al fondo, el mar. Siempre el mar, respirando con una paciencia antigua. La niebla llegó antes que Clara. No era una niebla normal: parecía tener dirección, avanzaba hacia ella con una voluntad propia. Cuando el coche tomó el último recodo y Villa Bruma emergió recortada contra el cielo, la casa no apareció, sino que se reveló, lentamente, la construcción había estado allí desde antes de cualquier mapa, más allá de cualquier recuerdo. Detuvo el motor. El silencio fue tan súbito que dolía en los oídos. No había coches. Ni luces. Ni el menor indicio de vida. Solo la sensación —absurda, insistente— de que la casa había estado esperándola. Cinco horas desde Madrid, cinco horas huyendo de su propia sombra. Y ahora, frente a aquella inmovilidad pétrea, Clara sintió que el tiempo no avanzaba, sino que se curvaba sobre sí mismo. Sacudió la cabeza. Profesional. Era una profesional. Siete días, cinco pacientes, un trabajo. Pero al abrir la puerta del coche, el viento la golpeó con un olor húmedo y denso, a mar, a madera vieja, a tierra removida. El estómago se le contrajo: era un olor que no recordaba… pero le resultaba insoportablemente familiar. La puerta principal se alzaba al final del sendero, oscura y cerrada, con una aldaba en forma de mano que parecía esperar la suya. Antes de llamar, la puerta se abrió sola. La mujer que apareció en el umbral tenía el cabello blanco y unos ojos azulados. —Doctora Vidal —dijo, sin sorpresa. Clara tragó saliva. —Sí. Soy Clara. —Le tendió la mano—. ¿Señora Losada? —Inés, por favor. —El apretón fue breve, seco—. Bienvenida a Villa Bruma. Entre antes de que la niebla cambie de idea. Dentro, el aire tenía otro peso. El vestíbulo olía a cera, a leña, a polvo contenido. Las paredes desnudas devolvían un eco leve, casi un suspiro. Un espejo ovalado reflejaba la escena con un leve retraso: cuando Clara movió la cabeza, su reflejo pareció tardar una fracción de segundo en imitarla. —Algunos dicen que las casas viejas tienen memoria —comentó Inés mientras echaba el pestillo—. Pero no todos entienden lo que eso significa. Clara sonrió, sin saber por qué la frase le había provocado un escalofrío. —¿Los demás huéspedes han llegado? —Mañana. Usted quiso venir antes. A veces es bueno llegar antes que los demás. Otras… no tanto. —Inés inició la subida por la escalera—. Venga, le enseñaré su habitación. Subieron por la escalera en silencio. El sonido de los peldaños era irregular: cada crujido parecía una respiración. En el rellano, un ventanal dejaba ver el jardín sumergido en la niebla. Entre las sombras verdes se intuía una forma circular: el laberinto. Clara lo observó un instante. —¿Vive usted aquí sola? —preguntó, solo por llenar el silencio. —Sola no —respondió Inés sin volverse—. Con la casa. Clara frunció el ceño. La habitación era luminosa, casi en exceso. Todo parecía ordenado, sin rastro humano reciente. En el escritorio había una llave de hierro y un jarrón con ramas de brezo. —No se adentre demasiado en el laberinto cuando oscurezca —dijo Inés antes de irse—. Hay caminos que no saben volver. Clara rio suavemente, aunque algo en la voz de la mujer la había dejado sin aire. Cuando la puerta se cerró, el silencio se estiró hasta hacerse tangible. Clara se quedó sola en la habitación, con la maleta aún en la mano y una sensación extraña anidándose en algún lugar entre el estómago y el pecho. Se acercó a la ventana. El jardín se extendía abajo, con setos recortados formando pasillos y encrucijadas. Al fondo, la línea del acantilado y el vacío del mar. El resto del día transcurrió envuelto en una extraña atemporalidad. Los objetos tenían algo de escenario detenido. Había venido aquí para dirigir un retiro terapéutico, nada más. Repasó los perfiles de los participantes. Cinco personas. Cinco historias de amor roto. Sofía Martín, 32 años. Escritora. Relaciones dependientes. Miedo al abandono. Busca validación constante. Adrián Vega, 40 años. Médico internista. Viudo reciente. Culpa. Incapacidad para seguir adelante. Teresa López, 60 años. Profesora jubilada. Matrimonio vacío. Deseo reprimido. Busca «sentir algo otra vez». Leo Ferrer, 28 años. Escultor. Narcisismo. Relaciones superficiales. Dice que viene «a estudiar las emociones ajenas». Nuria Gómez, 45 años. Empresaria. Escepticismo. Coraza emocional. Acude «obligada» por su expareja. Clara escribió unas notas para la sesión inaugural, pero las palabras no fluían como de costumbre. La casa parecía imponerse sobre su concentración, llenando los silencios con su propia presencia. Al cabo de un rato cerró el cuaderno y decidió explorar.


domingo, 16 de noviembre de 2025

Vivir sin trabajar (la gran orgía de la gula). De “Placer culpable”. Gratis el lunes 17




Debería existir una forma de vivir sin trabajar; ese sí sería el asparaíso perdido, y no aquel bosque lleno de mosquitos que Adán y Eva confundieron con el Edén. Tal vez, si entre mis vicios hubiese cultivado alguna actitud útil, habría podido convertirme en un experto en perder el tiempo. Podría incluso fundar una academia dedicada al arte de alcanzar estados graciosos de desahucio. Con los años, más almas desencantadas se apuntarían a mis cursos, destinadas a rebelarse contra el caos cotidiano. Con una buena campaña de publicidad llegaría a tener una legión de afiliados, y hasta me atrevería a montar una franquicia. Mi pareja haría de secretaria, y yo le dictaría todas esas falacias que tanto le divierten. Con paciencia, las ganancias crecerían, y gastaría el dinero en ampliar el negocio. Al fin y al cabo, eso es lo que me gusta.

Los patéticos periodistas solo saben repetir lo que sus amos les dictan. El placer, señores, no volverá. El sentimiento no se recupera, tampoco la libertad. Si llegamos a un acuerdo, será útil solo a unos pocos. Los derechos humanos se volverán una entelequia; las calles, una sombra de lo que alguna vez vivimos. El progreso es una utopía. Somos juguetes rotos desde antes de que lo nuestro empezara.

Empiezo a tener hambre, y no solo de dinero. Ella juega al cupón de los ciegos, más que por fe, por ahuyentar mi desprecio. La ciudad se prepara para la gran orgía de la gula: la comida que nos concede nuestro Salvador está a punto de volverse excremento. El agua se transformará en vino por obra y gracia de los taberneros; y tras entonar el cuerpo, los hombres se dispondrán a dar y a sufrir reproches. El mundo seguirá girando, y continuará cuando ya no estemos. Dejemos, pues, un mensaje de paz a nuestros herederos… aunque dudo que sean capaces de entenderlo.


PLACER CULPABLE. Gratis (formato ebook) solo el lunes 17 de noviembre en: https://amzn.eu/d/illYja9

jueves, 13 de noviembre de 2025

Promoción de ebooks a 1€


Aprovecha esta oferta. Todos los libros de Juan Carlos Pazos a 1€ en formato ebook-kindle en:

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miércoles, 12 de noviembre de 2025

Crítica de "Paranoia". A la venta en Amazon por 1€

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El libro "Paranoia" de Juan Carlos Pazos se presenta como una novela profundamente introspectiva y marcada por una voz narrativa cargada de humor negro, desencanto existencial y un agudo sentido crítico respecto a lo cotidiano.​

Sinopsis y temática principal

La obra narra la jornada de un protagonista que se mueve entre lo absurdo y lo burlesco de la vida diaria, atrapado en una rutina de matrimonio, resaca, pequeños dramas y existencialismo doméstico. El tono confesional permite al lector acceder a múltiples capas del yo y sus contradicciones, haciendo de la paranoia tanto una experiencia real como una metáfora del malestar contemporáneo. Se mezclan reflexiones sobre el amor, la identidad, la rutina, la familia y el desencanto con el trabajo y las relaciones sociales.​

Género y estilo literario

"Paranoia" pertenece al género de la novela existencialista con fuertes ingredientes de realismo sucio y tragicomedia urbana. El lenguaje de Pazos es directo, vívido, salpicado de imágenes contundentes y de frases que juegan entre el surrealismo y la ironía. El autor utiliza escenas cotidianas—desde discusiones conyugales, desayunos, encuentros con amigos, hasta el tedio del trabajo—para mantener el ritmo y el pulso narrativo. Abundan las digresiones filosóficas, comentarios sobre la sociedad y diálogos ágiles con un trasfondo de melancolía.​

Personajes y ambientación

El núcleo de la novela lo conforman Miguel, su esposa Lucía y un círculo de personajes secundarios (amigos como Pepe, Juan, y familiares) que alimentan el crisol de desdichas y momentos grotescos de la existencia del protagonista. La ambientación gira en torno a la vida urbana en barrios marginales y espacios domésticos que refuerzan la sensación de encierro y repetición.​

Puntos fuertes

  • La voz narrativa destaca por su profundidad psicológica y su capacidad de autoanálisis, proyectando un protagonista que, si bien se autodeno​

  • El estilo de Pazos es muy eficaz en la creación de atmósferas, dotando a lo banal de una extraña y auténtica intensidad emocional.​

  • La estructura fragmentaria permite jugar con las perspectivas y los tiempos, contribuyendo a que el lector acompañe al personaje en su constante vaivén entre el pasado y el presente.​

Comparaciones y recomendaciones

"Paranoia" se emparenta con el realismo sucio de autores como Charles Bukowski y el humor ácido de Rafael Chirbes, pero añade una constante introspección al estilo de Vila-Matas. Es una obra recomendada para lectores interesados en la literatura de lo cotidiano, la introspección y la tragicomedia social.​

En conclusión, este libro es un potente testimonio sobre la vulnerabilidad, la frustración y la búsqueda de sentido en un mundo dominado por la alienación y la ironía.


Ana Ríos

La fiesta de la primavera. De "Placer culpable". Ya a la venta en Amazon por 1€

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Exploro el campo lleno de flores; mientras tanto, el polen irrita mi alergia a este mundo traidor. Exploro el paso de la primavera, el calor que por entonces llega a un verano inmediato, pero lejos. Después rezo (ignoro el comienzo) a mi demonio personal, a ese que acaba de salir del cementerio para irse de copas con una rubia teñida. Lamentablemente, no contesta a mis llamadas humilladas, a mi súplica de pecador confeso, ahora simple explorador del campo lleno de flores. Aunque no importa, sé por dónde para, conozco sus juegos malabares; hoy va a escuchar todas mis súplicas. Mientras tanto, exploro el campo lleno de flores, después empiezo a estornudar mi vergüenza de ser sensible, de ser el que no sabe qué vendrá después de este castigo.

El castigo corresponde a los comensales de nuestro banquete de boda; míralos tan contentos por empezar a comer la carne, luego vendrán los postres que compartimos, tan solidarios con tanta hambre en nuestro teatro del absurdo.

Un globo en el cielo lleva a los padrinos. ¡Cuánto los queremos! Larga vida a los novios. Alguien intenta matar a un niño al descorchar el champán. En mi familia siempre hubo buenos pistoleros; las lesbianas ya pueden empezar su número.

El tío lejano de Suiza comienza a perder los papeles, le está metiendo mano a una estudiante de medicina. Hubiera deseado estar más borracho para no darme cuenta de estas cosas. Tú vas por otro lado, yo recuerdo las flores, el jardín del pecado, y me arrepiento.

Luego empieza el baile, sin ganas, cansado de felicitaciones, pioneros de una nueva conspiración, tan cerca y a la vez tan lejos. Déjate llevar, oigo este pensamiento que manda el gran lector de revistas baratas, en las cuales se ofrece compañía también barata. Todo sale caro al final; entretengo a los cubitos de hielo del güisqui contándoles las operaciones numéricas de las tediosas facturas.

Hubo un momento en el cual parecíamos salvados. Falsa esperanza que ahoga el nudo de la corbata. La rubia teñida me dice algo, divertida, emocionada, con cierta superioridad que da la presencia de la familia, ilusa.

No sabe lo que le espera. Dolores Fuertes de Cabeza, mi prima más querida, recomienda paciencia para estos casos. No voy a poner en duda sus certezas; lo único real viene al comprobar que no se me ocurre nada más. Estoy atrapado contra la pared y enfrente de la mesa, solo queda comer hasta reventar, llamar a la rubia para pedirle disculpas, ser tierno, iluso.


lunes, 10 de noviembre de 2025

Extracto de "El expediente 47". Ya a la venta en Amazon por 1€

 



Ricardo cogió uno de los recortes. La fotografía de un niño de unos nueve años, sonriendo a la cámara con un par de dientes de leche a medio caer. Miguel Ángel Torres. 8 años. Desaparecido en Vitoria. Octubre de 1997.

El rostro le resultaba vagamente familiar. O quizá solo era que todos los niños desaparecidos acababan pareciéndose: ojos que pedían ayuda desde un pasado congelado.

—Mi padre creía que había una red —continuó Lucía—. No de trata sexual, al menos no principalmente. Algo diferente. Algo relacionado con personas de poder que necesitaban... servicios.

—¿Qué clase de servicios?

—No lo sé. Pero encontró una conexión. —Lucía sacó otra fotografía, esta de un edificio—. Esta es una finca en Sierra Mágina. Jaén. Propiedad de una fundación benéfica que nunca existió realmente. Registro falso. Pero entre 1995 y 1999, hubo actividad ahí. Vehículos entrando y saliendo. Siempre de noche.

Sierra Mágina.

Las palabras que había descubierto bajo el número 47 en su cuaderno.

El recuerdo volvió, más nítido esta vez. La carretera de montaña. Sergio conduciendo. Y él mismo diciendo: «¿Estás seguro de esto? No tenemos autorización. Si nos pillan...»

Y la respuesta de Sergio: «No la necesitamos. Esto está por encima de los protocolos. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.»

—Estuve ahí —dijo Ricardo, casi sin darse cuenta de que hablaba en voz alta—. Con tu padre. No sé cuándo exactamente, pero estuve en esa finca.

Lucía lo miró con una intensidad que cortaba.

—¿Qué viste?

—No lo sé. Es como si... como si esa parte de mi memoria estuviera borrada. Solo quedan fragmentos. Imágenes sueltas. —Ricardo cerró los ojos—. Una casa abandonada. Una puerta. Alguien gritando detrás de esa puerta.

—¿Quién?

—No lo sé.

Cuando abrió los ojos, Lucía estaba escribiendo furiosamente en su libreta.

—¿Sabes qué es el Propofol? —preguntó sin levantar la vista.

—¿El anestésico?

—Sí. Pero en dosis menores, se usa para otros propósitos. Puede causar amnesia anterógrada. Básicamente, borra la memoria de las horas previas a su administración. —Lucía levantó la vista—. Mi padre tenía una nota sobre eso en sus archivos. Sin contexto. Solo la palabra «Propofol» subrayada tres veces.

Las piezas empezaban a encajar, formando una imagen que Ricardo no quería ver, pero que no podía apartar la mirada.

—¿Crees que me drogaron? ¿Que borraron mi memoria de lo que vi en esa finca?

—Creo que tanto mi padre como tú visteis algo que no debíais ver. Él lo documentó. Tú... a ti te hicieron olvidarlo.

—¿Por qué a mí y no a él?

—Quizá porque mi padre sospechaba. Quizá se aseguró de que no pudieran acercarse lo suficiente. —La voz de Lucía se quebró ligeramente—. O quizá porque era más fácil matar a uno y manipular al otro. Un muerto genera preguntas. Un detective con amnesia solo genera lástima.

Las palabras eran crueles, pero probablemente ciertas.

Un pequeño objetivo. De "El libro verde (versión autorizada)". Ya a la venta en Amazon por 1€

 


 

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¿En qué invertir el tiempo? He aquí el gran problema. Parece tarde, sobre todo para llegar a ser hipnotizador de marujas con ganas de pasta —mi verdadera vocación, si miro hacia un pasado confuso—. Aun así, no debemos rendirnos antes de tiempo: la solución es posible incluso en este universo cruel. Por eso, y por ciertas influencias que manejan mis movimientos, propongo desde este texto mejorar mis estadísticas año tras año. ¿Qué tal duplicarlas en ese periodo? ¿Qué tal convertirme en el nuevo guerrero del nuevo siglo? Perdonadme la redundancia, pero, desde ya, me siento con fuerzas nuevas.

Por supuesto, debo aumentar mis destrozos para atacar con todas las armas posibles a esas amas de casa que buscan perder el tiempo. Yo soy vuestro hombre; podéis alzar las ganas cuando suene la música. Pensaréis que digo cosas triviales, pero eso es porque no me conocéis. Tengo admiradoras que serían capaces de todo por mí. Es una pena que algunas sean lesbianas o anorgásmicas. Aun así, prometo no defraudarlas: me hundiré hasta el cuello; y cuando el agua salada me cubra, pediré otro trago. Sírvamelo con hielo, y si es Martini, que venga bien seco.

Nunca fui hablador, aunque, cuando me suelto, logro superarme. También aquí tengo que mejorar. Ejerzo de pecador ante vosotros para confesar que soy un mal escritor; por favor, no se lo contéis a nadie. A cambio, prometo ser vuestro amigo más gracioso, de esos que aparecen en las películas americanas que nadie entiende. Es verdad: ni siquiera soy gracioso, algún defecto debía tener. Reconozco que hay cosas que no se cambian, aunque cada vez que se dice eso lo que se desea es cambiarlo todo.

De cualquier modo, prometo actuar como un amigo más; uno de esos que se acuerdan de vosotros en el cumpleaños… o en Navidad. (Bueno, los de Navidad no son amigos, no os engañéis). Así, en plan amigo, conquistaré este mundo cruel. ¿No me creéis capaz? Conozco muchos trucos para que no dejéis de leer. Prometo desvelar deseos ocultos, extrañas tretas de los semejantes que intentan desviar vuestra atención. Si la recuperáis, descubriréis el engranaje oculto que mueve al mundo, y no os quedará otra que contarlo: así quedaréis como los listos, mientras ellos seguirán siendo los tontos.

Tan sabio es este Edelmiro Fugaces Iglesias. Solo necesito un metro cuadrado para cavar vuestra tumba; solo un segundo para comprender que así pierdo el tiempo. Todos mis lectores deberían ser inmortales y ricos, inmensamente ricos e inmensamente inmortales. Aunque ser inmortal ya es, de por sí, algo inmenso. No estaría mal serlo varias veces, tener varios cuerpos con recuerdos distintos y gozar por siempre de ellos. Hacer lo que nos dé la gana y que además parezca correcto. Pero no: somos imperfectos y dormimos cada noche con nuestros errores. Tal vez ahí radique la razón de mis dudas sobre las previsiones de la pitonisa. No me engañas con tus tretas, bruja; sé que puedo tener éxito.

El éxito es un arma escurridiza que no entiendo, aunque me seduce. En el fondo, soy un animal mediatizado por los prejuicios. Vive rápido, pero no hagas un bonito cadáver. ¿Lo quiero todo? Tal vez manipulo datos incomprensibles a simple vista. En el fondo me entendéis; y si no, disimulad. Justo ahora, un intruso ha empezado a leer. ¿Estás en contra del préstamo de pago? En verdad, la cultura debe ser libre. Y no lo digo por la Red de Redes —ese nuevo Rey de Reyes que triunfa y donde, sí, has descargado el libro—. Dedico este texto a los perplejos: os doy mi apoyo de corazón. Yo también soy uno de vosotros, aunque necesito vuestro dinero.

¡Dame algo! podría ser otro título. No me importa que intentéis tomarme el pelo. No abordo las pasiones humanas por avaricia, sino por incrementar las estadísticas. Por eso dejo mi número de cuenta: el 666 —el de La Bestia que llevamos dentro, nuestro diablo personal—.

Debemos someternos a la insignificancia del significante. Solo así venceremos este lodazal lleno de mosquitos. Entonces respiraremos el aire puro de tu orgasmo. No te ofendas, mujer casta: el placer ha sido estafado por maleantes que se amotinan contra la juerga. Debemos recuperarlo, aunque ello ofenda la inocencia perdida.