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viernes, 10 de junio de 2016

Hellraiser (Clive Barker)

La tormenta convertía la casa en un tren fantasma. Julia estaba sentada en la planta baja y contaba los segundos que transcurrían entre cada relámpago y la furia que le pisaba los talones. Nunca le habían gustado los truenos. A ella, una asesina; a ella, la consorte del muerto vivo. Era otra paradoja que se agregaba a las miles que, como venia descubriendo últimamente, operaban en su persona. Más de una vez, pensó en ir arriba y extraer algún bienestar del prodigio, pero sabía que no era muy prudente hacer tal cosa. Rory podía regresar en cualquier momento de la fiesta de la oficina. Estaría ebrio, según le dictaban las experiencias pasadas, y rebosante de un cariño que ella no deseaba.
Lentamente, la tormenta se iba acercando. Encendió la televisión para tapar el ruido, pero apenas lo logró.
Rory llegó a las once, deshaciéndose en sonrisas. Tenía buenas noticias. En medio de la fiesta, su supervisor lo había llevado aparte para alabarlo por su excelente labor y hablarle de grandes cosas para el futuro. Julia escucho el relato de la conversación, esperando que la borrachera impidiera que Rory notara su indiferencia. Por fin, transmitida la noticia, éste se quito la chaqueta a los tirones y se sentó en el sofá junto a ella.
—Pobrecita —le dijo—. No te gustan los truenos.
—Estoy bien —dijo ella.
—¿Segura?
—Sí, bien.
Él se inclinó hacia ella y le frotó la oreja con la nariz.
—Estás transpirado —le dijo ella como al pasar. Pero él no suspendió las insinuaciones; no estaba dispuesto a bajar la batuta ahora que había comenzado.
—Rory, por favor —dijo ella—. No quiero.
—¿Por qué no? ¿Qué hice?
—Nada —dijo ella, fingiendo estar interesada en la televisión—. Todo está bien contigo.
—Ah, ¿en serio? —dijo él—.  estas bien. Yo estoy bien. Mierda, estamos todos bien.
Julia miraba fijamente la pantalla fluctuante. Acababa de comenzar el noticiero de la noche: la habitual copa de tristezas, llena hasta el borde. Rory siguió hablando, ahogando la voz del locutor del noticiero con su diatriba. A ella no le importaban mucho las noticias. ¿Qué tenia el mundo para contarle? Bastante poco. Mientras que ella, ella, podía contarle al mundo algunas noticias que lo harían tambalear. Noticias sobre la condición de los malditos, sobre el amor perdido y luego encontrado, sobre lo que tenían en común la desesperación y el deseo.

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