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miércoles, 15 de julio de 2020

Covid-19. Ley de Estado o ley de mercado

En estos últimos dos meses y medio todo ha cambiado, el coronavirus venía a atacarnos como si fuese el protagonista de una película de gran presupuesto o de un best seller terroríficamente diseñado para consumo liviano, todos hablamos mal del Covid-19, él solo busca reproducirse, perpetuar su material genético, por mala fortuna su instinto de supervivencia darwiniano nos iba a crear una situación que casi podemos denominar de guerra. Aunque la situación creada es excepcional, las reglas del juego en la sociedad humana no han cambiado, son las mismas que ha habido desde que existen los sistemas políticos y económicos, desde que el hombre se organizó como tribu y empezó a relacionarse para tener más posibilidades de sobrevivir con el objetivo de progresar en su labor también de reproducirse y perpetuar sus genes.
 Hemos visto que el trueque no fue anterior al dinero, sino que el hombre es un ser de compensaciones abstractas, cuando tratamos con los demás el cálculo también está ahí, hoy por ti mañana por mí; nos conocemos y no olvidamos; el trueque solo funcionó ocasionalmente y con extraños, somos más inteligentes de lo que parecemos, aunque también estamos atados a un mercado necesario para nuestro sustento.
He aquí que, incluso en una situación dramática como es una pandemia global, el sistema económico de la oferta y la demanda funciona a rajatabla. La escasez determina el precio incluso cuando se demandan artículos que pueden salvar vidas, hablamos de las mascarillas, los respiradores y otros artículos sanitarios. Ante la gran demanda que hubo y hay por esos productos, los precios subieron exponencialmente, en casi ningún lado se encontraban. Quizás no había mascarillas o tal vez se ocultaban para que aumentasen los precios y obtener más beneficios. El sistema económico es un proceso institucionalizado. Por fortuna, el sistema se adapta; con rapidez múltiples empresas se pusieron a fabricar los necesarios productos de protección para obtener beneficios, por altruismo, por status o por todo a la vez; alguna como Inditex aprovechó su logística y en un acto desinteresado las trajo gratuitamente de donde más había, de China, precisamente el primer lugar donde se propagó el virus y que, ironías de la vida, ha sido el principal productor y vendedor de estos productos, con el consiguiente beneficio económico.. Por otra parte, el Estado también intervino al fijar un precio máximo y evitar así la especulación.
No hay duda de que el abastecimiento de productos de primera necesidad es ante todo un acto político, es público, orientado a una meta (que haya el menor número de muertes posibles) y exige un poder diferenciado al hacer una labor de control sobre el mercado, lo cual afecta a muchos individuos dentro de los gobernados. Es también un acto de coerción que criticarían los partidarios del libre mercado, aunque cualquier medida siempre tendrá un rival pero también sus apoyos. La legitimidad la dan las urnas, aunque a veces no se haga lo que los votantes esperaban, ocurren entonces procesos de conflicto que podemos ver estos días con las caceroladas o las manifestaciones que no reconocen la legitimidad de la autoridad; puede que no estemos de acuerdo con ellas, forman sin embargo parte de la conducta política, más aún de un país democrático; tales actos constituyen otra forma de control, como también lo es la división de poderes en ejecutivo, judicial y legislativo; también la división territorial de poder que conlleva el diferenciar ámbitos local, provincial, regional y estatal. Precisamente una de las críticas al estado de alarma es la concentración del poder ejecutivo en un mando único a cargo del presidente y su consejo de ministros.
Algunos dicen que el daño producido por el confinamiento excederá enormemente cualquier beneficio en cuanto a la economía se refiere, en otros países ha habido gobiernos que han pasado completamente de cualquier medida contra el Covid-19; se centran ellos en la enorme penuria económica que puede llegar a causar, alegan que es preferible morir por el virus que no por hambre. En efecto, la privación de actividad puede conducir rápidamente a una nueva crisis; según ellos, el parón económico producirá un daño permanente e irreparable, lo cual es cierto aunque quizás sea incluso peor para la economía el miedo y la muerte continua.  Consideran ellos que es un error el retrasar la vuelta a la normalidad, alegan que se perderán empleos que según ellos no se recuperarán hasta dentro de bastante tiempo, acusan al gobierno de pretender crear una sociedad empobrecida. He aquí cómo en este debate social surge un nuevo mercado en cuya balanza está por un lado las posibles muertes humanas y por otro la pérdida de empleos, con ello el aumento de la pobreza. Surge así una negociación política que se puede asimilar a una negociación también de mercado, de ofertas y contraofertas para prorrogar el estado de alarma, de concesiones donde se ven involucradas vidas, también intereses económicos.
Hay que maximizar la ganancia, también minimizar las pérdidas y, por ejemplo, si no abrimos las fronteras a posibles infectados, uno de los sectores del país más próspero e importante, el turismo, se va a ir a pique. Aquí se ve que las relaciones entre algunos de los grandes empresarios (también sus afines) y sus empleados son claramente impersonales, tal vez en muchos más casos de los que hubiera debido, el dominio económico se aleja del trato social personalizado, al final resulta cierto el refrán de “ojos que no ven, corazón que no siente”; muchos añoramos las empresas que eran como familias y que cada vez escasean más. Al final, todo se reduce al intercambio de cantidades de muertes por cantidades de dinero, aunque parezca cruel debemos acostumbrarnos a que dicho trueque sea posible, los dos conceptos se reducen ambos a meros números de una estadística que no atiende a relaciones de tipo social. Todos participamos en el gran circo del intercambio, unos dominando, otros alienados y, en este caso, cada uno en su casa a esperar el momento en que la balanza se incline para su lado. Unos queriendo libertad para morir, otros reclamando más ayudas para poder sobrevivir, atendiendo también a la libertad, aunque más al seguir vivos y que esa supervivencia sea digna.
Es curioso el hecho de que hemos pasado de presenciar guerras en directo por televisión (la primera fue la primera Guerra del Golfo) a ver toda una pandemia también por televisión, más aún por internet, en esto hay que destacar el enorme papel (en muchas ocasiones desafortunado) que han ejercido las redes sociales, no por ellas en sí mismas, sino por el uso que han hecho de ellas algunos que se consideran ciudadanos respetables, pero que más se puede esperar de una sociedad adicta a la telebasura. Cada día nos despertábamos, en realidad todavía lo hacemos (todavía no estamos a salvo) y lo primero que hacíamos era mirar en el móvil la cantidad de muertes e infectados, comparábamos los datos para ver quién iba ganando y quién perdiendo en el marcador de muertes, casi como si fuese una competición deportiva y quisiéramos ser los mejores para así vencer a nuestro común enemigo, también al vecino que lo hacía peor que nosotros. Luego, casi al instante, empezábamos a recibir mensajes con todo tipo de información sobre el llamado “bicho”, muchas de ellas falsos. Las conocemos con el nombre de bulos y fueron (también son y serán) fabricadas con el propósito de que la opinión girase hacia uno de los bandos, de que ganase nuestro equipo para organizar una fiesta; aunque nos duela, estos también son actos políticos, de los de peor clase, todo hay que decirlo; aunque en este tipo de situaciones la verdad duela aún más que en la anterior normalidad.
Mención especial merece la influencia de la epidemia en la estructura familiar. Aparte de la muerte de familiares cercanos sin que haya sido posible el contacto presencial con ellos, incluido el posterior duelo, hay que hablar de familias cuyo hábitat ha sido modificado considerablemente con los problemas que ello conlleva. A quién más afecta esos problemas es a los más débiles y desfavorecidos, a las mujeres que sufren violencia machista y están condenadas a vivir veinticuatro horas con sus maltratadores, a los niños que están en esos hogares conflictivos o que simplemente han sido segregados de uno de sus progenitores que tenían su custodia compartida.
Los problemas han sido mayores en las familias extensas, en aquellas en que miembros adicionales a la familia nuclear comparten vivienda para sufragar gastos, de coincidir un par de horas al día han pasado a estar juntos todo el tiempo, en esa situación es fácil que los conflictos soterrados salgan a la luz. Lo mismo sucede en familias reestructuradas donde sobre todo los hijos se ven obligados a prescindir de su padre o madre biológico, lo cual puede descomponer la relación con el padrastro o madrastra, una relación que muchas veces es difícil porque está ahí la sombra de los genes condicionando incluso el calificativo con el que se nombran a esos padres y madres postizos.
Por último, ya que hablamos de familias y desfavorecidos, quiero comentar la gran tragedia que ha habido con la gente mayor, quizás los que más duramente ha atacado el coronavirus. Principalmente a los que estaban viviendo en centros residenciales, con la espada de Damocles que conllevaba la cantidad de muertes en gente de su edad y con el oprobio que supone el carecer de contacto físico con los seres más queridos; unos seres queridos que también se ven impedidos al estar lejos de sus padres y abuelos debido al covid y al distanciamiento muchas veces ocasionado por las condiciones laborales.
Y es que la estructura laboral ha cambiado mucho si partimos de la vida agrícola y pasamos a trabajos realizados en otros sectores más avanzados. La movilidad que exige el nuevo mercado laboral ha ocasionado que las familias estén divididas temporalmente; por desgracia el confinamiento ha prolongado en exceso esa temporalidad. Eso afecta tanto a los que se trasladaron como a los que se quedaron. En este mundo globalizado, donde tenemos capacidad de enterarnos sobre lo que ocurre en el otro extremo del planeta al instante, quizás nos estemos perdiendo lo fundamental, esto es el trato cotidiano con nuestros seres más cercanos y queridos. El coronavirus ha aumentado esta pérdida, en muchos casos convirtiéndola en toda una tragedia.

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