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lunes, 16 de enero de 2017

Crítica de "Comanchería" ("Hell or High Water")



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Comancheria es el título original de la obra: comanche, en la lengua nativa de esta tribu, significa "enemigo de todos", como bien nos explican en una escena de la película. En EEUU han preferido cambiar el título por el mucho más poético, Hell or high water, que podría traducirse como "contra viento y marea" y que refleja perfectamente esta aflicción que lleva a los protagonistas a delinquir para poder sobrevivir.

Esta película de forajidos ambientada en la actualidad habla de una lucha encarnizada entre hombres que no conocen el descanso, los amigos o las confianzas. Como los antiguos comanches, tienen enemigos allá donde vayan, viven con la muerte a cada esquina.  El humor negro aparece como seña de identidad; y el paisaje tórrido y desolador de la Texas rural actúa como telón de fondo de este western rústico y crepuscular que combina el atraco a unos bancos aislados y cutres con el amor a la familia o la fidelidad al terruño, que presenta provocadores poses racistas nada complacientes y los subvierte con pinceladas de lealtad inquebrantable hacia el compañero abatido y que había sido el blanco del agravio y las burlas de su hosco superior.

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El petróleo y la pobreza separados por unas barreras invisibles que condicionan el devenir cotidiano de unos personajes marginales que sobreviven entre la amargura, la mugre, la infelicidad y la aspereza del infortunio. El drama de una fatalidad ordinaria que se rebela y se revuelve y trata de salir adelante a golpe de revólver, de conjura y de tesón. Y lo hace a través de  una loca contrarreloj para evitar la espada de Damocles de una deuda imposible y así hacerse un hueco entre los agraciados con el sueño americano, los venturosos del fajo de billetes y la vida feliz, donde el sol no solo ilumina sino que calienta un dulce porvenir al alcance de los que viven en el desahogo y la despreocupación. Mejorar no es sólo una intención, sino la necesidad del perjudicado en un juego de azar arbitrario e indecente.

“Comanchería” se nos presenta con coches y camionetas en lugar de caballos, utilizando personajes complejos con estereotipos desgastados, donde la trma sigue la estela de producciones de finales de los años 60 y principios de los 70 que vieron en el western una oportunidad de difundir y extender su crítica sobre la sociedad américana y sus valores, como “El Pequeño Gran Hombre” (1971) de Arthur Penn o “Grupo salvaje” (1969) de Sam Peckinpah.  Es una amarga y cínica reflexión sobre el concepto arraigado existente en el viejo oeste sobre la tierra y la propiedad, además del papel importante que juega como símbolo identitario de la sociedad americana.

También es curiosa y lograda su combinación en esta historia dramática las ciertas dosis de humor, de crítica social y económica, con esos personajes que tienen un mundo interior y sus razones para obrar como lo hacen. Para ello cuenta con un buen guión articulado con pulso desde la dirección por David MacKenzie, un director que ha ido progresando y que en “Comanchería” ha estado muy inspirado, tanto, que parece más tejano que escocés.

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Como suele ser habitual en muchos films de “autor” bien pensados y ejecutados, destacar su selección de temas, con una muy buena banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis a los cuales nos alegraría que lograran ser nominados, quizás para, a pesar de su “malditismo”, que sus carreras sean reconocidas de cierta manera. Destacable es la labor en el montaje de Jake Roberts, y la dirección artística y decorados de Steve Cooper y Wilhelm Pfau, aunque en apariencia no llamen la atención. Además de la citada labor fotográfica de Giles Nuttgens, también la elección de los actores ha sido un logro de lo más llamativo. Todos destacan por ajustarse a los personajes propuestos y por ser buenos profesionales. Quizás el más beneficiado del reparto haya sido un estupendo Jeff Bridges, que de forma astuta ha resaltado más la edad que su atractivo, llevando a su terreno al peculiar sheriff Marcus Hamilton que encarna. Un buen actor que con el tiempo se ha convertido en un notable vino de reserva, sin duda.

“Comanchería”, por todo lo dicho, es un ejemplo de cine con ambiciones logradas, con una base de inteligencia y sorna, que han hecho que deba ser tenida en cuenta como un cine a respetar y un modelo a seguir, nunca a imitar, porque eso es otro concepto que intentarían emular los más mediocres, y de eso no se trata.



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