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viernes, 13 de noviembre de 2020

Comienzo de la novela negra "Muerte y orfandad"

El emisario

S

i quisiera desempeñar el papel de protector, habría recurrido a alguien como Gisela; para eso todavía tengo mucho tiempo. Ahora lo que necesito es una pasión desbordada, al borde del delirio y un poco dramática en la parte más débil. Al final, saldré triunfante, también con una nueva experiencia en el tira y afloja de las relaciones sentimentales. Ella se habrá quedado con el desengaño y con el sabor agridulce de probar la fuerza de la juventud; además, qué duda cabe, tendrá el fraude del sexo. Al fin y al cabo, a eso se reducen las grandes historias: a estar en la cumbre y con el tiempo acabar en lo más abajo que un ser humano pueda llegar.

    Mientras hago elucubraciones sobre mi éxito, otros padecen. Los niños juegan protegidos por los soportales, hoy toca improvisar guerras con sus petardos, les tengo simpatía, a la vez no soporto sus ruidos sorpresa. Con tanta nube, la ciudad parece tan lúgubre como sus habitantes. La nota de colorido es puesta de nuevo por los barrenderos al trabajar, con sus impermeables amarillos, debajo de la persistente lluvia. Vuelvo a casa caminando por la destacable ciudad vieja, entre la claridad de las piedras entrañables que susurran más que rezan peleas históricas. ¿Cuántas puñaladas? ¿Cuántas inocencias ultrajadas en cuerpo o en espíritu? Hoy en día, esta zona es transitada por un ambiente estudiantil que gasta el dinero en noches de juerga; un dinero que reciben de sus padres, luego sus hijos lo aprovechan para emborrachar el cuerpo y agotar la inocencia en noches agotadoras sin final previsto; de esta forma, buscan destinos ignorados por los abusos impuestos sobre uno mismo.


    En otra época, las luces de Navidad enredaban un contexto que luchaba por ser y no era; incluso así, se puede afirmar que de aquella todavía había muchos elementos apacibles. Eso no resulta raro, el egoísta egocéntrico del más alto ego recorrió esta calle de piedras tanto físicas como espirituales, entre las rocas busqué una gema, una esmeralda o quizás una veta de oro; a pesar de golpear con fuerza todas estas paredes, solo encontré silencio y desdicha. La calle y la lluvia son las mismas, no el espectador, le han afectado el tiempo empleado en la búsqueda y el cansancio de la entrega. En el caso que ahora procedo a narrar ocurre algo parecido, él tampoco podía escapar de las circunstancias.




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