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martes, 8 de junio de 2021

Muerte y orfandad: Materialismo

 



Llevaba meses sin escribir una sola línea, la mar de contento, tranquilo, sin preocuparme por nada. Ahora he de preocuparme de que un extraño lea esto y le agrade. Otra vez en la locura, cuando pensaba que no volvería, esta ansia, estas ganas sin ganas, la locura del creador que no hace nada, solo repetirse, contar las historias muchas veces contadas, pero, eso sí, con diferentes palabras. Ya lo decía la Biblia: «No hay nuevo bajo el Sol» y todo lo veo obscuro.


El Sol tiene la culpa o más bien su ausencia. Hoy llueve y, dado que no había nada que hacer, busqué algo diferente. Incauto de mí, he visto el ordenador, afuera una tempestad y adentro otra. No sirve para nada, mientras escribo pienso que no sirve para nada y lo escribo. Seré arrogante, en el fondo estoy condenado al éxito o al fracaso, a las dudas de un nuevo trabajo, al hacer sin hacer.

Valgo para muy pocas cosas. En el colegio sacaba buenas notas, nunca tuve ninguna vocación. Empecé una carrera que no ejercí y acepté el primer trabajo que me ofrecieron. De todas formas, mi objetivo principal no es que se me reconozca después de muerto; en realidad solo quiero dinero, soy un vasallo del bien más preciado; por él entrego mi vida, del mismo modo que lo hacen muchos sin saberlo, por la riqueza material me condeno a la infelicidad.

El dinero es lo único que se respeta, el papel manoseado que pasa por todos los bolsillos, el ritmo que martillea al soltarlo y que también declara un rictus de afirmación (como un Dios) cuando lo nombras, el dinero constituye en la actualidad lo importante. Por él murieron muchos, parece que voy a seguir su ejemplo, voy a arrancarlo, sacarlo con sangre, con mi propia vida si es necesario, estoy listo para entregarme en los brazos de la muerte, mi amiga más morbosa, la reina de las caricias envenenadas, la reina de la suerte más rastrera.


Alguno se habrá alegrado con el final del párrafo anterior. Siento desilusionarte: es mentira. Lo redacté para darte una pequeña victoria, un pequeño descanso en tu lucha contra mi destino. Sigo vivo; no me he suicidado, ahora sueltas pestes que me reconfortan, soy el inteligente travieso que te tortura con sadismo, soy tus pesadillas hechas realidad. Declárate insolvente, es la única salida en este callejón sin salida; si no lo haces, puedes declararte muerto, no soy un suicida sino un asesino que usa las palabras a modo de cuchillos.

El tiempo me ha dado cierta capacidad analítica, así como dotes de observación. La mayoría de la gente no se entera de cómo la manipulan, pero es feliz. A mí me pasa lo contrario y, aunque no debería haberlo contado, trato de explicarlo con mis escritos. Inútil labor; si al menos pudierais ver mi cara de pardillo mientras escribo esto un martes a las 22:16 horas, pero no podéis; no creo en los milagros, estoy condenado a la soledad del huraño que administra las letras, también las emociones; ejerzo la peor, la que más exige de las supuestas artes, el repetir historias tantas veces vistas, otras tantas narradas. 

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