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e dio trescientos euros, lo pertinente por
la información dada. Desde la primera vez que acudió a los servicios del
peculiar confidente, nunca más volvió a tener un dolor de barriga; por un lado,
quedó decepcionado del masaje, por otros motivos disfrutó con los efectos. No
se podía ser al mismo tiempo un policía y un mal pagador. La relación se
limitaba a este canje de información, relajación y dinero. Vivían para
intercambiar su actividad clandestina.
Las paredes oyen, una buena información aparece a veces
cuando ya no la esperabas, también viene de la gente que menos sospechas. Desde
que era agente, se había olvidado de Dios, la religión ya no formaba parte de
su proyecto existencial. No era uno de los preferidos del Comisario Fuentes,
aunque hacía bien su trabajo.
El crimen de sangre había regresado la ciudad. Además, con
un misticismo de telenovela sudamericana. Le señaló una dirección hacia la que
dirigir sus pesquisas. Había aquellos desórdenes espirituales, aunque
controlaba todo al mismo tiempo.
Estaba tratando de imaginar qué harían los fugitivos cuando
los cercasen, cualquiera podía morir al instante siguiente. Las prioridades
cambiaban. Y no solo cambiaban, sino que se mudaban a un lugar cercano al
asesinato, no tenían miedo. Había que entrar en aquel piso. Contar hasta tres,
no murió ninguno de los buenos. Alguno fingió ser inocente y cobarde. No había
ninguno de los que allí estaban que se correspondiese a la descripción que les
había dado la pareja amiga del asesinado, nadie parecía sudamericano, faltaba
el plato principal.
Intentaba controlar el pánico, Ezequiel pasó de largo,
continuó avanzando hacia un grupo de arbustos que tapasen la visión al par de
policías de paisano que había abajo, tenían que ser policías. Permanecería unos
minutos allí. Su expresión no era de miedo, sino de cálculo, estaba evaluando
la situación.
Sin embargo, uno que estaba mirando desde la ventana dio la
señal de alarma. Corrió hasta que se dejó de escuchar el ruido de las sirenas,
luego anduvo desgarbado por el borde de la acera hasta la altura del estadio
del equipo de futbol local. ¿Acaso podía ahora hacer algo más? Estaban rodeando
la zona. Comprobó con sigilo si su arma tenía munición, antes llevaba más
control con ese aspecto, ahora tenía dudas; tener un hijo descentra y preocupa,
aunque no lo conozcas.
Al abrir la boca, le salieron las primeras palabras de una
guerra eterna, una guerra que se había acentuado de forma imaginaria en el
interior de la gran fantasía de las intervenciones policiales. Diserté sobre la
importancia de lo irreal en la construcción de lo real. Desde aquel tiroteo,
empecé a referirme al agente Eugenio con un respeto y una admiración nuevos. El
peligro era inminente, su resolución también; efectuó tres disparos, solo falló
uno. La expresión del asesino mostraba una emoción sin límites dentro de la
historia; pese a ella, siguió corriendo a trompicones.
Algunas personas se acercaron insensatas a la calle. Nos
dimos una señal de aprobación, continuamos después de unas respiraciones
rápidas y profundas. El agente Pepe trataba de alejar a las personas que se
habían acercado.
Lo cierto es que, al otro lado, se encontraba esperando su
amigo de la infancia. Se asomaba haciendo guiños; paso a paso, llegó a la zona
con los ojos enrojecidos, la situación requería un protocolo sincero. Observado
desde los ojos de otra persona, lo que veía no le convencía, se habían acabado
de repente las ganas de escapar. Se tomó su tiempo. Apuró el último trago de
derrota, salió al encuentro.
No había aversión, quizás un poco de amor. Se había
olvidado de comprar tabaco. Un último deseo para el condenado. Jugábamos a la
ruleta y al futbol callejero, serían las cinco de la tarde, hacía frio, no
llovía. Unos obreros estaban poniendo las luces navideñas. Por lo demás,
parecía un día igual a otros muchos.
La ruta nocturna caía con el pulso de los grados etílicos,
con el desgaste de los años universitarios. No le pregunté cómo se llamaba, fui
directo al grano, la necesidad apremiaba. Queda muy lejos la solución de este
desaguisado, el arroz salió muy blando, exceso de cocción, no le daba
encontrado el punto exacto; incluso así, el pollo con brandy sabía a aventura.
Otro día cené cereales con cacao. Cacao del Caribe. No
tenía ganas de hacer nada, salí del piso dispuesto a buscar revancha. El hijo
no era mío, su padre era Miguel José Ezequiel, aquel gran desconocido. Hacía un
día tormentoso cuando apareció, el mismo Diablo en persona estaba delante mía.
En realidad, estaba en la habitación de al lado, que para el caso resulta
igual, en la principal jugaba a las cartas con mis amigos más gamberros. Los
echo de menos. La menstruación de una virgen salpica mis zapatos de gamuza.
Aquel año no nevó, todo un misterio.
Soy demasiado sincero, lo expuesto exigía una rápida
resolución. El agente que pagó al confidente redactó un informe excelso. Tengo
guardada una copia en mi habitación, la guardo entre las páginas de un libro
dedicado a la pintura de Picasso. Los genios al final se encuentran. Debería
vender parte de mi extensa colección de documentos, también tirar a la basura
algún libro de Derecho obsoleto, la mayoría de las leyes tienen fecha de
caducidad, hasta cierto punto también las novelas.
La música llega a todas partes, el ritmo es un lenguaje
universal. Así que ya puedes empezar a bailar, canta claro toda la retahíla de
piropos. Estoy condenado a morir entre tus insultos. La heroína no me convence,
la coca de relajarme pasa a atraparme en su atractivo metal azucarado. Estoy
solo, la noche se acaba con un terremoto hecho a mi medida.
Demasiada calefacción en el centro comercial, la atmósfera
parece una blasfemia. Sabe rica tu piruleta, soy grande; los gigantes del
deporte patrio llegaron tarde; tenía que aprovechar la falta de competencia, el
tanteo empezaba a ser favorable. Dos policías me pararon en la calle. Buscaban
un negro asesino, confesé que todo lo escrito no era mío. Necesitaba una
compensación, me devolvieron el carné intacto, prometieron vigilar a todos los
presuntos delincuentes; me fui a casa con la conciencia tranquila, no podía
pasar nada malo si la policía hacía bien su trabajo.
En otro sitio de la ciudad, habían perpetuado un atraco a
una entidad bancaria, los datos concordaban con mi descripción. Resultaba ser
el principal sospechoso; el niño te juro que no era mío; puede haber sido hijo
de Miguel José Ezequiel. No sé el motivo para qué me lo atribuyan. Me gustaba
divertirme, no ir preñando a las chicas como quien juega al bingo. Con razón o
sin razón, el rumor se extendió. No soporto los rumores, en ellos estamos
atrapados. Simples cuentos de la mayoría absoluta, justo la que me condenó a tu
ausencia. De todas formas, no hay rencor por lo dado, tuve compensación.