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lunes, 29 de abril de 2013

Mr. Talese, el viejo del Nuevo Periodismo

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España redescubrió a Mr. Talese en 2010 cuando la editorial Alfaguara publicó la antología Retratos y encuentros. Después la editorial Debate reeditó La mujer de tu prójimo y enseguida salieron a la venta Honrarás a tu padreVida de un escritor. Ahora el viejo del Nuevo Periodismo vuelve a las librerías hispanas con El silencio del héroe, un conjunto de relatos sobre los triunfos y derrotas de los protagonistas del deporte. En mayo de 2011 llegó a Madrid para seducir no sólo a los aprendices de periodista y a los periodistas, sino a buena parte de los lectores de Non-fiction. Entonces me di cuenta de que el hombre más elegante del periodismo tomaba notas en unos pedazos de cartón y no en una libreta tipo moleskine. Resulta que corta las tiras que el personal de la tintorería introduce en sus camisas para mantenerlas sin arrugas y guarda los trozos en el bolsillo interior de su saco. Tiene una letra pequeña y apretada. Apunta casi todo lo que ve y escucha. Siempre. El día de nuestro encuentro, por ejemplo, estaba haciendo una lista de los reporteros que habíamos ido a hablar con él en la terraza del restaurante del Hotel Intercontinental de Madrid, un lujoso y antiguo palacio de siete pisos, en el Paseo de la Castellana, la céntrica avenida de la capital española que parece calcada del Paseo de la Reforma de la ciudad de México.
Era una mañana soleada y estábamos en uno de esos típicos “maratones de entrevistas” que las editoriales organizan para sus autores con el objetivo de promocionar un libro. Gay Talese recibía uno tras otro a los representantes de los medios de información. Se notaba su  experiencia en eso. Es toda una celebridad. Un icono del periodismo mundial. Y lo sabe y lo tiene perfectamente interiorizado. “Encantado, Mr. Talese”, le dicían una y otra vez. Y él esperaba las preguntas con una sonrisa amable. Vestía un traje gris de tres piezas hecho a la medida, camisa de cuello blanco, corbata dorada bien anudada que sobresalía de su chaleco ajustado, pañuelo de seda color vino, como sus zapatos, sombrero color marfil que cubre sus canas y un Cartier de oro y números romanos en la muñeca izquierda. Todo un dandi.

Cuarenta años atrás, Gay Talese quiso conocer realmente a la Mafia. Cubría para The New York Times el caso de los Bonanno, una de las cinco familias más poderosas del crimen organizado en Estados Unidos. Habían secuestrado a Joseph Bonanno y pronto la policía neoyorquina dijo que el patriarca estaba muerto. Un año después, sin embargo, Bonanno reapareció de forma misteriosa desatando una sangrienta disputa entre familias mafiosas.
Talese se puso al tanto de la investigación y un día en los juzgados vio a Bill Bonanno, el hijo del famoso jefe, hablando con un abogado. Se acercó a ellos con una curiosidad impulsiva. “Sí –les dijo-, soy periodista, pero no les voy a hacer preguntas. Sólo quiero que me escuchen un minuto y enseguida me voy.” Se dirigió a Bill: “algún día quiero escribir sobre ti. Me gustaría saber cómo eras cuando eras más joven. Mira: dentro de muchos años, cuando mueras, sólo quedará la información estereotipada que ha dado la prensa sobre ti y sobre tu familia. Así que nadie te conocerá realmente. Por eso, algún día, me gustaría conocerte. No quiero saber si has matado a alguien, para eso está el FBI. Quiero saber cómo eres como persona.”
Durante un año, Talese llamó varias veces al abogado de la familia con la esperanza de lograr un encuentro con Bill. “Eres un pesado. Está bien, cenaremos contigo”, le respondió después de tanta insistencia. Fueron a un restaurante cerca de la sede de la ONU, en Nueva York, y el principal tema durante la conversación fue la familia.
Una semana más tarde, Bill Bonanno, su esposa y sus hijos fueron a cenar a la casa de Gay Talese. “Mi mujer preparó una cena espléndida. A mi hija, que entonces tenía dos años, le llevaron un paquete grande. Era un carrusel con caballitos que subían y bajaban al ritmo de una música… de… mafia: “love mystic the world.”
Un día después de nuestra entrevista, el escritor Juan Cruz, ante un abarrotado Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, le preguntó a Talese: “¿cómo le dices a tu mujer: un gánster va a venir a cenar a casa?” Y la respuesta fue inmediata y con la mayor naturalidad: “mi esposa es editora, le interesa la escritura y el poder del lenguaje. Tiene la curiosidad que yo también tengo. Así que tener a un gánster en la casa era tener a un invitado más. Cuando hice La mujer de tu prójimo también llevé gente a casa: gente obscena, actores porno… El secreto está en no definirlos antes de conocerlos y en darles la oportunidad de que se expliquen. Nada más.”
Pues bien, pasaron tres años luego de aquella cena, tiempo en que el periodista y el mafioso siguieron frecuentándose, y Bill Bonanno fue acusado de fraude fiscal. “Era muy probable que lo encerraran cuatro años. Le dije que eso era mucho tiempo, que teníamos que hablar. Y charlamos durante varios meses. Comencé a tomar notas. Y realmente comencé a conocerlo. Sin prejuicios, que es lo que debemos hacer los periodistas cuando nos acercamos a alguien.”
“Mira –dijo Mr. Talese levantando el dedo índice, convirtiendo la charla en una lección-: no sé si en las escuelas de periodismo enseñen esto. Pero si eres una persona joven y quieres seguir esta carrera, debes saber que harás algo de mucho valor: ampliar el conocimiento de nuestra sociedad. Y para ello debemos tener curiosidad por la verdad. En realidad nunca conseguiremos la verdad absoluta, pero sí que los demás nos digan cómo ven y cómo viven el mundo. Los mafiosos también son personas. Y tenemos la obligación de acercarnos a ellos sin prejuicios, sin estar predispuestos, así sean asesinos o terroristas. Son personas que tienen zonas marginales o grises con razones para comportarse así. Para matar, por ejemplo. Y nosotros debemos conocer esas razones. Comprenderlas. Por eso, muchas veces, lo que uno escribe es todo un reto. Porque darle voz a los delincuentes no está bien visto.”
Talese se infiltró en la intimidad de los Bonanno durante seis años y descubrió que “la Mafia es un puñado de gente atrapada en las tradiciones. En los 50 y 60 los mafiosos aparecían en la prensa, pero yo me preguntaba qué era lo que hacían cuando no estaban disparando. Y me propuse humanizar a este tipo de gente. Hoy se podría hacer otro libro sobre la mafia con la familia de Mubarak, en Egipto. O de Gadafi, en Libia, porque él también esconde una gran historia: un hombre lleva 40 años en el poder manteniendo estrechas relaciones con varios países y en dos años todo cambia. Es el mismo hombre, pero hoy se le ve de manera distinta. ¿Por qué?”
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Desde hace más de 50 años, Mr. Talese vive en un edificio de cuatro pisos del Upper East Side de Nueva York
. Poco a poco, gracias a las millonarias regalías de sus libros, fue comprando cada departamento hasta hacerse dueño de todo el edificio. En el segundo piso está el salón y es común que ahí estén sus dos perros terrier australianos. En el tercer piso duerme con Nan, su esposa, pero ahí sólo están las cosas de ella: su ropa, su escritorio.
Nan Talese es una mujer de facciones finas, ojos verdes y grandes, que siempre está al lado de Gay Talese. Llevan casados 54 años. Nan es una destacada editora de Random House, donde se encarga de las obras de gente como Ian McEwan, Margaret Atwood, Pat Conroy… Gay Talese está por publicar un libro donde contará la historia de su de matrimonio haciendo especial énfasis en la manera en que la pareja sobrellevó  la tórrida investigación que él hizo para La mujer de tu prójimo, donde tuvo relaciones con otras mujeres, vivió en una comuna de amor libre y regenteó dos saunas.
En el cuarto piso de su casa está uno de los dos estudios de Talese: lleno de libros, fotos y muchas cajas de archivo decoradas por collages elaborados por él mismo. Aquí se baña, desayuna, se viste, atiende el teléfono y tiene un clóset con casi un centenar de trajes bien cortados, de diferentes colores y texturas. El piso inferior es su “búnker”: un estudio donde escribe sin ninguna distracción.
El día comienza para él poco antes de las ocho de la mañana. Sale de la habitación conyugal y sube al cuarto piso. Se baña, se pone su elegante atuendo del día y sale a comprar el New York Times. Vuelve a casa y se instala en su “búnker.” Desayuna café y un muffin integral y cuando termina se sienta a trabajar tras el escritorio.
En tiras de cartulina de la tintorería elabora los esquemas que delimitan las escenas de sus relatos y luego comienza a escribirlas. Es un trabajo artesanal, como si, inspirado en su padre, cosiera con cuidado palabras, líneas, párrafos, escenas… Y se ocupa de que no se noten las costuras.
Agarra una libreta amarilla a rayas y un lápiz. Su primer objetivo es construir una oración y escribirla en letras mayúsculas. La mira, cambia alguna palabra, reescribe. Pone tanto cuidado que a veces le lleva un par de días elaborar cinco o seis oraciones. Pero cuando tiene ya unas cuatro o cinco páginas escritas, las pasa a máquina eléctrica a triple espacio.
Vuelve a revisar y edita hasta reducir todo a una sola página. Pega la hoja en la pared porque dice que así puede ver cómo se mueven las escenas, cómo funciona el lenguaje y cómo fluyen las oraciones. Se esfuerza por ver el texto con ojos frescos, como si fuera otra persona, y no él, la que escribió ese material. Utiliza el mismo método para hacer un reportaje o un libro. Reconoce que es lento, lentísimo. Por eso es común que rechace los encargos de los editores de revistas. “No puedo hacer nada de un tirón. Ni siquiera un titular”, sostiene. “Si acepto hacer una reseña, se me esfuma mes y medio de mi agenda.”
Hacia el medio día come un sándwich y cuando van a dar las dos de la tarde sale rumbo al gimnasio. Ahí pedalea un buen rato en una bicicleta estática. A las cuatro ya está en su estudio del cuarto piso. Revisa la correspondencia, hace algunas llamadas telefónicas. Baja de nuevo a su “búnker”, revisa el texto que hizo en la mañana y continúa escribiendo hasta las ocho de la noche. Entonces sale a cenar a algún restaurante. A más tardar a la media noche se dispone a dormir.
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Gay Talese tenía 15 años, una educación católica que lo reprimía y una calificaciones mediocres cuando publicó su primer artículo en un periódico escolar de Ocean City, New Jaersey, donde nació en 1932. Había aprendido a observar y a escuchar viendo interactuar a su madre con las clientas de su tienda de vestidos. Y había aprendido, también, a ser paciente y meticuloso viendo a su padre confeccionar trajes en su sastrería. “Esa fue mi mejor educación para hacer lo que hago. Fueron mis padres los que me dieron las claves para ser periodista: reporteo como mi madre y escribo como mi padre”, dice ahora con el orgullo en la mirada.
Estudió periodismo en la Universidad de Alabama y lo contrataron como mensajero en The New York Times. Un día se preguntó cómo se formaban los titulares que se exhibían en lo alto del edificio del periódico. Y descubrió al hombre que manejaba 15 mil focos de 20 vatios para formar palabras. Escribió su historia, se la entregó a un editor, la publicaron y a partir de entonces se convirtió en uno de los reporteros del diario más importante del mundo.
Sus textos sobresalían porque abordaba los acontecimientos desde ángulos diferentes. Contaba un partido de beisbol a partir de la pelea de unos novios en las gradas o un incendio en un barrio neoyorquino privilegiando la conversación de los vecinos que veían lo que ocurría desde la ventana de sus casas. 
“¿Qué es esto, en nombre de Cristo? En el otoño de 1962 -escribe Tom Wolfe en El Nuevo Periodismo (Anagrama, 1977)- se me ocurrió coger un ejemplar de Esquire y leí un artículo [de Gay Talese] que se titulaba “Joe Louis: el rey hecho hombre de edad madura.” El trabajo no comenzaba en absoluto como el típico artículo periodístico. Comenzaba con el tono y el clima de un relato breve, con una escena más bien íntima.”  A esta forma de dar información mediante técnicas literarias, Wolfe la llamó “Nuevo Periodismo.” No es que antes no se hubiera hecho. Era, simplemente, que comenzaba a ser más común en las publicaciones más importantes de Estados Unidos y esa etiqueta serviría para consagrar a algunos autores que le daban al relato de no ficción la misma importancia que las obras de ficción.
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Mr. Talese ha estado más preocupado por lo que rodea a la noticia que por la noticia misma. Es un observador apasionado y prefiere fijarse en los desconocidos y en los perdedores, como el encargado de escribir los obituarios para The New York Times, el exitoso boxeador que luego cae en el olvido o los obreros de los puentes que unen Brooklyn con Staten Island.
En  julio de 1999, por ejemplo, se llevó a cabo la final del Rose Bowl. La selección de futbol femenino de China se enfrentó a la de Estados Unidos. Casi al final del segundo tiempo, una jugadora china falló un penalti y China perdió el partido. Mr. Talese estaba detrás del televisor y vio en esa chica, Lu Ying, una gran historia. Invitó a comer al director de la marca deportiva Nike, patrocinadora del equipo chino, y le pidió ayuda para contactar a la deportista. Quería averiguar qué significaba pasar por ese tipo de derrota. Para Talese, esa chica encarnaba al gigante asiático que era capaz de sobreponerse a la adversidad y a la desilusión. Así que se fue a Pekín dispuesto a pasar ahí una buena temporada.
El equipo entrenaba para los Juegos Olímpicos de Sydney. Talese pudo charlar con Lu Ying y descubrió que el centro de la historia era la madre de la chica. ¿Por qué una mujer pobre, perteneciente a la generación de la Revolución Cultural, impulsa a su hija para que triunfe en el futbol? A la señora le interesó hablar y permitió que el periodista la visitara. Un día Talese conoció a la abuela de Lu Ying, una anciana de pies diminutos, y pensó: “en realidad esta es una historia generacional sobre una abuela, una madre y Lu Ying.” Las visitó una y otra vez, hasta que obtuvo una historia completa y simbólica.
Hoy, que todo es instantaneidad, Mr. Talese privilegia la observación llena de paciencia y el reportaje profundo. Nunca tiene prisa. “Yo siempre estoy atento de quién está a mi alrededor. Se trata de ser conscientes de los demás y de no ignorarlos. Toda la gente es interesante. Siempre puedes escribir sobre ellos, aunque no sean famosos. Sólo hay que tener suficiente paciencia para conocerlos. Un periodista puede encontrar más conocimiento con la gente que normalmente no se habla. Se suele hablar con los vencedores, con los poderosos… pero no con los perdedores y con los oprimidos. La gente famosa y poderosa es la que ocupa las portadas de las revistas. Porque a la gente y a los periodistas les encanta el poder. A mí, sin embargo, nunca me interesó cubrir el Capitolio de Washington porque ahí los periodistas están seducidos por el poder. A lo que voy es que a nuestro alrededor hay muchos personajes más: los asistentes, el técnico de la luz, la gente que rodea a los famosos. Hay que hablar con la gente que todos los días ve cómo los famosos viven de la fama y del poder. Ahora bien, publicar la historia de alguien que no sea famoso es una labor más ardua: tienes que esforzarte más a la hora de reportear y escribir. Ah, y también en convencer al editor de que la publique. Pero si está bien contada no tendrás problema. El secreto es tener curiosidad, paciencia y perseverancia. Pero la cualidad más importante es la paciencia. Por eso cuando un editor mete presión hay que recordarle que si quiere calidad, un reportero necesita tiempo para crear un producto bello.”
Talese siempre ha sentido una gran curiosidad por la manera en que la gente común enfrenta épocas tumultuosas y sobre el conflicto entre la tradición y el cambio. “Todo lo que quiero es ver a la gente en su hábitat. Verla lo más posible. Es lo que yo llamo “el fino arte de frecuentar.” Me gusta estar ahí donde la persona trabaja o donde pueda ver cómo interactúa con otros. Quiero interacción, conversación y conflicto. Quiero que la gente me cuente sus historias y me permita hacerlas públicas. Y para eso hay reglas: nunca mentir, nunca sacar ventaja de la gente con la que estás trabajando y nunca defraudar la confianza que han depositado en ti. Llevo medio siglo haciendo periodismo y hoy puedo decir que siempre soy capaz de mirar a los ojos a las personas sobre las que he escrito. Los periodistas deben ser exploradores insaciables. Deben ser como los mineros: encontrar a alguien, cavar en él, sacar un material valioso, pulirlo y hacer una joya. Eso es hacer del periodismo un arte: crear textos que permanezcan en la memoria y en la retina del lector. El periodismo no puede ser relación de una sola noche. Hay que invertir mucho tiempo en acercarse a una persona. Tener curiosidad, paciencia, educación, respeto para establecer una relación de confianza. Viajar, conversar, conocer de primera mano aquello sobre lo que estás hablando.”
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Desde que comenzó a hablar, Mr. Talese miraba con desdén mi grabadora. Porque no le gusta, él nunca ha usado una. Incluso la considera un instrumento de abuso. “Hay veces que alguien se desahoga plenamente contigo. Y tú ves ahí un gran titular. Pero puedes hacerle daño. Dices: “me lo dijo, lo tengo grabado, no miento.” No. Hay que ser sensible. Nunca utilices el desahogo de alguien en tu beneficio. No hagas daño. A ver: no es que uno tenga que ser el protector de los personajes de sus historias. No. Simplemente hay que comprender que hay veces que decimos cosas, charlando tranquilamente, de las que luego nos arrepentimos. Mejor hay que adentrarnos más, ver más, preguntar más: “¿qué quiere decir con esto?” A veces la gente exagera las cosas para mantener tu interés. Hay que ser pacientes y pasar más tiempo con ellos. No se vale sacrificar la historia y el personaje por un titular.”
Pero este maestro no es infalible. Ha tenido sus fracasos profesionales: “pensé en ir a Cuba y logré conseguir una visa. Quería escribir sobre beisbol, mirar a la gente que va a los partidos y ver otras cosas… sobre… Fidel Castro. Pasé tres semanas ahí. Pienso que la historia de Castro no se ha contado desde su punto de vista. Nunca. Castro sigue vivo y tiene una visión particular. Es una figura mundial y no sé si en un futuro, con una revisión de la historia, sea considerado un héroe, como ocurrió con Napoleón. Pero no pude hablar con él. Lo intenté pero no lo logré.”
 Mr. Talese es el viejo del “Nuevo Periodismo” pero tiene la agilidad y la elegancia de un bailarín. Es delgado y tiene maneras de un gentleman. Después de hablar tanto, bebió agua en una copa de cristal. Todavía lo esperaban más reporteros con más preguntas, seguramente algunas iguales a las que ya había contestado. No obstante, él no dejaba de ser cordial. Dijo que iría a la Plaza de las Ventas para ver, por primera vez en su vida, una corrida de toros.

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