Una figura ampliamente estudiada por historiadores cuya existencia ya había servido previamente como material audiovisual en cuatro películas (Ip ManIp Man. La leyenda, Ip Man 2 e Ip Man: The Final Fight) y una serie de televisión. Sin embargo, la dilatada espera para poder disfrutar de la segunda incursión en el cine de artes marciales -tras Ashes of Time- del genio hongkonés ha merecido la pena.
Al director de Chungking ExpressDeseando amar y My Blueberry Nights le interesa tan poco ceñir la narración a los estándares del biopic tradicional como marcarse un filme de artes marciales de raigambre clásica. Wong inscribe la biografía del conocido luchador en la turbulenta historia de la China de los años 30 y se aproxima, con sensible fisicidad, a la intimidad emocional de un personaje de robustos principios, herido por el recuerdo de su amor no consumado con la impetuosa y bella Gong Er (Zhang Ziyi), eterno superviviente de los avatares del tiempo que le ha tocado vivir. Brumosas memorias que, como es habitual en el cine del realizador, observaremos en evocativas secuencias atisbadas a través de una puerta entreabierta o reflejadas en un espejo empañado.
Crítica de The Grandmaster, de Wong Kar-wai
Wong Kar-wai demuestra, una vez más, que le es imposible rodar sin desmelenarse, gratificándonos con un trabajo visualmente delicioso, estilizado hasta lo imposible, con su habitual montaje brusco y elíptico y un florido despliegue cromático. El resultado, entre sentencias meditativas y guantazos ingrávidos y esteticistas, es abrumador, reservándonos, pese a arritmias puntuales, un puñado de instantes auténticamente deslumbrantes.
The Grandmaster consigue, a la par, presentarse como una mirada muy personal a laidentidad cultural china y erigirse en una disfrutable y entretenidísima película de acción. Una obra sobresaliente que sazona su melancolía reflexiva con vibrantes set-pieces de voluptuosidad desarmante que se cuentan entre las escenas de lucha cuerpo a cuerpo más bellamente coreografiadas de las últimas décadas.
Posee el mismo virtuosismo despampanante que los más aplaudidos melodramas románticos del cineasta, confirmando un talento inusual para reinterpretar géneros a través de una mirada muy particular sobre el cine y, especialmente, sobre la vida. Porque, al fin y al cabo, y pese a su luminosa belleza, hablamos de un cuento moral en cuyas entrañas se agazapa una honda meditación acerca del sentimiento trágico de la vida.
por Ignacio P. Rico