Abraham

 

Súbdito de la niebla, esclavo de los antiguos,
aquellos habitantes de nuestro reino, odio despertaron,
entre odio murieron, ya no existen, y tú te rindes
a sus ídolos, religión de los que no tienen Dios.
Reza para que te dejen ir, preso estás entre sus abrazos de ausencia,
no entiendes que te dominan, entre vómitos yaces, tus sueños
plenos de sangre despiertan a la progenie de la rapiña. Sueñas.

 

Y otros ríen la monserga, demonios de la medianoche, malvados,
y otros ríen la monserga, no te dejan escapar, no despiertas.

 

Pésimo el desastre para una tragedia, pesado para una comedia,
no digieres su alimento, no te comprenden sin dolor, lloras,
lloras hasta que se acaba el tiempo, y vuelves a empezar.

Existen otros caminos, no los buscas, a veces los encuentras.
¿Quién derrochó la herencia?

 

Lo abandonas todo y empiezas a castigarme sin culpa.
Realmente, ambos somos culpables, y claro que no asumimos
tus vueltas y vueltas en el vientre de la gran puta,
la gran puta que te devoró en un canapé de pimienta.

Algunos creen que llegará un nuevo tiempo,
un tiempo sin religiones, sin putas, sin derroche, 
un tiempo en el que hoy me encuentras.