Qué bien me sentía mientras tomaba el Sol,
abandonada al placer de no hacer nada, descansando del bullicio sobre la arena
de la playa tropical; gozaba mientras un morenazo, probablemente de la zona, no
paraba de mirarme. Una hacía lo posible por aguantar el tipo sin aparentar
molestia, vergüenza o ruborizarme. De vez en cuando ajustaba el bikini, también
por momentos lo perdía de vista al darme la vuelta.
Soy realista cuando digo que ya en aquel primer encuentro
acordamos. Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Para mi aquel
hombre siempre será un joven de pueblo con ganas de hacerle favores a las
turistas guapas.
Hay que ver el polvo que tienen los muebles del hall.
Volviendo a mi edén particular, Gabriel —pues así se llamaba, y no podía
llamarse de otra manera— se acercó a mi taburete en la barra del bar de aquel
respetuoso hotel; las vacaciones habían salido demasiado caras, pero les iba
sacar partido, eso al menos fue lo que pensé. Parecía un arcángel desde el
nombre al aspecto y el saber estar.
Lo primero que dijo fue preguntarme si estaba sola y no me
importaba ser invitada a una copa, la cosa más ordinaria y repetida, contada
con aquella voz parecía un mensaje divino. En ese instante, apareció en mi
pensamiento el desengaño amoroso, verdadera causa del viaje evasivo; pese a
eso, o quizás por ello, le contesté que no había inconveniente.
No tengo claro que voy a hacer después de hacer las compras
de hoy: pasar la aspiradora o fregar los baños; por otra parte, los estudiantes
del tercero podrían bajar la música. Lo cierto es que mi galán iba templando mi
carácter mientras hablaba de su separación, de la necesidad de estar solo, de
las vacaciones tomadas para evadirse, del desconsuelo y de sus amigos.
En realidad, él no era del pueblo ni buscaba extranjeras
como quien busca pescar truchas. Eso le restaba atractivo, pero también le daba
un sabor más entrañable. Sus planes al escapar de España —a pesar del moreno no
era caribeño— consistían en tomar el Sol y beber, más para alegrarse que para
olvidar. No esperaba encontrarse con una mujer tan atractiva, una con la que
poder intercambiar palabras de igual a igual; aunque dado que los dos estábamos
solos, y de vacaciones solitarias, qué mejor que interesarse por el prójimo.
Me pongo la ropa de salir a la calle y miro el dinero que
tengo en la cartera, no debería —por las calorías—, pero siento un antojo de
comprar chocolate, para eso, por lo menos, todavía tengo.
En aquel momento, le conté que viajaba con una amiga, que
esta permanecía en su habitación con fiebre, por culpa de un virus o algo así.
Mentí, no quería aparentar falta de protección, cosa que luego sucedió. Por
supuesto, no le dije que no a otra copa, tampoco a su oferta de dar una vuelta
por el pueblo cercano al día siguiente.
Cuando cierro la puerta del piso, empiezan a desvanecerse
los recuerdos, sobre todo al encontrarme con mi marido en la escalera. El muy
iluso porta dos pesados libros, a saber con qué incendiarios contenidos.
— Pero ¿adónde vas con eso? —pregunto no demasiada
interesada.
— A intentar conquistar el mundo. Son dos libros sobre
Napoleón.
— ¿Y desde cuándo te interesa la Historia? Si leyeras algo
de provecho. —Siempre me sorprenderá, aunque para mal. Para más infortunio,
cada día estoy más convencida de que no tiene remedio.
Antes de salir a la calle, reviso los nuevos zapatos rojos.
Tal vez suene mal, pero me quedan de maravilla. Parece un capricho el llevarlos
para hacer la compra; sin embargo, quería comprobar lo ajustados que están a
mis pasos caprichosos. Así puedo ir adaptándolos a los pies y no hacerme una
herida si los uso para un trayecto largo.
¡Napoleón! ¿Será por el coñac? Como siempre, su presencia
me ha alejado del paraíso, ignoro cuándo podré a volver a morder la manzana
prohibida. Por otro lado, Miguel parece animado, sino no se atrevía a sacar dos
libros. Quizás le salió bien la entrevista, aunque solo sea desde su punto de
vista. Al final habrá que seguir economizando, este energúmeno no va a traer
dinero.
Pues sí que lastima, un poco por atrás, el zapato
izquierdo. Resulta increíble que no se note cuando los pruebas en la zapatería,
en realidad es culpa mía, debería comprar siempre una talla más de la adecuada.
Los libros no parecían precisamente delgados, imposible que
lea tantas páginas en el tiempo que deja la biblioteca. Aunque prueba una cosa
distinta cada semana, no da cambiado. Todavía recuerdo cuando le dio por
apuntarse a un curso de cerámica, sobre todo el enfado que agarró cuando le
tiré aquellos horribles recipientes. Al final cualquier cosa que hagamos tiene
que ser a su manera.
La dulce realidad que escapó parece sacada de una película
o un anuncio: típico chico atrevido busca mujer con oportunidad. Este tipo de
emblemas rebotan contra los prejuicios. Si le cuentas esa historia a alguien,
sonreirá con envidia, pero después te rebajará a la sección de contactos de un
periódico local. Es lo que suele pasar, dime con quién andas y te diré quién
eres, en el fondo respeto la ruina de tal entramado, aunque esté esperanzada
con los cambios.
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