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lunes, 20 de octubre de 2025

De "Paranoia". GRATIS en Amazon hasta el 23 de octubre.

 


Qué bien me sentía mientras tomaba el Sol, abandonada al placer de no hacer nada, descansando del bullicio sobre la arena de la playa tropical; gozaba mientras un morenazo, probablemente de la zona, no paraba de mirarme. Una hacía lo posible por aguantar el tipo sin aparentar molestia, vergüenza o ruborizarme. De vez en cuando ajustaba el bikini, también por momentos lo perdía de vista al darme la vuelta.

Soy realista cuando digo que ya en aquel primer encuentro acordamos. Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Para mi aquel hombre siempre será un joven de pueblo con ganas de hacerle favores a las turistas guapas.

Hay que ver el polvo que tienen los muebles del hall. Volviendo a mi edén particular, Gabriel —pues así se llamaba, y no podía llamarse de otra manera— se acercó a mi taburete en la barra del bar de aquel respetuoso hotel; las vacaciones habían salido demasiado caras, pero les iba sacar partido, eso al menos fue lo que pensé. Parecía un arcángel desde el nombre al aspecto y el saber estar.

Lo primero que dijo fue preguntarme si estaba sola y no me importaba ser invitada a una copa, la cosa más ordinaria y repetida, contada con aquella voz parecía un mensaje divino. En ese instante, apareció en mi pensamiento el desengaño amoroso, verdadera causa del viaje evasivo; pese a eso, o quizás por ello, le contesté que no había inconveniente.

No tengo claro que voy a hacer después de hacer las compras de hoy: pasar la aspiradora o fregar los baños; por otra parte, los estudiantes del tercero podrían bajar la música. Lo cierto es que mi galán iba templando mi carácter mientras hablaba de su separación, de la necesidad de estar solo, de las vacaciones tomadas para evadirse, del desconsuelo y de sus amigos.

En realidad, él no era del pueblo ni buscaba extranjeras como quien busca pescar truchas. Eso le restaba atractivo, pero también le daba un sabor más entrañable. Sus planes al escapar de España —a pesar del moreno no era caribeño— consistían en tomar el Sol y beber, más para alegrarse que para olvidar. No esperaba encontrarse con una mujer tan atractiva, una con la que poder intercambiar palabras de igual a igual; aunque dado que los dos estábamos solos, y de vacaciones solitarias, qué mejor que interesarse por el prójimo.

Me pongo la ropa de salir a la calle y miro el dinero que tengo en la cartera, no debería —por las calorías—, pero siento un antojo de comprar chocolate, para eso, por lo menos, todavía tengo.

En aquel momento, le conté que viajaba con una amiga, que esta permanecía en su habitación con fiebre, por culpa de un virus o algo así. Mentí, no quería aparentar falta de protección, cosa que luego sucedió. Por supuesto, no le dije que no a otra copa, tampoco a su oferta de dar una vuelta por el pueblo cercano al día siguiente.

Cuando cierro la puerta del piso, empiezan a desvanecerse los recuerdos, sobre todo al encontrarme con mi marido en la escalera. El muy iluso porta dos pesados libros, a saber con qué incendiarios contenidos.

— Pero ¿adónde vas con eso? —pregunto no demasiada interesada.

— A intentar conquistar el mundo. Son dos libros sobre Napoleón.

— ¿Y desde cuándo te interesa la Historia? Si leyeras algo de provecho. —Siempre me sorprenderá, aunque para mal. Para más infortunio, cada día estoy más convencida de que no tiene remedio.

Antes de salir a la calle, reviso los nuevos zapatos rojos. Tal vez suene mal, pero me quedan de maravilla. Parece un capricho el llevarlos para hacer la compra; sin embargo, quería comprobar lo ajustados que están a mis pasos caprichosos. Así puedo ir adaptándolos a los pies y no hacerme una herida si los uso para un trayecto largo.

¡Napoleón! ¿Será por el coñac? Como siempre, su presencia me ha alejado del paraíso, ignoro cuándo podré a volver a morder la manzana prohibida. Por otro lado, Miguel parece animado, sino no se atrevía a sacar dos libros. Quizás le salió bien la entrevista, aunque solo sea desde su punto de vista. Al final habrá que seguir economizando, este energúmeno no va a traer dinero.

Pues sí que lastima, un poco por atrás, el zapato izquierdo. Resulta increíble que no se note cuando los pruebas en la zapatería, en realidad es culpa mía, debería comprar siempre una talla más de la adecuada.

Los libros no parecían precisamente delgados, imposible que lea tantas páginas en el tiempo que deja la biblioteca. Aunque prueba una cosa distinta cada semana, no da cambiado. Todavía recuerdo cuando le dio por apuntarse a un curso de cerámica, sobre todo el enfado que agarró cuando le tiré aquellos horribles recipientes. Al final cualquier cosa que hagamos tiene que ser a su manera.

La dulce realidad que escapó parece sacada de una película o un anuncio: típico chico atrevido busca mujer con oportunidad. Este tipo de emblemas rebotan contra los prejuicios. Si le cuentas esa historia a alguien, sonreirá con envidia, pero después te rebajará a la sección de contactos de un periódico local. Es lo que suele pasar, dime con quién andas y te diré quién eres, en el fondo respeto la ruina de tal entramado, aunque esté esperanzada con los cambios.

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