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martes, 21 de octubre de 2025

"Siguiendo una pista" de MUERTE Y ORFANDAD (GRATIS en Amazon hasta el 23 de octubre)

 




L

e dio trescientos euros, lo pertinente por la información dada. Desde la primera vez que acudió a los servicios del peculiar confidente, nunca más volvió a tener un dolor de barriga; por un lado, quedó decepcionado del masaje, por otros motivos disfrutó con los efectos. No se podía ser al mismo tiempo un policía y un mal pagador. La relación se limitaba a este canje de información, relajación y dinero. Vivían para intercambiar su actividad clandestina.

Las paredes oyen, una buena información aparece a veces cuando ya no la esperabas, también viene de la gente que menos sospechas. Desde que era agente, se había olvidado de Dios, la religión ya no formaba parte de su proyecto existencial. No era uno de los preferidos del Comisario Fuentes, aunque hacía bien su trabajo.

El crimen de sangre había regresado la ciudad. Además, con un misticismo de telenovela sudamericana. Le señaló una dirección hacia la que dirigir sus pesquisas. Había aquellos desórdenes espirituales, aunque controlaba todo al mismo tiempo.

Estaba tratando de imaginar qué harían los fugitivos cuando los cercasen, cualquiera podía morir al instante siguiente. Las prioridades cambiaban. Y no solo cambiaban, sino que se mudaban a un lugar cercano al asesinato, no tenían miedo. Había que entrar en aquel piso. Contar hasta tres, no murió ninguno de los buenos. Alguno fingió ser inocente y cobarde. No había ninguno de los que allí estaban que se correspondiese a la descripción que les había dado la pareja amiga del asesinado, nadie parecía sudamericano, faltaba el plato principal.

Intentaba controlar el pánico, Ezequiel pasó de largo, continuó avanzando hacia un grupo de arbustos que tapasen la visión al par de policías de paisano que había abajo, tenían que ser policías. Permanecería unos minutos allí. Su expresión no era de miedo, sino de cálculo, estaba evaluando la situación.

Sin embargo, uno que estaba mirando desde la ventana dio la señal de alarma. Corrió hasta que se dejó de escuchar el ruido de las sirenas, luego anduvo desgarbado por el borde de la acera hasta la altura del estadio del equipo de futbol local. ¿Acaso podía ahora hacer algo más? Estaban rodeando la zona. Comprobó con sigilo si su arma tenía munición, antes llevaba más control con ese aspecto, ahora tenía dudas; tener un hijo descentra y preocupa, aunque no lo conozcas.

Al abrir la boca, le salieron las primeras palabras de una guerra eterna, una guerra que se había acentuado de forma imaginaria en el interior de la gran fantasía de las intervenciones policiales. Diserté sobre la importancia de lo irreal en la construcción de lo real. Desde aquel tiroteo, empecé a referirme al agente Eugenio con un respeto y una admiración nuevos. El peligro era inminente, su resolución también; efectuó tres disparos, solo falló uno. La expresión del asesino mostraba una emoción sin límites dentro de la historia; pese a ella, siguió corriendo a trompicones.

Algunas personas se acercaron insensatas a la calle. Nos dimos una señal de aprobación, continuamos después de unas respiraciones rápidas y profundas. El agente Pepe trataba de alejar a las personas que se habían acercado.

Lo cierto es que, al otro lado, se encontraba esperando su amigo de la infancia. Se asomaba haciendo guiños; paso a paso, llegó a la zona con los ojos enrojecidos, la situación requería un protocolo sincero. Observado desde los ojos de otra persona, lo que veía no le convencía, se habían acabado de repente las ganas de escapar. Se tomó su tiempo. Apuró el último trago de derrota, salió al encuentro.

No había aversión, quizás un poco de amor. Se había olvidado de comprar tabaco. Un último deseo para el condenado. Jugábamos a la ruleta y al futbol callejero, serían las cinco de la tarde, hacía frio, no llovía. Unos obreros estaban poniendo las luces navideñas. Por lo demás, parecía un día igual a otros muchos.

La ruta nocturna caía con el pulso de los grados etílicos, con el desgaste de los años universitarios. No le pregunté cómo se llamaba, fui directo al grano, la necesidad apremiaba. Queda muy lejos la solución de este desaguisado, el arroz salió muy blando, exceso de cocción, no le daba encontrado el punto exacto; incluso así, el pollo con brandy sabía a aventura.

Otro día cené cereales con cacao. Cacao del Caribe. No tenía ganas de hacer nada, salí del piso dispuesto a buscar revancha. El hijo no era mío, su padre era Miguel José Ezequiel, aquel gran desconocido. Hacía un día tormentoso cuando apareció, el mismo Diablo en persona estaba delante mía. En realidad, estaba en la habitación de al lado, que para el caso resulta igual, en la principal jugaba a las cartas con mis amigos más gamberros. Los echo de menos. La menstruación de una virgen salpica mis zapatos de gamuza. Aquel año no nevó, todo un misterio.

Soy demasiado sincero, lo expuesto exigía una rápida resolución. El agente que pagó al confidente redactó un informe excelso. Tengo guardada una copia en mi habitación, la guardo entre las páginas de un libro dedicado a la pintura de Picasso. Los genios al final se encuentran. Debería vender parte de mi extensa colección de documentos, también tirar a la basura algún libro de Derecho obsoleto, la mayoría de las leyes tienen fecha de caducidad, hasta cierto punto también las novelas.

La música llega a todas partes, el ritmo es un lenguaje universal. Así que ya puedes empezar a bailar, canta claro toda la retahíla de piropos. Estoy condenado a morir entre tus insultos. La heroína no me convence, la coca de relajarme pasa a atraparme en su atractivo metal azucarado. Estoy solo, la noche se acaba con un terremoto hecho a mi medida.

Demasiada calefacción en el centro comercial, la atmósfera parece una blasfemia. Sabe rica tu piruleta, soy grande; los gigantes del deporte patrio llegaron tarde; tenía que aprovechar la falta de competencia, el tanteo empezaba a ser favorable. Dos policías me pararon en la calle. Buscaban un negro asesino, confesé que todo lo escrito no era mío. Necesitaba una compensación, me devolvieron el carné intacto, prometieron vigilar a todos los presuntos delincuentes; me fui a casa con la conciencia tranquila, no podía pasar nada malo si la policía hacía bien su trabajo.

En otro sitio de la ciudad, habían perpetuado un atraco a una entidad bancaria, los datos concordaban con mi descripción. Resultaba ser el principal sospechoso; el niño te juro que no era mío; puede haber sido hijo de Miguel José Ezequiel. No sé el motivo para qué me lo atribuyan. Me gustaba divertirme, no ir preñando a las chicas como quien juega al bingo. Con razón o sin razón, el rumor se extendió. No soporto los rumores, en ellos estamos atrapados. Simples cuentos de la mayoría absoluta, justo la que me condenó a tu ausencia. De todas formas, no hay rencor por lo dado, tuve compensación.

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