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martes, 14 de agosto de 2012

Fringe, Mad Men, Los Soprano, The Wire y otras


Fenómenos paranormales con problemas familiares, la vida cotidiana del mal, el mal como espectro, el fin del mundo, el comienzo del éxito, la caída en el ostracismo. Todo aparece recogido en un conjunto de series que alumbran este comienzo de milenio.

Tenemos el privilegio de disfrutar del genio creador de los Estados Unidos de América como nunca antes desde el cine de la primera mitad del siglo XX. La televisión ese ser que se despliega en facetas que van de lo sublime a lo bochornoso intenta salir del fango de lo regular que rodea este medio desde hace décadas.

Debemos aspirar a lo máximo, ésa es la principal conclusión que saco del arte. Sentir como se despliega la venta de un producto que habla de venta de productos, fundirnos con una creación original y que llega a crear sentimientos alejados de la rosa y la margarita, huérfanos del bien más precario y amenazante: el éxito.

Trabajar la mente, ese gran musculo, con tramas que se enredan hasta el exceso invitándonos a no abandonar si no queremos perder el siguiente giro en el argumento. O con el desarrollo de un criminal que es un ordinario que busca respuestas, con sus depresiones, sus grandes preguntas, sus odios y amores tan similares a las de nuestras vidas, a la mía (y eso que lo  único que soy capaz de matar son insectos).

Los crimines de Baltimore de The Wire, esa gran mezcla de Expediente X con Buffy la cazavampiros que es Fringe, la lucha de los náufragos en Perdidos, la genial trama servida por George R. R. Martin para Juego de Tronos, la vida cotidiana de un seres tan alejados de los del Padrino como son Los Soprano pero que crean la misma sensación de repulsión y simpatía; y muchas otras menciones que no caben aquí. Sí, tenemos mucha suerte.

La gente de mi generación sabemos lo que es sufrir esperando hasta que sale un producto nuevo. Una Luz de Luna protagonizada por un Bruce Willis con pelo pero más gracia que el actual (independientemente de la valía de parte de su trabajo), la dureza y la ternura de Canción Triste de Hill Street, alguna serie de humor aunque la mayoría padecían de una dulzura mal llevada. Sí, había cosas, aunque lo de ahora es una explosión de creatividad, una orgía del arte con mayúsculas.

Gracias, gracias y más miles de gracias, creía que Estados Unidos estaba muerto entre ataques de pánico anti-terroristas, entre artistas que vendían sus intimidades aún después de muertos, entre una violencia que surgía en medio de un marasmo, de una prepotencia que asqueaba. Pero no, sois capaces también de lo mejor. De tener artistas comprometidos contra las guerras, de deportistas ejemplares y de este conjunto de series en donde se encierra el futuro del medio audiovisual.

El cine aburre con sus repasos del pasado y sus infantiles superhéroes. De la música mejor no hablar. Por suerte nos quedan las series, y también la literatura, aunque de eso hablaré en otro post. No, afortunadamente Estados Unidos no está muerto.

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