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jueves, 24 de enero de 2013

El rincón más fotografiado de Bali

Custodiado por enormes a la par que imaginarias serpientes venenosas, el templo de Tanah Lot, en la costa sur de la deseada isla indonesia, acapara flashes a cualquier hora del día. Pero mucho mejor si se pilla el atardecer...
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En torno a él desfilan varias reglas, algunas escritas y otras no tanto. Entre estas últimas, se recomienda no aparecer por las inmediaciones del brazo de una pareja con la que no se haya pasado por el altar. Si no, la relación tendrá los días contados. O eso es lo que dice la leyenda. Entre las normas fijas, nada de meterse dentro si no se va a rezar. O lo que es lo mismo: sólo los locales hinduistas pueden entrar (cuando la marea lo permite) en el templo de Tanah Lot, ése encamarado a muerte sobre un peñón ennegrecido a 200 metros de la costa suroeste de Bali, la que emerge a 20 kilómetros de Denpasar, la capital, y otros tantos de Kuta, la playa más popular de la deseada isla indonesia.
De impedir la entrada a los intrusos (y a los malos espíritus) no sólo se encargan los guardianes de seguridad, sino también unas gigantescas serpientes venenosas asentadas sobre la roca. Eso también suelta la leyenda... Aun así, este rincón, dedicado al dios del mar, tiene un buen plus: es el más fotografiado de Bali, sobre todo cuando cae el atardecer. Por algo dicen que es de los más bellos del lugar. Y eso que el templo no es el más importante, religiosamente hablando, de la isla. Ni siquiera el único zurrado por las olas. Siete así hay en Bali. Pero ni falta que hace. Sólo por ver cómo se lo come el mar a dentelladas, ya vale la pena una visita.
Eso debió pensar el brahmán (sacerdote hindú) que en el siglo XVI lo mandó construir tras quedar apabullado por la gracia (sagrada) del lugar. Al día siguiente, el tipo llamado Nirartha buscó a unos pescadores e hizo levantar el santuario sobre la roca plantada ante sus ojos. El nombre estaba claro: Tanah Lot. O «tierra en medio del mar», en balinés. Con el tiempo y la erosión, el islote ha ido perdiendo fuelle hasta el punto de que gran parte es ahora artificial. El propio gobierno japonés le prestó dinero al indonesio para que así fuera en los años 80.
De momento, el invento aguanta, pese a las tropas de propios y extraños que se acercan cada día. Por eso, hay que tener cuidado para no pisar las mini-ofrendas depositadas sobre hojas de plátano que se multiplican a su alrededor, ya estén cargadas de flores, cigarrillos, chocolatinas o granos de café. Que no le falte de nada al dios del mar...

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