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martes, 22 de enero de 2013

Trance sentimental

El aguijón y su misteriosa carga tapan la vista del campo; lo único que ahora puedo contemplar es el apabullante apéndice de este bicho hambriento y mortal; aún así, y pese a lo incomodo de la situación, estoy dispuesto para morir. Puede sonar fatalista, aunque el percance implica a todo mi pensamiento, éste no ve otra salida que la de entregarse sin resistencia; entregarse cual si fuese la hora de dar la comida a las fieras y éstas tuvieran muchas ganas.
 Intento no mostrar mi cobardía y creo que lo hago bien, buena prueba de ello es el que aun tenga pensamientos racionales, aun así las diatribas cotidianas parecen desvanecerse ante mi tragedia. En mi incomoda posición, los momentos convergen en este punto de muerte, en esta herida llena de veneno que no duele pero impresiona. No me pasa por la cabeza el pedir ayuda, aun menos el intentar huir, pues estoy a su merced. Desconozco el motivo que desencadeno este mortal descuido, también el momento en que cometí un error. En realidad, no es culpa mía, uno no puede ir por la calle – o por el campo, como es mi caso– atento a todo tipo de mosquitos, avispas o arañas mutantes.
El día parecía uno como cualquier otro, lo único destacable era el hecho de ser sábado, este detalle implicaba el no tener que ir a trabajar; de todas formas, no difería demasiado de otro sábado cualquiera. La única diferencia con otros días de descanso la constituía el hecho de que en la noche del viernes olvidé desconectar el despertador; por eso me había despertado más tarde de lo recomendable. Pese a esta contingencia, intenté aprovechar la mañana para correr un poco por un pinar situado a las afueras de la ciudad. Así, podía descargar la adrenalina que mi trabajo ocasionó a lo largo de la semana; también el ejercicio me venía bien para intentar bajar las grasas de la vida sedentaria.
Referido a lo que era novedoso o no, debo decir que por primera vez hacía algo por propia iniciativa desde que Marta me dejó. Ese acontecimiento, vital para la sociedad que abarco, ocurrió hace un mes, concretamente en otro sábado después de una cena en su restaurante preferido. Desconozco el motivo, pero la visión del apéndice me hace recordar el plato que comí: una paella cocinada como otras veces, pero en la cual se notaba un sabor especial. Concretamente, el sabor de la indiferencia y la derrota
Una derrota que se manifiesta en este ser nauseabundo. Afortunadamente, y supongo que gracias al veneno, los contornos se difuminan a la vez que entro en un estado de shock. Mi vida se confunde con un mensaje de mi unidad de control; ésta no hace otra cosa que repetir el nombre de Marta. Entonces recuerdo la pastilla azul que tome antes de empezar a correr. Ignoro el motivo por el cual siempre recurro a las sustancias evasivas (sobre todo cuando tengo un momento de descanso), pero mientras mi dispositivo no dé una señal de alarma se puede decir que todo va bien. Hablando de alarmas, resulta curioso que, durante todo el tiempo que he estado atrapado en esta red de araña, no haya recibido un aviso; será porque la amenaza no es cierta o el mecanismo pierde tiempo de reacción. Menos mal que la realidad vuelve y ya puedo recordar mi vida normal.
Recuerdo ahora mis tiempos de estudiante, mis peripecias juveniles antes de unirme al engranaje social. Para los curiosos de mi memoria, diré que el tema de mis divagaciones constituye un asunto sin importancia, pues es un sucedáneo de mi paraíso particular. Lo esencial, a estas alturas, es imbricar las ideas en torno a los espacios vacíos de la memoria, siendo más necesario la forma que el fondo. De esta guisa, os diré que por aquí podéis encontraros todo lo que concierne a mi propio homenaje. Aun así, estos mensajes carecen de dedicatoria, porque están dedicados a su mismo autor, carecen de un destinatario particular distinto al que los elabora, forman, en definitiva, parte de mi principal mecanismo de entretenimiento. Cuando pienso esto percibo la falsedad de la araña, de sus trampas para atraparme en la prisión de un recuerdo. Recuerdo es la palabra más falsa del diccionario, pero aun así la respetamos. Ignoro por qué intento esta evasión en este momento y no la física; serán los efectos del veneno que traen el perverso refugio de otros tiempos.
Ya que no puedo parar la historia y debido a que todo esto va a versar sobre mí, os diré que  ignoro hacia donde el destino me llevará  y si mi plato va a salir dulce o salado. Esto ocurre a pesar de que mis dotes adivinatorias son precisas, más aun bajo los efectos del terror y el veneno; sin embargo he de esconder las sorpresas para que el espectáculo sea más grato. Éste ocultamiento es difícil, pero tal vez vosotros podéis ayudarme conectando con la unidad de comunicación.
Tergiverso en mi narración de auxilio los fugaces hechos para decir la verdad. Pese a ello, todo es cierto; no debéis engañaros con los críticos que dicen que esto es una sarta de mentiras. Sin embargo, he de otorgarles la razón cuando digo que la verdad es falsa pero autentica. El hombre es su lenguaje, pero su idioma, pilar abstracto de nuestra identidad, se tambalea cuando lo nombras. No existe dualidad entre observador y observado, tampoco entre infancia y madurez, aun menos entre realidad y recuerdo.
Realmente, parece increíble que hace un rato estuviese al borde de la muerte y ahora plantee diatribas metafísicas sobre mi identidad y la vida. También que lo haga sin saber a ciencia cierta donde me hallo y si corro peligro o tan sólo experimento un sueño hecho a medida.
Los niños (también las arañas) crecen y se alimentan a pesar de algunos, y uno no hace nada por dar un paso hacia la verdad. Doy vueltas sobre mi mismo buscando el alcanzar otra percepción, otro estado mental en este mundo que agoniza. Tengo miedo por mis años llenos de intrigas en las cuales dictaminé sentencias sobre lo eterno. En un cuarto de baño que ya no tengo, en otro mundo ajeno a lo cierto, veo que aquel baile iba dirigido a este momento. El mareo luchaba por no caer y la niña de mis sueños se ofrecía en el Día de las Fuerzas Armadas. Reíamos insensatos, sin saber que todo tiene su final, sin tener ninguna certeza por alcanzar. Confundo los momentos: el giro de la araña y la chica no coincidían, pero yo los he unido para sentir lo bien que se llevaban sueños y realidad. Ambos están sepultados entre un gruñido y la torpeza que llama por Marta.
Cuando oigo las voces, suelta amarras el barco que me arrastra por el mar de los que pescan algo con lo que alimentarse; sin embargo, aquello no vuelve por más que lo intento; en cambio a mi otra amiga la tengo cerca, apenas a dos manzanas de donde vivo; apenas a una llamada de mi intercomunicador que indica que mi ex-novia está en trance, aunque seguramente con una experiencia menos terrible que la mía
«Perdona que te llame, pero quería pedirte disculpas por la forma que reaccioné ante tus intenciones; ahora comprendo que necesites tiempo para buscar tu esencia real. Además he cometido la imprudencia de llamarte debido a que dejaste las memorias auxiliares de todos los autores sudamericanos en mi piso. Seguro que quieres recuperarlas. Si te parece bien, podemos quedar en algún lugar público, pues ya sé que estarás reacia a que te las transmita por comunicación interpersonal».
Después de transmitir la información que ella quiere oír, vuelvo a mi experiencia, pero ahora convencido de que no es real. Quiero mi venganza, y armado con un instrumento quirúrgico procedo a mi inspección, ese instrumento son los golpes textuales con los que intento a atrapar a todas las mosquitas muertas que ya desde ahora van a salir en esta falsa colección de relatos, máximas y poemas.

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