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miércoles, 31 de octubre de 2012

Drácula: el eros y el tanatos

Un fragmento de la bárroca novela de Stoker que maneja como nadie el terror con las referencias sexuales:

Memorando dejado por Lucy Westenra
17 de septiembre. Noche. Escribo esto y lo dejo para que lo vean, de manera que nadie pueda verse en problemas por mi causa. Este es un registro exacto de lo que sucedió hoy por la noche. Siento que estoy muriendo de debilidad y apenas tengo fuerza para escribir, pero debo hacerlo, aunque muera en el intento.
Fui a la cama como siempre, cuidando de que las flores estuvieran colocadas como lo ha ordenado el doctor van Helsing, y pronto me quedé dormida.
Fui despertada por el aleteo en la ventana, que había comenzado desde aquella noche en que caminé sonámbula hasta el desfiladero de Whitby, donde Mina me salvó, y que ahora conozco tan bien. No tenía miedo, pero si deseé que el doctor Seward estuviera en el cuarto contiguo (tal como había dicho el doctor van Helsing que estaría), de manera que yo pudiera hablarle en cualquier momento. Traté de dormirme nuevamente, pero no pude. Entonces volvió la antigua angustia de antes de dormirme, y decidí permanecer despierta. Perversamente, el sueño trató de regresar cuando yo ya no quería dormir; de tal manera que, como temía estar sola, abrí mi puerta y grité: "¿Hay alguien allí?" No obtuve respuesta. Tuve miedo de despertar a mamá, y por eso cerré la puerta nuevamente. Entonces, afuera, en los arbustos, oí una especie de aullido de perro, pero más fiero y más profundo. Me dirigí a la ventana y miré hacia afuera, mas no alcancé a distinguir nada, excepto un gran murciélago, que evidentemente había estado pegando con sus alas contra la ventana. Por ello regresé de nuevo a la cama, pero con la firme determinación de no dormirme. Al momento se abrió la puerta y mi madre miró a través de ella; viendo por mi movimiento que no estaba dormida, entró y se sentó a mi lado. Me dijo, más dulce y suavemente que de costumbre:
—Estaba intranquila por ti, querida, y entré a ver si estabas bien.
Temí que pudiera resfriarse sentándose ahí, y le pedí que viniera y durmiera conmigo, por lo que se metió en la cama y se acostó a mi lado; no se quitó su bata, pues dijo que sólo iba a estar un momento y que luego regresaría a su propia cama. Mientras yacía ahí en mis brazos, y yo en los de ella, el aleteo y roce volvió a la ventana. Ella se sorprendió, y un poco asustada, preguntó: "¿Qué es eso?" Yo traté de calmarla; finalmente pude hacerlo, y ella yació tranquila; pero yo pude oír cómo su pobre y querido corazón todavía palpitaba terriblemente. Después de un rato se escuchó un estrépito en la ventana y un montón de pedazos de vidrio cayeron al suelo. La celosía de la ventana voló hacia adentro con el viento que entraba, y en la abertura de las vidrieras quebradas apareció la cabeza de un lobo grande y flaco.

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