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lunes, 29 de octubre de 2012

Pedofilia veraniega

Parece mentira que escritores como García Márquez escriban libros en que aparece el proxenetismo, la pedofilía y demás enseres, como si fuesen algo justificable, y sean aclamados. Hablo de "Memorias de mi putas tristes" libro que por otra parte me gustó. Lo mismo hizó aunque con matices Nabókov con su también excelente "Lolita". Pero para mí el mejor y el precedente de los anteriores es "La muerte en Venecia" de Thomas Mann del que os dejo este fragmento:



Con su cartera de viaje sobre las rodillas, empezó a contestar su correspondencia, con estilográfica. Pero después de un cuarto de hora, encontró que era lastimoso abandonar en espíritu la expectación más agradable que conocía y echarla a perder con una actividad indiferente. Dejó a un lado sus útiles de escribir, y volvió a mirar al mar. Poco tiempo después, atraído por la algarabía de los chicos que jugaban con montones de arena, volvió la cabeza hacia la derecha, apoyándola cómodamente en el respaldo de su silla, para contemplar lo que hacía Adgio.
Pudo verlo al lanzar la primera mirada. La cinta roja de su pecho flotaba sin escaparse. Ocupado con otros niños en colocar una tabla vieja como puente sobre el foso húmedo de la montaña de arena, daba órdenes con gritos y movimientos de cabeza. Serían unos diez compañeros, chicos y chicas, algunos de su misma edad y otros, más pequeños, que hablaban en francés, en polaco y también en idiomas balcánicos. Pero el nombre más repetido era el de Adgio. Sin duda lo querían, lo admiraban todos. Especialmente uno de ellos, polaco también, robusto y fuerte, llamado algo así como «Saschu», con el cabello negro, engomado, parecía ser su más íntimo amigo y vasallo sumiso. Cuando el trabajo de la montaña de arena estuvo terminado, se fueron todos abrazados, playa adelante, y el llamado Saschu besó al hermoso Adgio.
Aschenbach se sintió tentado de amenazarle con el dedo. «Mas a ti, Cristóbulo, te aconsejo —pensó sonriendo—, que te vayas un año a viajar. Pues eso necesitas, por lo menos, si quieres curar.» Y luego se comió con delicia unos fresones maduros que compró a uno de los vendedores ambulantes. Hacía calor, a pesar de que el sol no lograba atravesar las nubes que cubrían el cielo. El espíritu se sentía invadido por una gran indolencia, y los sentidos penetrados por el encanto infinito y adormecedor del mar. A un hombre de la seriedad de Aschenbach le pareció en aquel momento una ocupación apropiada y suficiente adivinar, investigar qué nombre podía ser el que sonaba algo así como «Adgio». Con ayuda de algunos recuerdos, pensó que debía de ser «Tadrio», diminutivo de «Tadeum» y que se pronunciaba «Tadrín».

LA MUERTE EN VENECIA
      Thomas Mann (n. Lübeck; 6 de junio de 1875 – f. Zúrich; 12 de agosto de 1955)

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