Género: Jazz
País: Reino Unido
Discografía: Exile
La avaricia, la calamidad económica y el “pseudo jazz farsante” son algunos de los temas recurrentes en sus letras. DAVID FRICKE
“Sartre said hell is other people/I believe that most of them are” (Sartre dijo que el infierno son los demás/Creo que la mayor parte de ellos lo son), canta Van Morrison en Goin’ down to Monte Carlo, una de las diez canciones de este álbum vívidamente irritado, vocalmente imperioso. Más tarde, en la misma canción, arremete contra el “pseudo jazz farsante” y se muestra inquieto porque “después de todo por lo que he trabajado/ellos van a tirar todo a la basura”. Morrison no dice quiénes son “ellos”, pero su miedo es claro. A los 67 años, en lo que es su álbum de estudio número 35, Morrison se siente como una especie en extinción, rodeado por sinvergüenzas, sin nada a lo que recurrir salvo su sinuoso gruñido.
La avaricia y la calamidad económica son temas recurrentes en las letras de Morrison aquí. Dios ha muerto y el bienestar es un pequeño confort en If in money we trust. “No hay escalera social que escalar por aquí”, gruñe en End of the rainbow. El gran y constante impulso del disco está en el terroso R&B predominante –Born to sing recuerda al Ray Charles del New Orleans Preservation Hall– y a la desarmante y única calidez del don de Morrison. Él es una de las grandes contradicciones del pop: un tesoro público obsesionado con el puro aislamiento. Pero cualquiera nacido para cantar nació para compartir. Pese a toda su incomodidad y suspicacia, Morrison no ha dejado de hacerlo.
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