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lunes, 26 de noviembre de 2012

Devolver el libro a la estantería

Tenemos dos posibilidades: seguir avanzando o devolver el libro a la estantería. No lo pienso y continuo por los vericuetos de mi piel curtida, por los caminos del escalofrío más insensato que un hombre sin fe puede tener.
Nadie puede pararme. Las dudas caen en un vaso con zumo de naranja, y el aire ya no es aire sino una película cómica donde nadie habla aunque no sea muda. Un gigante me corta el cabello mientras pienso en la piscina de aguardiente, en el cadalso donde ajusticio mis heridas de la boca cerrada. Simple lacayo: ¿Y qué más da? No, no quiero ver más series interminables; me alimento de telediarios llenos de carne, de documentales llenos de telediarios y de películas que protagonizo sin mucho amaño.
El día parece uno como cualquier otro, lo único destacable es el hecho de ser sábado, este detalle implicaba el no tener que ir a trabajar; de todas forma no difiere demasiado de otro sábado cualquiera. La única diferencia con otros días de descanso es el hecho de que en la noche del viernes olvidé desconectar el despertador; por eso me he despertado más tarde de lo recomendable. Pese a esta contingencia, intento aprovechar la mañana para recordar y masturbarme. Así descargo la tensión que mi trabajo ocasionó a lo largo de la semana; también este ejercicio me viene bien para intentar bajar las grasas de la vida sedentaria.
Por primera vez hago algo por propia iniciativa desde que ella, la sin nombre, me dejó; después de varios meses tumbado en la cama, sin otra labor que el trabajo de funcionario, me he puesto a escribir. Conozco el motivo, concretando, el sabor de la indeferencia y la derrota que me alimenta pero ahoga mis intentos de fajarme de su abrazo mortal. Abrazo de víbora, mortal como la falta de su aliento.
Tenemos dos posibilidades: seguir avanzando o devolver el libro a la estantería, tú te quedas la margen y pronuncio tu nombre, como epitafio, como escultura de tu caída, de tu gloria de piedra preciosa en un mar de hambre.

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