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lunes, 26 de noviembre de 2012

De todas las películas del mundo, Casablanca

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/11/26/opinion/1353906378.html

[foto de la noticia]
Bogart se paseaba con unas gigantescas alzas de corcho pegadas con esparadrapo a los zapatos y toda su preocupación era arreglar los papeles para comprarse un yate; Ingrid Bergman entraba furiosa en los despachos preguntándole a todo el mundo de quién estaba enamorada, pero los guionistas no tenían ni idea de cómo iba a acabar la historia, el director silbaba mirando para otro lado y el mismísimo Jack Warner (que iba a trabajar con un uniforme falso de general lleno de medallas para dar apoyo moral a los aliados) respondió a la sueca encogiéndose de hombros: "El final es el final, y aún estamos en el medio"; Paul Henreid era prepotente y vanidoso; el capitán Renault, que dice la mejor frase ("Te estoy apuntando al corazón". "Es mi punto menos vulnerable") no veía por un ojo a causa de las heridas de la Guerra Mundial; la cita más famosa de la película nunca se pronunció; la obra de teatro en la que se basa el guión nunca se estrenó; Sam no tenía ni idea de tocar el piano y en la escena final, para hacer parecer que se alejan, Rick y Renault fueron sustituidos por enanos.
Casablanca fue, en general, un gran malentendido. Hollywood debía hacer una película política que sirviese de propaganda para la Segunda Guerra Mundial, se tanteó a Ronald Reagan para hacer de Rick y a Ella Fitzgerald para poner la música, y por encima de la historia original de Murray Burnet y Joan Alison escribieron MacKenzie y Kline primero, los hermanos Epstein después y, en paralelo a ellos, Howard Koch. Por momentos la historia amenazaba con desbarrar como haría años después El sueño eterno, con el director, los guionistas y Raymond Chandler delante de la novela tratando de saber quién había matado a un chófer. Pero se hizo, y se hizo además en estado de gracia: quedó una película imperfecta, hermosa como un cráneo pelado, amarga y dura, con esa amargura y esa dureza que sobreviene de golpe en las películas felices. Porque Casablanca, por encima de todo, es una película feliz.
Todo en Humprey Bogart, deslizándose por el café en estado general de aturdimiento, es pasado. Se declara de nacionalidad borracho y en el diálogo en el que dice que no recuerda lo que hizo la noche anterior "porque de eso hace ya mucho" y que no sabe lo que hará ésta porque "no me gusta hacer planes con tanta antelación" hay más verdad que ingenio; Rick es un personaje congelado, fuera de tiempo y de lugar, como un Trimalción opaco en cuyas fiestas nadie es quien finge ser y todos se esfuerzan en no disimularlo. Se mantiene a distancia de todo, especialmente de sí mismo, con quien ha pactado el olvido. No le queda nada por ver y sobrevive alejándose del mundo hasta que una tarde escucha las notas del piano y dice: "De todos los bares de todas las ciudades del mundo ella ha tenido que entrar en el mío". Entonces sufre el golpe que todo hombre experimenta al menos una vez en la vida: ver el pasado mudando en presente.
No hay en toda la película nada que revele su viejo amor por Bergman, salvo el sacrificio final, y sólo cuando brinda diciéndole "Éste es por verte, pequeña", le enseña pudorosamente la herida por la que sangra. El efecto que produce esa frase en quien camina de vuelta es turbador, como ver a un gigante doblándose sobre sí mismo. Algo parecido a la carta de despedida de Holmes a Watson, cuando después de tantos años de relación se concede un lujo: "Téngame, mi querido compañero, por sinceramente suyo". De ese "pequeña" de Bogart emerge un pico de hielo gracias al que vemos, sumergido en las profundidades del océano, un glaciar grande como un continente.
Era París, Casablanca y la Francia de Vichy; eran los nazis con sus himnos y su amenaza sobreentendida. Era Casablanca y sus cafés, un mundo en extinción en eterna espera, parado mientras giraba la ruleta y cada cual libraba una batalla distinta por su propia vida. Era una época antigua de buenos y malos en la que el director del primer banco de Amsterdam acababa de cocinero y su padre de portero. Un ambiente desabrido y sin embargo tierno, que de pronto se intuye apacible a los ojos y termina haciendo lógico lo paranormal, como la amistad de Renault y Rick basada en la franqueza de sus diálogos y la puntería legendaria del policía, sosteniendo el bigotito tan elegantemente como sus escrúpulos: "Es increíble el modo que tiene de despreciar mujeres. Tal vez falten algún día".
Era el rostro inocente de Ingrid Bergman sentada en el café viendo a Laszlo levantar a la resistencia con el allons enfants de la patrie; la vulnerabilidad de su mirada, la boca semiabierta como una grieta lunar y un encanto fascinante lleno de dudas, pues bordó el papel al llevar al rodaje sus preocupaciones íntimas, que no eran otras que las propias de un conflicto apasionante: saberse enamorada y no tener ni idea de quién.

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