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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Crítica "Blow up (Deseo de una mañana de verano)"

Partiendo del relato previo de Julio Cortázar “Las babas del diablo”, Antonioni se permite rodar en el Londres de los 60s, inaugurando de este modo su controvertida etapa de habla inglesa. Impulsado por la atracción que ejerce sobre él la cultura pop propia de la época y la ciudad, rueda su película más popular y rentable; siendo al mismo tiempo, una de las más controvertidas por sus estudiosos y admiradores más acérrimos. Sin embargo, a pesar de la ruptura que supone para con la obra anterior de su autor y de las múltiples acusaciones que le llueven por su “simbología facilista”; es difícil imaginar (dejando de lado La ventana indiscreta) otro film que refleje de manera tan clara las claves propias del arte cinematográfico y su que hacer. El fotógrafo que interpreta David Hemmings, es una clara analogía del cine mismo, un voyeur que comparte la doble condición de espectador y realizador. Aquel capaz de tomar una huella sensible de la realidad, aislarla, reinterpretarla y recontextualizarla para crear un signo; elemento pilar en el desarrollo de realidades lingüísticas que permitan percibir fenómenos que se escapan desde la vivencia directa. Una película con un incalculable valor semiótico, un estudio de la mirada y las posibilidades de que las tecnologías análogas (fotografía y cine) brindan para su pleno desarrollo y comprensión. Revisitada en dos ocasiones por cineastas americanos: Francis Ford Coppola con La conversación y Brian de Palma con Blow Out, lo que más recuerdo de esta película cuando la dejo reposar con el tiempo son siempre las mismas escenas. David Hemmings fotografiando a Vanessa Redgrave con otro hombre mayor que ella en una zona aislada de un parque de la zona, y por otro lado, la posterior investigación que lleva a cabo el protagonista en su casa, cuando decide intentar desvelar las motivaciones ocultas que rigen ese momento que ha captado con su cámara, revelando las fotografías, ampliándolas y sacando conclusiones cuando cree haber descubierto la preparación de un asesinato y su posterior ejecución. Son siempre esos momentos los que se me graban en la memoria cuando veo “Blow up” y los primeros en los que pienso cuando rememoro la película tiempo después de su visionado.

Es precisamente el discurso que late de fondo en esos momentos lo que más me atrae de toda la obra. El que Antonioni trabaja en esas secuencias, el de la multiplicidad de matices y de puntos de vista que puede generar una misma imagen, dependiendo de si es vista por una u otra persona, cada una con su propia experiencia vital. No es el caso literal de la película que aquí tratamos, pero sí es lo que se transmite. ¿Realmente ha sido Hemmings testigo de un asesinato?, ¿O sencillamente ha visto lo que deseaba ver en ese momento de su vida, en el que necesita de una motivación poderosa que le haga seguir adelante? Las preguntas que surgen no poseen una respuesta clara. Cualquier opción es valida, aunque el director ya nos deja alguna pista sobre su posición en la escena final del filme.

Las ilusiones forman parte del ser humano. Cada persona verá las cosas atendiendo a su propia vida, a su propia educación, a todo lo que la ha hecho ser tal como es hasta ese momento. Y la interpretación que extraiga de unas imágenes con un fondo muy abierto de posibilidades, seguramente difiera bastante de los de otra persona con un mundo diferente. Es una visión que me parece totalmente extrapolable a la propia disciplina del cine, y es precisamente ese el punto que más me atrae del discurso de Antonioni en “Blow up”. Una línea discursiva que comparte con Jose Luis Guerín y su “Tren de Sombras”, puede que con la salvedad de que ésta última tal vez incida más en dicha cuestión, tratándo la misma con más profundidad al girar todo su núcleo argumental alrededor de la interpretación de esas imágenes y el significado oculto que encierran, y que descubrimos en el último tramo de la obra.

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