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martes, 13 de noviembre de 2012

Crítica de "Rashòmon"

Kurosawa, por si faltara más, filosófico. "Un mal peor que las pestes y la guerra", dice el sacerdote desesperanzado. Un error pequeño puede tener consecuencias devastadoras en la vida del hombre, pues vivimos de acuerdo con lo que creemos verdadero y bueno. Pero descubrir la verdad puede ser muy difícil, tanto que nos lleva a caer en el relativismo, escepticismo y nos hace perder la "fe en la humanidad". Y uno de los mayores obstáculos para descubrir la verdad somos nosotros mismos, porque nuestras creencias, egoísmos y prejuicios alteran la percepción que tenemos de las cosas, cómo las vivimos y recordamos. La verdad queda enmarañada detrás de relatos confusos y contradictorios que dicen más de la persona que los cuenta que del cuento mismo. Kurosawa pinta genialmente que el camino hacia la verdad puede ser tan enredado como el bosque en el que ocurren los hechos. Nos agota ver la marcha de los personajes por una jungla intransitable. Pero mucho más frustrante y agotador es tratar de develar el misterio del asesinato.
Además de este planteo brillante de uno de los mayores problemas filosóficos (¿qué es la verdad? ¿podemos conocerla? ¡ Nada menos !) Kurosawa se muestra como un realista que conoce muy bien las dimensiones del alma humana; por eso nos muestra en el cuarto relato (que, en mi humilde opinión, es el verdadero) personajes a cuál más infame (una mujer hastiada de su marido, venenosa como una víbora y que no sabe lo que quiere; un "noble" que nos recuerda a nuestros políticos de hoy, asquerosamente aburguesado y cobarde; un bandido "de cuarta" que se las cuenta, una rata de los bosques muy lejos del temible asaltante que se pretende) que distorsionan la verdad para pintarse a ellos mismos como los "buenos" o "mejores" de la historia.
La obra funciona como una exploración del ser humano, su egoísmo y vanidad, sus necesidades de comunicación e información, sus capacidades y limitaciones, sus relaciones con la verdad, etc. En varias ocasiones el realizador evidencia que sus intereses no radican tanto en el realismo como en la fantasía. Así lo indican la incursión del leñador en el bosque.
 
Por otra parte, el mundo es un infierno de odio y egoísmo. Así, sobresale la importancia que se da a los sentimientos de los protagonistas: odio y rencor (samurai), culpa y desolación (Masako), deseo y bravuconería (ladrón), curiosidad, prudencia y ternura (leñador), confusión y desesperanza (monje), etc.
Aparte de ser perfecta a nivel técnico, a nivel argumentativo posee una innegable y sobrecogedora fuerza, una intensad y exacerbación en las acciones de cada personaje, cualidad que lleva una poderosa carga de culpa, redención, y pesimismo existencial. No es más que poesía hecha cine.
Como una buena joya del celuloide, al talento de su hacedor se le suma la exquisita fotografía en blanco y negro de Kazuo Miyagawa; una estupenda banda sonora de Fumio Hayasaka; y por ultimo pero no menos importante, las geniales interpretaciones de todo el reparto, en especial la del afligido leñador, así como las del trío en el que se teje la trama, contando con el histrionismo del siempre carismático actor fetiche de Kurosawa, el gran Toshiro Mifune.

En fin, una película descomunal, inagotable. Sobrepasa cualquier cosa que pueda decir sobre ella.

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